Capítulo 6 Elena

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“Brillante como el Sol, resplandeciente, la que es como el sol, aquella que posee la belleza del día”
–Significados de los nombres

Año 1275 E.C.
            La mañana era calurosa y el sol regalaba su pronta presencia en el reino,  en las alcobas reales todo estaba a oscuras todavía, cuando una silueta entró y procedió a dejar entrar la luz al abrir los grandes cortinajes. Un hombre alto y encorvado, daría la apariencia que tal hombre podría ser hijo de gigantes, por su estatura, pues si no llega a ser por su curvatura, llegaría a los diez pies, entró a las habitaciones y procedió a llamar al joven que todavía estaba en la cama. Isaac dormía plácidamente entre sus frazadas de león, cuando fue sacudido estrepitosamente,
un terremoto –pensó el joven mientras de un salto salía de la cama como si la misma estuviera en llamas.
Salió sin mirar a nadie ni percatarse de que estaba en su ropa interior. Como una saeta huyó fuera del hogar de madera, piedra y barro. Aun cuando sus instintos de supervivencia fueron como los de un león en peligro, su momento de alivio de haber salvado su vida, fue tan corto como un pestañeo. Las risas que se escuchaban en el fondo y la frescura que  sentía, dejaba claro que las prioridades de las demás persona habían pasado a un segundo lugar, para burlarse de su desdicha.  Entre todas las risas Isaac pudo escuchar la estrepitosa y ruidosa expresión de regocijo de su padre Antonio Corvo, un hombre sin igual, tan grande en tamaño como en la guerra, sus enemigo temblaban ante los Corvos, Antonio, lo habían bautizado en esas áreas del Norte como el Severo, pero le decían también el Osocornudo, por su imponente tamaño, su padre era más alto que la mayoría de los hombres en aquel campamento y su capa era del pelaje de ese magnífico animal. Su padre seguía riéndose, Isaac no entendía el humor de su padre. Su padre lanzándole unos pantalones tachonados y un jubón, lo invitó a que lo siguiera.
Padre, creo que hoy debería estar en la reunión con tus nobles. –el joven todas las mañanas intentaba convencer a su padre de que debería tomar parte más activa de las decisiones acerca de la batalla que se llevaba en el sur – a mi edad ya Abuelo Hacha te dejaba tomar parte…
No sigas con el mismo tema, eres nuestro único heredero, yo ya estoy cansado y cuando lleguemos tomar nuevamente el trono, no me quedaran muchos años de reinado, en cambio tu, tu tendrás toda una vida. Tu Abuelo Benjamín ya está viejo, llevamos tres generaciones luchando esta maldita guerra, para recobrar el trono, y no nos arriesgaremos a perder a nuestro heredero, para que todo sea en vano. Ahora, dime que te dedicarás con Armenio a los estudios y nada de esta conversación nuevamente.
Si padre.
Bien, la próxima vez que te zarandee, trata de no mear en tus pantalones –y acompañando esa florida expresión, su padre hecho una carcajada como el rugido de un oso
Un Joven alto de cabellos negros y plateados como la ceniza después de un gran incendio se acerco ligero, pero con paso seguro hacia padre e hijos y con una elegante inclinación, saludo. Era un hombre alto, de unos veinticinco veranos, los cuales, al entender de Isaac, habían sido utilizados mejor que los veinte de él. Aquel noble muchacho de nombre Eduardo Cazafríos, ya era versado en la guerra, había participado en la batalla de ‘las tres’ desde que era solo un muchachuelo de apenas quince primaveras.
Mis señores, -mirando entonces al padre- Príncipe Antonio, Su padre Benjamín, desea verle.
Claro. hijo, acuérdate de lo que te he dicho, cuando salga de la reunión iremos juntos de caza.
Dicho esto, se marchó con el joven Eduardo. Isaac vió como su padre recostaba el brazo del hombro de aquel muchacho, y parecía felicitarlo por alguna aparente hazaña en el campo de batalla, el muchacho había desenvainado su arma y estaba fingiendo matar algún enemigo hecho por el viento, su padre reía y le palmeaba la espalda a aquel joven.
Si yo estuviera en el campo, mataría tantos o más que ese Cazafríos. Yo soy Isaac Corvo, y tal vez hasta la espada pudiera, sin ninguna intención, aterrizar en el cuello de él. –eso hizo que una maliciosa risilla saliera.
¿A quién queremos matar hoy, mi señor?
Se escuchó en sus espaldas la voz de un hombre entrado en sus días de oscuridad, el corazón de Isaac dio un vuelco y paró en seco, sintió que por la impresión, se le iría a salir del pecho, no esperaba que hubiera alguien a sus espaldas.
Por los dioses, Armenio, no hagas eso.
Diría que se asustó, lamento, no deseaba que se sobresaltara de esa forma, sólo vengo a buscarle, para comenzar el repaso del libro “Cincuenta años de poesía e historia”.
Con un suspiro Isaac recorrió el camino hasta la cabaña nuevamente con Armenio, para comenzar las clases.
