Año 1300 E.C.Los campos de trigo dorado no reflejaban indicios de melancolía o desdén, no reflejaban la tristeza y opresión de sus cultivadores y recolectores de esa mañana. El día parecería a sus ojos como cualquier otro, un día de trabajo arduo e interminable mientras el sol se dedicaría desde las alturas a castigarlos cruelmente como un capataz con su látigo. Pero no muy lejos de ese triste panorama en el castillo se cuenta otra historia, una más parecida a la de los libros de hadas.
-Príncipe Alejandro, mi príncipe… ya es hora de despertar, los comensales están aguardando por su presencia en el comedor real – hablaba despacio y muy cortes el joven rechoncho.
-¡Ay por los cielos!, ¿ya tengo que levantarme? si acabo de acostarme… Deotrefes.
Deotrefes es el joven sirviente del príncipe, muy educado y con un buen corazón, con un ágil movimiento de muñeca abrió las enormes cortinas del cuarto del joven Alejandro. La luz entro como una inundación de agua al romper una represa, toda la recamara, en cuestión de segundos se iluminó dejando al descubierto lo que unos segundos atrás estaba escondido en la oscuridad. Un cuarto lleno de trofeos de caza, cabezas de bisontes, leones montañeses, jabalíes y muchos otros animales. Por unos instantes el príncipe pareció una enorme oruga envuelta en sus frazadas peludas multicolor.
-¡Deotrefes, no tienes derecho a venir a despertarme!, bajare cuando se me venga en gana, que no esperen.
Mi señor, una vez más perdone mi insistencia… pero su padre mismo…En ese momento se escuchó una voz ronca y autoritaria que opacaba con facilidad la del humilde sirviente.
-Veo que seguiste de juerga toda la noche… apestas todavía a cerveza, cebolla y lujuría.
El rey era un hombre corpulento, alto y de un carácter que haría que cualquier roble se doblegara ante él, por nada le conocían como Isaac Puño de Acero, era un hombre justo, pero a extremos, se le conocía también como puño de acero pues su mano izquierda la había perdido en un combate y llevaba una prótesis de hierro.
-Vamos, levanta ese trasero de campesina y dirígete al comedor, allí están esperando por ti Sir Bartolomeo Lirioblanco de Alto Casa y Eduardo Cazafríos de Bajos de Aguada, te espero en la puerta para que termines de arreglarte.
Cuando el Rey salió el color le volvió al pobre Deotrefes, el pobre no se esperaba que su realeza estuviera detrás de él.
-Joven amo, ya escuchó al excelentísimo Rey, ya es hora de que se vista. Bueno, por lo visto ni siquiera se cambio de ropa anoche, y asumo que esto no le pertenece – y con una cara de asco echo a un lado una ropa interior femenina.
El joven Alejandro, era alto como su padre, pero le faltarían muchos años más antes de poder contar con el mismo físico que posee su progenitor. En cambio el joven príncipe tenía los ojos de su madre, o eso dicen, pues él nunca llego a conocerla. La pobre Reina falleció en unos de sus ataques de temblor y desde entonces su padre Isaac dejo de amar, el populacho cuenta que su padre solía reír en todo momento, pero que desde ese día ya no ha vuelto la primavera a su rostro. El joven creció engreído y malcriado, pero solo con un único allegado y no sanguíneo, su leal Deotrefes. Alejandro miró antes de saltar de la cama a su sirviente personal y se dió cuenta que el pobre muchacho tenía cara de calabaza, tan rechoncho, colorado con pecas y todo…
-Oye Deotrefes, ¿alguna vez te he dicho que me haces sentir bien, que con tu presencia me animas?
El joven se le iluminó la cara como aquel cuarto cuando abrió el cortinaje, - por fin ha visto mi buen trabajo – pensó el paje.
-¿De veras mi señor?, hago lo que puedo…
Pero antes que el muchacho pudiera proseguir, el príncipe irrumpió en risas desdeñosas.
-Siii, es que con esa cara que tienes haces sentir especial y buen mozo hasta ‘A medio hombre’– medio hombre era el bufón jorobado de la corte, claro nombre proporcionado por el infinito ingenio del príncipe.--Hay Deotrefes, mi fiel siervo, nunca dejes de animarme, ¿pero qué digo? Si tu cara gorda siempre estará para mí, pero no te preocupes que cuando sea rey de Carmesí y tenga a todos esos sirvientes te ascenderé al puesto de medio-hombre.
