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El viento se sentía tan cálido y a la vez tan familiar, era como un abrazo de recibimiento luego de una larga temporada fuera de casa; y es que así era. La primavera en todo su auge de Hasetsu me daba cobijo como ya lo había hecho tantas veces antes. Con sus árboles de cerezo dándole a todo el ambiente un color rosa pálido, que embellecía aún más esa pequeña ciudad pesquera que era mi hogar.

Hubiese estado encantado de poder apreciar tal escenario por siempre, y olvidarme de cada uno de los problemas que envolvían mi vida, pero eso no era posible. La razón de mi repentino viaje a Hasetsu era de todo menos alegrías y celebraciones. Estaba acompañando a Yurio al funeral de su padre, sí, algo irónico que quisiera estar en el mismo lugar que el albino y en la ceremonia de disfunción de quien volvió mi vida un creciente caos; pero todo lo hacía para apoyar a mi amigo, él no merecía que lo dejara solo en estos momentos luego de todo lo que intentó ayudarme.

Salimos a paso lento de la estación de trenes, el rubio no tenía ánimos de nada y sólo me pidió que le acompañase de camino a casa, fuimos codo a codo, rozando nuestros hombros cada vez que teníamos que girar en una esquina. No hablábamos. Sólo se escuchaba el sonido de nuestras respiraciones calmadas, y las ruedas de las maletas repicoteando sobre la acera.

Sentía que volvía al pasado al estar andando por las calles que no recorría hacía años, era como entrar en una cápsula del tiempo, todo se veía igual y sólo pequeños detalles se me hicieron desconocidos. Quizá prefería las grandes ciudades por lo mismo, estaban en desarrollo y constante cambio, me hacía no recordar el pasado, pues era como descubrir nuevas cosas mes a mes, y es que así era Tokio, un día puede haber un inmenso campo lleno de césped y árboles y tan pronto como el año siguiente veías un rascacielos enorme en el mismo lugar. Era ver el progreso de la civilización con tus propios ojos.

-Aquí es. -susurré observando la casa de ladrillos frente a nosotros- Sigue igual. -reí al ver las macetas decoradas con escarcha que había hecho a los seis años para un día de la madre.

-¿Está bien que me quede? -habló en voz baja con la cabeza gacha, ya una vez estuvimos en la entrada.

-No hay problema, Yurio. -toqué el timbre.

No pasó más de un minuto cuando un sonoro "ya voy" llegó a nuestros oídos y unos pasos se iban escuchando cada vez más próximos. Mi corazón empezó a acelerarse ya cuando las llaves rechinaron contra el metal de la cerradura y la puerta comenzó a abrirse para dejar ver a una mujer de pequeña estatura. Una mujer que no veía desde hacía siete años y que extrañaba con locura.

Su expresión al verme no se podía describir con palabras, no le había dicho que vendría, y eso se denotaba en sus ojos llorosos y mejillas coloradas al carmín. En un instante ya la tenía entre mis brazos, sollozando, aferrándose a mí como si fuese una soga al borde del precipicio; con todas sus fuerzas y una sensación de inquietud.

-Ya volví. -dije una vez nos separamos de aquel añorado abrazo.

-Bienvenido a casa, Yuri. -me sonrió, y como si los ojos de un felino fuesen, se enfocó en la persona a mi lado con una rapidez abismal.

-Soy Yuri, un placer. -se presentó, ignorando la ironía y lo gracioso que sonó esa presentación. Mi madre sólo rió y estrechó su mano.

Después de una corta conversación en el umbral de la puerta, y de explicarle el motivo por el cual había venido a Hasetsu de forma tan repentina, nos encontrábamos los tres en la acogedora sala de estar tomando una taza de té verde. Las paredes beige decoradas con cuadros rupestres y la chimenea, aunque sin encender, le daba a todo un toque más hogareño y familiar.

-Aún no termino de comprenderlo del todo. -anunció mi madre tras un largo rato pensando.

-¿A qué te refieres? -cuestioné

FOOLS - victuuri; yuri on ice Donde viven las historias. Descúbrelo ahora