El sol tímidamente se escondía, y las nubes tomaban un color escarlata muy hermoso, los árboles y los animales se preparaban para dormir pronto, el verano era largo, pero remunerador, una época de gozo, a pesar de la guerra. Su padre llego cabalgando su corcel marrón. Cuando llego a su hijo, Isaac lo esperaba impasible, necesitaba hablarle, aun cuando no lo dejase ir al campo de batalla. Que lo dejase al menos escuchar las estrategias que tomarían. Cuando fue a su padre, Isaac se dio cuenta que su padre no estaba bien, venía preocupado, pareciera que algo estaba ocurriendo. Como hijo observador, se adelantó en a preguntar.
¿Padre que sucede?
Las tropas de Cedric El Negro, se han adelantado más de lo previsto, ya han cruzado el lago dos puntas al Sur y su marcha se ha doblado, se suponía, que bordearan el lago, nuestros vigías no habían visto bote alguno. Tengo que salir de inmediato a encontrarme con tu abuelo Hacha en el monte Esplendor, para así llevar ventaja de terreno. Hijo, volveré en dos días, mientras estarás a cargo del campamento, si algo sucediera… -el padre se notaba excepcionalmente preocupado, Isaac podía leer el rostro de su padre como un libro. Podía ver en sus ojos la preocupación de que tal vez no volvería, pero a la vez su rostro duro y curtido como el cuero, reflejaba el odio y la seriedad, su temple no se quebró y tomando nuevos aires se irguió en su caballo como vigoroso gigante, su mirada se posó en su hijo. Su armadura de guerra hacía que su padre se viera aun más impresionante, su peto era de hierro negro con dos grandes alas de cuervo en cada hombro que le sujetaban su larga capa escarlata bordada con numerosos cuervos dorados, su guanteletes eran negros con detalles plateados y en los nudillos llevaba picos de cuervos, el yermo tenía la forma de cabeza de cuervo y en donde estuvieran los ojos del cuervo habían piedras de ámbar, decorado con una cresta de plumas negras que llegaban hasta su cuello. Su cinto era cuero tachonado y llevaba para dos espadas, una a cada lado, sus espadas eran hermanas, pues habían sido sacadas del mismo hierro Saraoní de las Tierras del Mas Allá. Eran dos espadas que tenían la forma en sus mangos de alas de pájaro y en su pomo, picos envenenados, la hoja era plateada con destellos rojizos y detalles de plumas de cuervo.
Si algo me sucediera, hijo mío, deberás entonces ir al norte a las tierras de los Cazafríos, allí estarás reuniendo los abanderados de esa zona y llevaras nuestro nombre hasta el final… acuérdate hijo mío, -y con la mirada que caracterizaba a los Corvo, una mirada penetradora, que podía ver más allá de lo normal y con la voz dura de un guerrero anunciando la muerte – ¡SIEMPRE VICTORIOSOS Y SIN DOBLEGAR! –aquellas palabras retumbaron y sus soldados al unisón vitorearon y las repitieron, Isaac sentía un orgullo inmenso por aquellas palabras, no había forma de describir mejor el nombre de los Corvo.
Cuando se alejaban, el resplandor de los últimos rayos del sol comenzaron a reflejarse en las lustrosas armaduras, como si estuvieran encendidos por un intenso fuego que los consumiera, aquella imagen fascinó profundamente a Isaac, que deseaba fervorosamente seguirlos. El marchar de los soldados era coreado por un agudo sonido de destrucción, sus pasos anunciaban sangre y su brillo destrucción por completo. Las mujeres del campamento y los niños corrían tras los caballos para despedir a sus amados una vez más. Agarrados de la esperanza de que no fuera la última, los ojos rojos de la tristeza acompañaban los suspiros y quejidos. Todos en una guerra sacrifican algo, la sangre siempre se vierte de todos lados. Las mujeres se detienen al llegar a la entrada del bosque y los niños por su ignorancia tratan de ir más allá, pero los guardas los detienen y los devuelven con sus madres afligidas. Aquellas imágenes a los ojos de Isaac eran tristes, pero él entendía que debía de ser así, los hombres guerrean por la paz de las mujeres, ¿pero aquello era paz?, Isaac presentía que pronto acabaría la guerra y que su reino sería largo y justo.
El campamento era grande y extenso, la mayor parte de los leales abanderados de su padre y abuelo, estaban allí, la cantidad de personas era innumerable y cada día llegaban más fieles adeptos, pronto se acabaría. Cedric ‘El Negro’, con cada día que pasara perdía terreno, pronto tendría que huir nuevamente a su país a las Tierras Del Mas Allá. Nadie sabía de dónde aquel hombre había llegado, pero llegó. Según le había contado su abuelo, que a su vez le había contado Jaime Altoarbol, que aquel Rey usurpador llego con una inmensa flota de carabelas humeantes, echaban vapor como si estuvieran encendidas en fuego. Los soldados, según Hacha, eran inmortales. Los degollaban y lo único que salía era vapor en lugar de sangre, Isaac no creía mucho esa parte de la historia. Pero según su abuelo, ya no tenían esos soldados que por alguna razón, ya han dejado de humear y por ende estaban ganando la guerra. Isaac le preguntó al maestre Armenio si había leído acerca de los hombres de vapor y piel de metal, pero armenio mencionó que sólo se lee de esas cosas en los libros del Mas Allá. Eso es una tontería, delirios de un viejo, así catalogo aquellos cuentos fantasiosos a Isaac. ¿Quién diría que mi abuelo inventaría semejante cosa para desalentarme en ir a batalla?