-Su bondad es infinita, mi Señor.
-No es nada, Calabacín.
Cuando el príncipe entró en el comedor real, los comensales charlaban animadamente acerca de temas totalmente aburridos, el príncipe quería morir, con una resaca que desearía estar en cama con una buena sopa de gallina. Se sentía irritado por la presencia de esos condenados vejetes, Sir Bartolomeo Lirioblanco de Alto Casa, más viejo imposible, sus dientes hechos de roble le daban un aspecto putrefacto a su sonrisa, su cabello lo había abandonado como su fortuna y sus orejas y nariz cada año que pasaba se hacían más grandes, Alejandro se preguntó si era posible que fuese su cabeza la que se encogía y no sus rasgos faciales, el personaje geriátrico apestaba a orina y muerte, al menos eso le dejaba ver la servilleta con manchas de sangre con la que se cubría la boca cada vez que tocía. Su piel blanca arrugada parecía que se le iba a caer – ugg, que asco de hombre, espero que esto no dure tanto, lo más seguro viene a pedir más dinero, como todo año, ¿para qué quiere tanto dinero ese viejo chacal.
-Oye Calabacín, ¿cuánto crees que le quede de vida a este fantasma?, digo, si pide dinero y mi padre por fin se lo aprueba, lo más probable con el gusto estira la pata esta noche el viejo de la emoción. Pensándolo mejor, espero que se lo aprueben, así ya no nos regalará cada año esa vomitiva fragancia que lleva impregnada a su ser.
-Mi señor el Sir Lirioblanco es un hombre mayor que ha dado la vida entera por su casa y aunque no lo parezca dicen las historias que era un excepcional guerrero, que no había hombre que se le comparara. Acuérdese lo que nos contó Armenio el maestre, que Sir Lirioblanco lucho hombro a hombro con su abuelo Benjamín Corvo ‘El Hacha’ para re-conquistar este reino en la guerra de las Tres Generaciones… por favor no sea tan cruel con el pobre hombre solo porque le ha llegado su invierno.
-De veras que eres un pesado, mira, si es historia lo que me estás hablando, es solo eso, historia. Lo único que me interesa es el presente y el futuro, después de todo, lo que me dices ya pasó.
-Ah hijo, por fin te dignas en aparecer, aquí Sir Bartolomeo Lirioblanco y Sir Eduardo Cazafríos, me comentaban acerca de cómo los has impresionado a ellos en las justas de estos días pasados.
-Si, Príncipe Alejandro, ciertamente ha demostrado la casta real, ciertamente el fruto no cae lejos del árbol. – Sir Eduardo Cazafríos, era un hombre de mirada fría e inexpresiva, no dejaba ver lo que planeaba, el mismo Rey no confiaba en lo absoluto de este hombre que juraba lealtad a la corona, cierto que el Rey Isaac Corvo no confiaba en nadie, pero en la persona que menos confiaba era en ese extraño hombre, a los ojos de Alejandro parecía inescrupuloso y malicioso. Sus cejas eran muy pobladas casi no dejaban ver los ojos negros como la noche que poseía ese viejo hombre, su espesa melena negra como la noche con pequeñas estrellas fugaces plateadas dejaban ver que era un hombre en el cenit de su vida. Para Alejandro este hombre era un desastre con su higiene, no tanto como su acompañante Bartolomeo, pero esa barba hacía que pareciera un troglodita. Alejandro siempre ha tenido en gran estima solo tres cosas, su atavío inmaculado y perfecto, su atractivo y su persona… en esa lista no se encontraba ninguno de esos dos visitantes. Pero tenía que disimular lo mejor que pudiera, si quería seguir con al menos su atractivo, sino su padre se encargaría de extirpar ese hecho de su lista de cosas de gran estima.
Con una gran sonrisa, digna del orgullo real se dirigió al hombre – Le agradezco su cumplido, y me alegra saber que fue de su agrado mi desempeño en la arena.
El hombre con dientes de madera le dirigió una mirada con un esfuerzo que le pareció a Alejandro que se le habría de caer la cabecita por el peso de su extravagante sombrero. – Joven, usted me recuerda a mí, fuerte como un roble y alto como un baobab. Claro que el tiempo es cruel como la polilla y ha deteriorado poco a poco mi ser. Pero usted mi joven rey, le quedan muchos años por delante – de los labios del viejo se escapaba una saliva rojiza que le hizo pensar que el malestar que sintió en el estómago no eran por la ingesta de alcohol de la noche de celebración.
El príncipe frunció el seño y agradeció cordialmente la espeluznante comparación mientras se imaginaba su hermosa cabeza encogiéndose a la vez que su nariz y orejas crecían – Que horrible me veré en unos años Calabacín, - le dijo por lo bajo a su leal sirviente. En eso estallo en risa y le dijo al pobre mozalbete: pero de veras que me duele la tripa de solo pensar cómo te verás tú…
La risa fue interrumpida de súbito por un carraspeo severo proveniente de la silla real. Solo bastó eso para que el muchacho volviera a ser el vivo ejemplo de su progenitor.
-Hijo… - comenzó lentamente y controlando su ira el ya cansado padre- aquí estos respetables; demás está decir leales; hombres, vienen a proponernos algo muy interesante.
Entonces acto seguido el rey levanto una mano y dos sirvientes trajeron un cuadro.
El Rey prosiguió, --este retrato es de la hija de Sir Eduardo Cazafríos, Lady Flor Cazafríos, como puedes ver, es una joven hermosa que ya está en pleno verano de su vida.
Padre, ¿qué significa esto? – preguntó el joven algo encrespado, pero sin perder la compostura.
-Hay que ser algo miope para no darse cuenta que mañana conocerás a tu futura esposa hijo mío,- entonces dirigiéndose hacia ser Lirioblanco y ser Cazafríos – me gustaría que me esperaran un momento, pero en mi espera disfruten mi más selecto vino especiado para el deleite de su paladar.
Los ojos pequeños del viejo Lirioblanco se iluminaron y aceptaron con sumo anhelo la copa que se le acercó. El rey se levantó y junto con el los dos hombres haciendo una profunda reverencia. Ya cuando llegaron a las salas reales, el Rey cerró la puerta. Y miró con sus ojos verdes invernales al joven.
-Hijo, no malinterpretes mi acción de llamarte y anunciarte el arreglo con los Cazafríos, esto sólo es un informe, no estoy pidiendo tu permiso.
- Padre, esa mujer es una Cazafríos, tú mismo me has dicho que en los Cazafríos no se puede confiar, y sin embargo ¿corres a casarme con uno de ellos?- el joven estaba conmocionado, la joven era fea, los ojos cansados de la imagen sumados a una cara redonda que le recordaba mucho a Calabacín… que horrible pensamiento le cruzó por la mente.
- Sé lo que te he dicho, pero también te he dicho que el reino está pasando por unos tiempos muy duros, que si no hacemos los preparativos propicios, el reino no sobrevivirá este invierno, además, la deuda de la corona, se suma a la deuda de la reconquista, ya te he enseñado los libros hijo, Los Cazafríos es la familia que más dinero y tierras posee y – el joven se atrevió a interrumpir a puño de acero-
- El que más que la corona le debe- con un suspiro evidente.
-Sí, pero, Eduardo ha prometido borrar la deuda de la corona por completo si accedemos a ligar nuestro linaje con el de los Cazafríos.- esa última frase le costó decirla y Alejandro se dio cuenta de ello, esto era muy duro para su padre, pero después de todo, ¿porque era él quien debía de pagar con sufrimiento la deuda de su padre? El no merecía esto.
-No padre, no me casare con esa doncella, no me gusta y no lo haré, soy el príncipe y heredero al trono, creo que puedo tomar mis decisiones por mí mismo.
- Eres el príncipe y heredero al trono, pero solo cuando yo me haya ido, mientras tanto harás lo que a mí me parezca mejor para tí y para mi reino. Por el cual yo luché y derramé mi sangre junto con la de otros hombres valientes, hombres que creían en mí y en mi ideal. No dejaré que alguien y menos mi hijo me diga que no, te lo advierto si me la pones difícil, podré hacer de tu vida un verdadero martirio. El Rey suspiró y puso su mano de hierro en su frente mientras miraba por la ventana de la majestuosa habitación, luego miró al príncipe.
-Mira Alejandro, sé que serás en un futuro el rey, pero necesito que veas como yo que el reino depende de tus acciones y tu vida, el reino vivirá de tí, succionara tu sangre y comerá tu piel, esto no es un juego de críos, es algo de peso, ya eres un hombre y es tiempo que te envuelvas en los asuntos reales, hijo, por favor pon de tu parte, si de veras amas a este reino, accederás a mi decisión.