Señor Isaac, lamento interrumpir su meditación, pero necesito que vea algo.
Un sirviente había llegado hasta Isaac, era un poco más bajo que el joven y llevaba un jubón verde olivo, pantalones de lana amarillos gastados por el constante uso y unos zapatos cerrados. Cuando Isaac siguió al joven de pantalones gastados, subieron por una pendiente hasta llegar a la cima donde había apostado un atalaya,
Mi señor, mire hacia allá, ahí unos hombres, quizás unos quince, pareciera una patrulla de reconocimiento, no podemos dejar que se acerquen y lleven las noticias de nuestra ubicación.
Cuando Isaac agudizó su vista, efectivamente, habían unas personas caminando entre medio de los árboles. Pero no se podía distinguir si eran soldados o civiles, podía ser cualquier cosa, no debían de actuar a la ligera.
Mejor hay que enviar a dos exploradores, para ver quiénes son, si fueran soldados, ya se habrían ido y no andarían merodeando esta zona, envíalos y me informan tan pronto sepan algo.
Isaac se sentía contento porque entendía que había tomado una decisión de peso, comenzó a pensar que pronto se le daría el seudónimo de ‘El Justo’ o tal vez algo como ‘El Sabio’. Se dirigió colina abajo para llegar hasta su recamara, aquel lugar era acogedor, pero ningún adorno o pieza de oro hacia que pareciera un verdadero castillo. Sólo era un lugar provisional hasta que avanzaran un poco más. Su madre estaba en la torre Los Dedos, al Noroeste de aquel lugar. El joven sentía que añoraba la compañía de su madre y sus tres hermanas, siempre compartían juntos, aun cuando reñían de vez en cuando. Lamentaba estar tan separado de ellas, llevaban en el campamento unos seis meses, todo aquel marchar hacia la guerra lo emocionaba, pero la realidad era que Isaac, nunca ha estado en una batalla, lo único que sabe es la teoría. Su experiencia en la materia, se reduce a unos cuantos libros viejos y una pequeña cortadura en la mano derecha que se propinó al entrenar con unos mosquetes, pero aparte de eso, estaba tan verde como el musgo de las cascadas.
El aroma a ciervo asado con manzanas y especias veraniegas, sacó al joven de su ensimismamiento, aquel aroma delicioso atrajo la atención hasta de los guardias que permanecían apostados en el exterior de su dormitorio. Isaac se levantó y procedió a caminar hasta la puerta, con un chirrido molesto la misma dejó entrar la luz del día que ya agonizaba y con palabras afables dejó pasar a aquellos soldados.
Juntos comieron ciervo asado con manzanas, especias, sopa de setas y cerveza de trigo tostado. Cuando el soldados más joven, Andrew Baralarga, contaba una peripecia que tuvo junto con dos campesinas, por la puerta entró un soldado y anunció al joven Isaac que habían retenido a un grupo de merodeadores que según aquel hombre, era muy extraño la presencia de aquellas personas en esa área del norte.
¿A qué te refieres, soldado?
  Mi señor, m…m… mi… expre… expre…expresar, no… no es muy b…b..bueno…
Ni lo digas, ¿no pudieron enviar a uno más entendible?, bueno mejor te sigo, para que no estemos toda la noche en explicaciones, dirígeme, vengan Andrew Baralarga y Tomás Espiga, tal vez encuentren otra historia que contar.
Así que tomando su espada del barandal y echando a un lado el plato de comida, procedió a salir.
Cuando el chirrido de la puerta anuncio la salida del joven al exterior del campamento, el cielo ya estaba oscuro. Las antorchas ya encendidas alargaban las sombras de una forma perversa y amorfa. El soldado dirigió a Isaac al lugar de las picas y de interrogatorio, una vez allí, el joven pudo ver que efectivamente no era un grupo que comúnmente se vería en aquellos lugares. Llevaban ropajes largos hasta los tobillos, el rostro de aquel hombre se distinguía por una poblada barba, bien cuidada, pero algo aceitosa, sus ojos eran almendrados y los cabellos de las mujeres estaban trenzados en una sola trenza, que corría hasta el área del cóccix, sus cabelleras eran negras como la oscuridad impenetrable de una cueva y sus ojos eran de un color ámbar que pareciera sacado del mismo sol, la piel de estas personas era un tanto rojiza. Había dos niños y una joven. Los niños estaban algo inquietos, como cualquier otro niño que desconocía que sucedía, recurrían a lo único que sabían hacer en aquella circunstancia y la joven estaba de rodillas mirando al suelo, las mujeres llevaban una especie de manto sobre la cabeza, mientras que aquel hombre poseía un fez de tela. Todas las mujeres estaban mirando hacia el suelo, mientras que el hombre estaba de pie enfrente de ellas, como procurando protegerlas, aun sabiendo que su intento sería en vano.