El hijo vió en su padre algo que nunca había visto, ¿será aquel hombre que le habla, el que las historia se referían? ¿Aquel hombre benévolo que era antes de que su madre los abandonara? Entre dientes y con el seño fruncido el joven acepto con un ligero movimiento de cabeza, casi imperceptible, pero que no escapó del conocimiento de su padre.
Esa tarde observó pacientemente como su padre cerraba el compromiso intercambiando cabellos de sus respectivas barbas, cosa que es normal entre caballeros. Una vez cerrado el compromiso, ambos bellos son guardados en una caja de cedro, pulida y barnizada con grasa, con cinceles cuidadosos representativos del cuervo, que es el símbolo de los Corvos y una serpiente, símbolo de la casa Cazafrío, el pestillo de la caja es en plata lustrosa y el pergamino de la unión que será más tarde usado en la ceremonia, descansaba junto a los dos bellos. Un escalofrió corrió por su columna al pensar nuevamente en el espanto de mujer que la vida le ha regalado.
-Ya he dado mi primer paso a ser un buen rey Deotrefes- El joven trataba de enmascarar su tristeza y repulsión con una pequeña satisfacción personal.
-Veo que está un poco mejor, Señor, y hasta me ha llamado por mi nombre- el joven mozo de cara acalabazada a la vista del príncipe estaba más cómodo con su nombre que con el seudónimo.
-Jé, sí Deotrefes, ahora que seré Rey tendré que enfocarme más en mis vasallos y mi gente que en mis caprichos, por eso me iré de juerga desde ahora, claro está, para dar amor a mis señoras de la posada Hoja de Maple. – El joven entró en sus aposentos y tomo su traje más elegante su bolso de oro, en eso miró a Deotrefes y le dijo – Tienes cara de amargado, vamos yo te invito la primera ronda de cerveza, ¿qué crees?, tengo que estar mal de la cabeza para irme a divertir contigo.
-Mi señor príncipe, agradezco su invitación, pero el Rey me dijo que no podíamos salir del castillo, ni siquiera de sus áreas circundantes. Mire que mañana conocerá a su futura esposa y tendrá que estar bien descansado, puesto que será un día muy largo para usted.
Alejandro se aproximo al sirviente con paso seguro y ligero y le tapo la boca y le empujo la cabeza regordeta hacia atrás, logrando que el pobre obeso cayera de culo al suelo.
-Déjame en paz y cierra la boca, deja de recordarme que es lo que tengo que hacer, sé lo que tengo que hacer… solo… olvídalo, si quieres ve e infórmale al Rey lo que el príncipe va ha hacer, pero no me vuelvas a decir lo que tengo que hacer, entendido, No eres mi familia, no eres mi amigo, solo eres un mugroso sirviente.
-Con eso el príncipe tomo su capa de lince y salió en la oscuridad de la noche, tal como una sombra se confunde en la oscuridad. Y el joven gordo se quedo solo en aquella fría y gran habitación que respiraba soledad y futuros problemas.
La noche era fría, y lo único que podía ver el joven príncipe Alejandro era un manto blanco que arropaba todo el pueblo, las chimeneas humeaban como la pipa de tabaco del viejo Alfred el cojo, el herrero del castillo. Mientras caminaba a paso ligero pensaba en lo que sucedería mañana. Todo le daba vueltas en su cabeza, el matrimonio, la gorda novia, su padre, los dientes de madera ensangrentados… que asco, cada vez que se hacia esa imagen el estomago se le volteaba. Al estar sumido en sus pensamientos no se dio cuenta que estaba pasando por un área resbaladiza, cayo de trasero y su cara vino a encontrar la ruta perfecta a las gracias de un asno, que a pocos metros parecía burlarse de él y su desdicha. Qué horror, ahora estaba mojado con la ropa rasgada y con un fuerte hedor a mierda. Se levantó como pudo, pero volvió a encontrarse en el suelo. Cuando alzó la vista vio dos ojos verdes como la profundidad del océano y con extraño brillo que parecería que se habían tragado la luna, eran hermosos. La joven de cabellos negros como la noche lo ayudo a levantarse a la vez que le preguntaba si se encontraba bien, su voz era melodiosa, casi como una canción, pero a su vez sus manos eran fuertes como de leñador. Alejandro al momento reaccionó, pues todo le pareció una eternidad, es como si el tiempo se hubiera parado por unos segundos. Se sacudió la cabeza la empujó a un lado.