No hemoz ello daño a nada ni nadiez, hemoz rezpetadoz la zantidad de la vidaz, zolo pretendo dar a mi familiaz un hogar.
La voz de aquel hombre era un tanto nasal, su acento era muy diferente al de los norteños y sureños, pero sonaba muy parecido al de los del Este, de las tierras de Sarem. El hombre seguía en posición de escudo para con su familia, en su voz se escuchaba humildad, pero sus ojos se podía distinguir el celo que había visto anteriormente al cazar a un león montañés que protegía a sus crías. El hombre no iría hacer nada si no se tocaba a su familia.
¿Qué hacen encadenadas estas personas?
Preguntó evidentemente molesto Isaac, ¿qué han hecho, los encontraron robando o matando animal perteneciente al campamento?, aquellas preguntas hicieron que el soldado tartamudo, se pusiera más nervioso todavía, si apenas Isaac no le entendía nada, ahora mucho menos.
¿Estaban armados?
N…n…no mi…no mi señor.
¿armas, mapas, oro, esclavos, uniformes, venenos… algo?
N…no…no mi señor… no.
Entonces, ¿porqué están acá y porqué están apresados con grilletes?
En eso Tomás Espiga que anteriormente había estado comiendo con el joven Isaac, se adelantó y escupió en el suelo a los pies de aquel hombre. En su rostro evidenciaba asco y su tono de voz desprecio irracional.
Su único delito y el más serio, es haber salido de la mierda de donde vino, mejor hubiera sido que se quedaran en su mundo.
Su mano como una saeta encontró su rumbo perfecto a la mejilla de aquel hombre, a la vez que el hombre barbudo caía al suelo con los labios lacerados por el xenofóbico impacto. Las mujeres se abrazaron con sus hijos y la joven que todavía a ese momento miraba al suelo como si este le estuviera aguantando la cara, se apresuró a cubrir a las mujeres y a los dos niños, éste movimiento de improvisto causó que Tomás sacara su espada y la traspasara por uno de los costados, la chica cayó al suelo con un estrépito sonido acompañada por el grito desgarrador de su padre, mientras que las mujeres seguían llorando desconsoladamente protegiendo los niños que gemían. Su padre estaba en el suelo algo aturdido tratando de arrastrarse al cuerpo de la chica moribunda, que perdía mucha sangre a la vez que miraba con ojos de incomprensión, impotencia y amargura a Isaac. Aquello provocó la súbita ira de Isaac, que sin mediar palabras y sin pensar en lo que sucedería luego, tomó su espada y con un sonido ligero y rápido, el espadón corto de una forma limpia a aquel insubordinado. El único sonido que se escuchó por todo el campamento por unos segundos fue el agonizante resoplido de Tomás Espiga, que poco a poco fue abandonando el coro del llanto de las mujeres que tanto daño había causado.  Levantó del suelo al hombre que seguía abrazado de su hija y gritó a los soldados estupefactos que miraban la escena con incredulidad, que trajeran al Maestre Armenio deprisa.
No te preocupes, Armenio es el mejor para estos casos, tu hija va a estar bien.
Aquellas palabras eran como gotas en un incendio forestal, el hombre estaba destruido, su rostro  desencajado, no podía creer que su pequeña estuviera convaleciente en el suelo. El maestre llegó lo más rápido que sus geriátricas piernas le permitían, miró a la chica y rápidamente ordenó al soldado que la llevara a su tienda, tenía que parar el sangrado deprisa, pues sino la criatura no lo lograría. Armenio miró a Isaac, no comprendía lo que sucedía, ¿Cómo es que una Saremnita, había llegado y estaba en esas condiciones?, pero el viejo maestre, sabía que su prioridad era salvar primero y luego preguntar. Cuando Armenio y el soldado con la muchacha se habían ido, Isaac tomó las llaves del cuerpo del soldado degollado y liberó al hombre y su familia.
Ven conmigo, tenemos que hablar.
El hombre con los ojos rojos por el amargo momento levantó a las mujeres y a los niños y precedieron a seguirlo hasta una tienda que era usada para guardar provisiones.
Mi nombre es Isaac Corvo, hijo de Antonio Corvo, futuro rey de Carmesí.
Jamed, Jamed Azair y eztaz zon miz ezpozaz, Jazmin y Eunize, miz doz hijos, Darian Jamed y Aliaz Jamed y mi hijaz que usted tratara de zalvar, -su voz se le quebró y su rostro reflejo enojo –luego de arrebatarla ez Helane.
Lamento lo que sucedió, no debió haber sucedido, pero velaré por ella.
Ahora no buzco culpables ni ezcuzas, zolo quiero a mi hijaz bien, ¿cree que podremos acambar en la imediazión de afuera del campamentoz?
Si, no habrá problemas, mandaré a que lo ayuden a levantar su tienda.
Agradezco zu beneplácitoz, pero ya han hecho demasiadoz.
Entendiendo el mensaje, Isaac levantó una mano y uno de los soldados apostados en la entrada se acercó.