-¿Qué crees que haces?
La muchacha consternada y confundida, lo miró asombrada, pero por un breve instante Alejandro juraría que un rayo brilló en los ojos de la hermosa campesina, ésta le arremetió con palabras diciendo en un coloquial acento campirano.
“Ayuando a un malcria’o que no sa’e siquiera como parase, ¡que se fastidie él, total, la peste que lleva encima mole’ta hasta mis cabros. Quédese ahí tira’o como lo que apesta usté.”
La chica que estaba con los brazos cruzados tenía en ese momento el semblante duro, pero a pesar de estar sucia y sudorosa, Alejandro vió que era hermosa. Pero de repente sintió que la cara se le calentaba y la espalda se le enfriaba de rabia. Se levantó dando trompicones y se acomodo su capa lo mejor que pudo, se acomodó el cabello y la miró, más como un animal herido en su orgullo que de un príncipe.
-¿Cuál es tu nombre mujer?
La joven que estaba ocupada con sus animales de tiro, ni se dignó en contestarle. El joven se encolerizó aun más, pero como es un Príncipe, no puede perder la compostura. Así que se dirigió a ella una vez más, pero tratando de que la voz no le temblara de ira. Ella se viró y lo miró desde arriba hasta abajo, entrecerró los ojos y le espetó de malagana:
-Alice retoño de Dorca la Panadera, ya podría déjame en pa’.
-¿Sabes con quién estás hablando, Alice hija de Dorca la panadera?
La chica de cabellera negra miro las botas de cuero curado, seguido por los pantalones rasgados y mojados, subiendo la mirada al chaleco y camisón hediondos a desechos de asnos y por último la cara del joven sucia y rasguñada por la caída, se quedo contemplando un segundo y puso cara de espanto, el joven complacido por haber logrado que la joven entendiera su error al hablarle de aquella forma, sonrió. En eso comprendió que no era lo que él creía. Una voz profunda y áspera detrás de él interrumpió aquel aliento de victoria del muchacho. Cuando se volteó sobre sus talones, pudo apreciar en la penumbra una silueta gigante de unos siete pies de altura y cinco de anchura, con un objeto que centelleaba con la luz de la luna con un brillo plateado, lo que decía aquella persona era casi ininteligible, pero una segunda silueta salió de la oscuridad hablando un poco más despacio, como la voz de una serpiente:
-Mira lo que encontramos Montaña, mira nada más, una linda señorita, jejeje y su noviecito. Oye chico, que lindas botas tienes, dámelas y la bolsa que llevas a las caderas, rápido o tu noviecita pasará un buen rato con montaña, mira que a él le gustan pelinegras.
Cuando Montaña salió de las sombras, Alejandro pudo apreciar mejor aquella horrible cara, nariz ganchuda, labios leporinos, ojos marrones y una cara llena de marcas de viruela. Nada agradable y el príncipe sabía que aquello no le gustaría mucho menos a Alice. Por mas sarnosa que le pareciera la joven él no permitiría que le pasase algo a ella, después de todo, él es el Príncipe.
La figura que hablaba más elocuentemente se acercó a ellos con paso algo cojo, Alejandro vió que el hombre era bajo y tenía una deformidad en las piernas, al parecer él y montaña eran hermanos, pues compartían la misma nariz ganchuda, el hombrecito con labios escasos y pelo castaño apremió al Príncipe para que se quitara las botas, este se dió cuenta que no cargaba consigo su espada. Así que solo se quitó las botas, cuando se estaba agachando para sacar los seguros de su bota, sacó su daga y cargó hacia la gran cabeza deforme de montaña, brincó y le clavó el puñal, luego de eso todo sucedió demasiado rápido, sintió como sus manos se llenaban de algo húmedo y con olor a hierro, cómo su mundo se volteaba y como las voces se apagaban lentamente mientras que su mundo colapsaba y se apagaba. Lo último que escucho fue la voz de Alice que gritaba frenéticamente, luego de eso ya no hubo más, solo silencio.
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La orden del tulipán (Completado)
FantasiaCada generación tiene algo que aportar a la siguiente, sea para bien o para mal. En el mundo de Egea, no es la excepción. Cada uno vive su vida, sin embargo, cada vida es el reflejo de las generaciones pasadas. Copyright © Todos los Derechos Reserva...