Acompañe al Señor Jamed Azair para que elija un lugar donde establecer su caseta y que nadie ose meterse con ellos, no queremos que Tomás tenga compañía.
En eso se dirigió a Jamed y le hizo una leve inclinación de rostro. Jamed y su familia salieron de la tienda de provisiones, seguidos por el soldado. Isaac al verse sólo, se derrumbó en una caja de madera que había a su lado, y la imagen de Tomás Espiga con una cascada espesa de sangre borboteando de su cuello le invadió su mente, era la primera vez que veía la muerte tan de cerca y lo peor era que él la había llamado. Aquello le recordó lo que deseaba de la guerra, ¿estaría listo para ver esas cosas o tal vez peores?, su cabeza estaba liviana y su pecho le indicaba que eso no era como él se lo esperaba, en los libros siempre las muertes eran limpias y dignificantes, Aun para los enemigos. Pero aquello que sucedió hacia unos momentos, no fue nada limpio o dignificante, la sangre se mezclaba con la materia fecal y el hedor no se hizo esperar en aquel lugar, nada de lo que había leído en los libros lo había preparado para aquella impresión tan marcada que se le quedaría cauterizada en su mente.
Pobre chica, maldito Tomás, que se queme en los cinco infiernos.
En medio de su maldición, la silueta encorvada de lo que parecería un gigante entro a la caseta. Su rostro a la luz de la vela que traía en sus manos, exageraba sus expresiones, o al menos deseaba que fuera así.
Dígame Armenio, ¿qué ha pasado con la joven?
Esta dormida, pero no sé si llegue a despertar, perdió demasiada sangre y el sable… bueno, la chica no podrá concebir hijo alguno.
Pobre chica, su padre quedará destrozado.
Señor, me retiro a mis aposentos, para seguir con la vigilia. Si me necesita otra vez, sabe donde estaré, con su permiso. –con esto se inclino y salió del lugar.
No le diría nada a Jamed Azair, hasta que la chica despierte, no serviría de nada avisar si no hay esperanzas todavía.
         La mañana estaba un poco más templada que el día anterior, las tropas marchaban y el retumbar del suelo hacia que pareciera un temblor, y el sonido de las espadas y los gritos de disciplina inundaban aquella mañana, los soldados practican todas las mañanas, para mantenerse pulidos. Pero en aquella práctica también se escuchaban maldiciones, gritos de terror y el sonido de cuernos. Isaac se levantó deprisa y a tropezones llegó hasta la ventana de madera de su estancia, sus ojos no podían ver bien, por el rocío mañanero. Abrió la ventana y la bienvenida de una saeta encendida, cruzó la estancia y recibió como el cálido beso de un amante a uno de sus trofeos de caza. Las voces que acompañaban el sonido del cuerno, no eran inteligibles, aquellos soldados intrusos eran completamente negros y sus movimientos eran rápidos y precisos, Isaac se asomó nuevamente por la ventana, esperando que otra flecha no se cruzara en su camino. Aquellos soldados negros, rajaban, desmembraban, desollaban, partían y traspasaban a los legionarios de su padre, no podían ser humanos, Isaac reconoció a uno de los soldados, el que llevó a Jamed Azair, el hombre corría hacia el cuarto de Isaac.
¿Qué sucede?
Manténgase abajo, ya nos encargaremos de ellos, -y en su rostro con sangre ajena y valor aseguró - duraran.
El hombre se veía muy confiado, tenía la fuerza y estatura de un Uro, pero aquello no dejaba de inquietar a Isaac. El joven tomó su sable, y salió por la ventana trasera del dormitorio, cuando salió los cuerpos y lo que quedaba de otros estaban esparcidos por todo el campamento, aquella escena mortuoria le hizo devolver el ciervo que tanto le había deleitado la noche anterior. Los soldados corrían tanto para atacar como para huir, Isaac no sabía qué hacer, vió al soldado que anteriormente le había aconsejado que no saliera y éste fue con él hasta unas trinchera que habían la borde del campamento, el fuego y los gritos eran más comunes que los soldados negros caídos, aquello era crítico, a dónde mirara sólo había indicios que pronto perderían aquel lugar a manos de los negros. Isaac corría junto a aquel soldado imponente. Al pasar frente a la carpa de Armenio, sus ojos se abrieron por la impresión de ver que estaba en llamas, no podía dejar al viejo morir así. Se soltó de la mano del gran soldado y corrió esquivando unas saetas encendidas que pararon a unas pulgadas de sus pies, ya aquellos soldados negros sabían dónde estaba el heredero e Isaac sabia que tratarían de borrar el linaje Corvo. Cuando entró en la caseta, vió en el suelo al viejo, todo estaba oscuro por el humo, sus ojos lagrimeaban avisando que pronto sus pulmones no funcionarían bien, el muchacho se arrojó al suelo y comenzó a gatear como un párvulo, hasta que alcanzó al viejo maestre, tenía la sensación de que si no salían pronto morirían allí. Cuando comenzó la marcha para la salida, se percató que la chica todavía descansaba sobre la mesa de operación. Isaac deseó ser tan grande como el soldado que lo llevaba a rastras hace un momento. Cuando salió el soldado que lo escoltaba estaba tomando al maestre para llevarlo a un lugar seguro, pero cuando trató de llevarse al joven, éste se escabulló y volvió a entrar a la caseta, la chica estaba pálida y sus extremidades moradas, parecía muerta, pero Isaac estaba seguro de que a Jamed no le gustaría enterarse que el cuerpo de su hija no tendría un entierro digno. Tomó a la chica con cuidado y comenzó a salir, cuando salió se topo con un soldado enorme, pero este no era el que anteriormente lo había ayudado, este era negro como la noche, sus dientes eran amarillos y sus ojos tenían un color morado, que no parecían humanos, aquel gran hombre poseía en sus manos una enorme mandoble curva, su tamaño y peso se veían descomunales, pareciera que podía cortar de arriba hacia abajo al joven sin el menor esfuerzo. Aquel hombre de imponentes dimensiones, arrojó contra el suelo de un golpe al pecho a Isaac, el golpe lo lanzó unos cuatro pies, el hombre hablaba en un lenguaje extranjero, pero no se necesitaba ser un lingüista para saber que estaba recordando la madre de Isaac. El hombre con su pesada armadura negra comenzó a cargar contra el muchacho, como un toro contra una víctima malherida. El muchacho estaba mareado por el impacto, no podía pensar, todo estaba muy nublado. El sonido de la guerra era en su mente como algo lejano, pero en medio de todo el polvo y el fuego, vió el cuerpo tirado de la pobre chica, entonces pudo ver el mastodonte que corría hacia él pronunciando aquellas horribles palabras indescriptibles. Isaac trató de moverse, pero no pudo, tenía la pierna derecha adolorida. El hombre con sus pasos apresurados, hacía un estrépito en el suelo como si fuera a destruir la tierra donde caminaba, su mirada de ojos púrpuras dejaban ver sus claras intenciones de destruir al muchacho. Trató entonces de buscar algo a su alrededor que lo ayudara en lo que parecía ser una tarea inútil, el enorme golem de carne brincó, extendió sus poderosos brazos hacia el cielo, con el espadón reflejando la luz del sol. Ya Isaac sentía que no volvería a ver a su madre y hermanas, la espada comenzó a bajar con una rapidez sobrehumana, dejando destellos de luz a su paso, la masa de carne comenzó a gritar y el joven cerró los ojos apretándolos, esperando lo peor, como si al cerrar los ojos mágicamente todos los peligros desaparecieran y fueran remplazados por sueños. Pero el ruido retumbo por todo el campamento, algo caliente comenzó a bajar por el cuello del chico que todavía permanecía inmóvil. Cuando levantó los ojos, asombrado aquella sangre no era de él, de la boca de aquel hombre sobresalía la punta de una gran lanza, la luz del sol, no permitía que Isaac pudiera ver bien hacia arriba, donde estaba su salvador, la luz solar envolvía a aquel hombre que con voz afable y un poco burlona le recordaba a su abuelo.
¿Qué, vas a seguir recogiendo margaritas, mi nieta?
¡ABUELO!
No me digas lo que ya sé, vamos, hay que buscar un lugar más seguro, antes que lleguen sus refuerzos. Malditos negros, de donde habrán salido, son como las malditas canas, arrancas un par y del mismo lugar salen veinte.
Abuelo, ¿dónde está mi padre?
¿mi otra niña?
Benjamín Corvo, era un hombre muy florido en su forma de hablar, para él todo hombre era una niña recogedora de flores. Su abuelo era un hombre de estatura promedio, tenía el cabello como la nieve y le faltaba un ojo, producto de uno de sus viajes en el mar, cuando su padre Rogelio ‘el elegante’  perdió el trono y también su cabeza, la madre de el logró escapar, y lo tuvo en el mar, como consciencia fue adoptado y criado por piratas. Nunca tuvo que aprender escudos familiares ni manierismos educados, todo lo que sabía era escupir y maldecir.
Que importa donde esta ese muchacho, ya le he enseñado bien como para que se venga a morir a estas alturas, lo importante es sacar este culo blanco tuyo de acá, para que puedas sembrar tu semilla antes de que te piquen esa polla.
Y tomado al muchacho de un brazo comenzó a correr. El muchacho miró hacia la chica tirada en el suelo, esto le dio una fuerza para soltar el brazo de su abuelo y correr hacia ella, la tomó, se la echó al hombro y prosiguió la marcha con su abuelo.
Deja eso muchacho, esto no es hora para que dejes tu semilla, ya tendrás tiempo para eso y con una que este viva.
Le di mi palabra al padre de que velaría por ella, además no está muerta, esta inconsciente.
¿Palabra?, estos muchachos y sus cosas, parece que pasé demasiado tiempo en el mar, como para que se me echara a perder las semillas. dámela, sino harás que nos maten a los tres. ¡Mierda, Hasta mi hija Amandita tiene más huevos que tú!
Benjamín, tomó en sus grandes hombros a la muchacha que seguía sin conocimientos, mientras extendía su enorme brazo para sacar su hacha, entonces comenzó a cargar contra los negros. Al primero que se le acercó por delante, con su enorme bota de punta de acero le golpeó en medio de pecho, este salió volando y una tienda en llamas paró su viaje, el segundo desdichado trató de pararlo con un giro de espadón, el cual fácilmente pudo esquivar dando un brinco hacia atrás, la espada rápidamente calló enterrándose en la tierra, el soldado levantó sus ojos violetas presintiendo que aquella imagen sería lo último que contemplaría, el hacha de Benjamín entró y salió como si cortara pan, sólo quedó el cuerpo inmóvil de rodillas. Sin reflexiones ni encomendarse siguieron su huída, cada vez que algún temerario osaba con cruzar camino con Benjamín, éste le obsequiaba sus órganos internos. Iba como un leñador por un bosque talando con su hacha a los soldados intrépidos que trataban de forma infructífera detener su marcha. Isaac estaba impresionado y a la vez asqueado, como podía su abuelo cercenar a tanto hombre en lapsos de segundos y no sentir remordimientos y él en cambio estaba atormentado por lo que sucedió. Pero lo importante era que ya casi llegaban a la trinchera. Pero al parecer aquellos soldados seguían saliendo de todas partes, por más que su abuelo cortara y rajara, seguían multiplicándose por todo el campamento. Su abuelo envistió a uno que trataba de ensartar a uno de sus soldados, a la vez que le anunciaba al desafortunado objetivo de su ataque lo que le haría a su bendita madre esa noche, todo lo demás fue muy rápido y como en un cuento lejano. Cuando miró hacia su lado, venían en su dirección dos caballos pintos enormes, con dos hombres monstruosos en sus lomos, aquellos hombres hacían que su padre pareciera un simple niño. Aquellos jinetes no llevaban yelmos, solo peto y en cada mano llevaban una red que los unía a ambos. Ya estaban a unos pasos de ser barridos por el galopar alocado de aquellos jinetes enormes, cuando su abuelo en un acto envidiable de rapidez y destreza, dió un giro en sus propios pies, sacó una segunda hacha más pequeña de su cinto y junto con la otra causó que las cabezas de los equinos pintos bañaran a su nieto de sangre. Ambos jinetes fueron a parar de bruces a los pies de su abuelo, quien con una risa estruendosa y macabra, les anunciaba su destino inmediato. Ambas hachas, seguidas por un destello de luz solar, apagaron la luz de aquellos grandes hombres. El joven vió el mórbido panorama una última vez, hasta que se levantó junto con su abuelo y siguieron la marcha. Ya se divisaba la meta, cuando de uno de los árboles una saeta voló y encontró refugio en la pierna izquierda de Benjamín ‘Hacha’, el gruñido y la descripción de la faena de la madre de quien había osado hacer semejante barbaridad, le indicó a Isaac que su abuelo estaba mal y que no podría avanzar a tiempo a llegar a la trinchera. El arquero, sacó de su carcaj otra flecha, la colocó con rapidez y destreza en el borde del arco comenzó a tensar el tendón apuntando a su objetivo, cuando el chico en su vientre sintió el calor de la ira a la impotencia, no moriría allí, no dejaría morir a su abuelo y mucho menos faltaría a su palabra, aquello hizo que su corazón latiera como marcha a la guerra, su nariz se expandió respirando profusamente. El sudor comenzó a salir helado y la sangre a hervir, en un pestañear, se levantó impulsándose de la pierna derecha y con la mano izquierda tomó el hacha pequeña, que hace unos momentos su abuelo había adornado con pedazos de cráneos, comenzó a correr lo más rápido que sus piernas le dejaban olvidando el dolor y los golpes, el arquero estaba confiado, en lo que el muchacho lo alcanzaba él le regalaría dos saetas, pero no contó que el chico con un rápido movimiento de mano liberó en el aire el hacha de su abuelo, aquella hacha escarlata surco el aire rotando con fuerza imparable, su trayecto recorrió unos metros, hasta que fué a parar entre los ojos del arquero, que con movimientos involuntarios comenzó a derramar el preciado liquido de vida. Isaac aun estaba en pose de arrojar cuando el cuerpo del arquero hizo aquel horrible sonido de chasquido y alarido ahogado. Sintió una euforia indescriptible, como si algo lo hubiera poseído momentáneamente. Sus manos temblaban, pero esta vez no era por temor a morir, ahora era por ganarse la vida, por haber luchado y salido victorioso, ahora entendía las historias épicas de aquellos héroes de antaño, entendía la aceleración del momento, entendía por qué su abuelo y padre vivían en el campo y luego tomaban esposas, aquel momento no era comparado a Tomás y su rebeldía. Allí donde estaba parado con su brazo enhiesto, estuvo a punto de perecer, pero, él había con un giro de manos cambiado aquella historia. La risa estruendosa de su abuelo se escuchó a sus espaldas, se escuchaba feliz y orgullosa.
Maldito bastardo, deberás que me tenías engañado. Después de todo, tal vez haya esperanza para los Corvo.
Con torpeza y maldiciones, como si estas lo ayudaran a aliviar la pena y el dolor, se levantó y apretó los dientes tanto, que Isaac pensó que se los rompería y escupió una grosería que hasta el pirata más deshonroso y vulgar se ruborizaría. Arrastrando la pierna izquierda como un peso muerto se dirigió a su nieto, quien corría a su encuentro, pero este extendió uno de sus enormes puños y se lo planto en su hombro.
Isaac, si vuelves a deshonrar alguna de mis hachas, aunque sea para volver a salvarme, te picaré en pedazos, ¿Me oyes recoge margaritas?
Sí Señor.
Ahora mueve ese culo de princesa y trae a Morticia la decapitadora.
Una vez recogida el hacha y devuelta a la trinchera con la joven, se encontraron con Armenio y el gran soldado que lo había rescatado. En aquella trinchera habían los refuerzos de su abuelo y vió al soldado que la noche anterior había compartido junto con el siervo que había devuelto aquella mañana, Andrew Baralarga. Los refuerzos comenzaron a saltar la barricada y con espadas, mazas y hachas en manos comenzaron a mutilar y machacar a los soldados de Cedric. Aquellos guerreros no eran normales, no tenían casas o escudos en sus ropajes, no llevaban armadura alguna aparte de una camisas de lana teñida o algún pedazo de cuero curado con tachones, sus rostros tendían a ser picados por sarampiones o por la dureza de la sal, sus ojos amarillos y su florido lenguaje tanto corporal como hablado le recordaban a Isaac a su abuelo. Aquellos hombres no luchaban ordenadamente, solo brincaban de un lado a otro y peleaban de una forma sucia, quemando y rasgando. Pero cumplían su propósito mejor que cualquier soldado del regimiento. Una vez aquellos hombres aguerridos tenían a raya a los soldados de armadura negra, el abuelo le indicó a Isaac que debía irse en unos caballos que habían preparado.
¿Qué harás tú abuelo?
¿Qué demonios te importa recoge margaritas, lo único que debe importarle al principito es montar su real trasero en aquel caballo y galopar hacia el oeste hasta que el maldito pida clemencia, allí encontraras a tu maldito padre. Yo luego me reuniré con ustedes, para arrancar la cabeza de Cedric.
Mientras procedía a montar en el caballo se volvió y miró una vez más como su abuelo empujaba al viejo maestre hacia atrás, cuando éste intentaba aplicar un ungüento en la herida.
¿Qué demonios pasa ahora?
La chica, debo llevarla.
La promesa de mierda en medio de una batalla, vale tanto como lo que deje detrás de ese árbol hace un rato atrás.
Al ver el rostro de su nieto, que dejaba claro que el caballo no se movería si el joven no cumplía lo que decía, cedió con un suspiro y una maldición.
Que te pudras en las calderas de Zafiro, llévate la mierdecilla esta, pero si te matan, te lo juro, me suicido solo para buscarte y volverte a matar, ¿me oyes maldito mozalbete infeliz?
Si mi Señor…
Con eso Benjamín soltó una risotada estruendosa
De veras que vas a ser un verdadero Rey, como mi maldito padre, siempre un caballero antes que guerrero.
Con eso azuzó su caballo y partió camino a encontrar a Jamed Azair en los bosques aledaños, no podía estar muy lejos. Después de todo, su hija estaba en el campamento y ellos andaban sin caballo.
Llego la tarde y luego la noche y no encontró rastros del padre de Helane, al cabo del día, tuvo que parar para que el caballo pudiera descansar, prendió una fogata y cazó una ardilla, al parecer los animales consientes de los conflictos huyeron del área, salvo una que otra ardilla que no poseía suficiente sentido común como para posarse frente a algún viajero e Isaac daba las gracias, porque una estaba dando vueltas en esos momentos en su fogata. La noche se tornaría fría, y los lobos y osos podrían buscar refugio en la lumbre que se había encendido. Pero Isaac no podía permanecer despierto toda la noche. Un ruido de incomodidad se escuchó a su lado, la chica ya estaba abriendo los ojos, estaría hambrienta, pero, ¿podría comer aquello tan pesado? –se pregunto Isaac. Se levanto rápidamente y fue a su lado a sostenerle la cabeza, antes que se moviera y se hiciera daño. Ahora que la veía bien y con detenimiento, vio que la muchacha era de gran hermosura, sus delicados rasgos hacían juego con sus hermosos labios carnosos y su pequeña nariz. Aun que estaba sucia y algo rasguñada, su hermosura trascendía por encima de todo eso.  La joven comenzó a estrujar sus ojos marrones, al mirar a su alrededor y ver a Isaac, se asustó, en un movimiento involuntario, se apartó y comenzó a alejarse del joven. Su rostro escudriñaba cada pequeña sección del área, en busca de su padre, madre o hermanos. Pero sus esfuerzos fueron en vano, sólo encontró al muchacho, que a unos pies estaba parado, todavía aturdido por la reacción tan repentina. Los ojos de Helane, se quedaron fijos con los de Isaac, con aquella luz anaranjada iluminando el rostro de la joven, su tez se veía aun mas rojiza y hermosa, pero Isaac no quería que ella se sintiera incómoda y procedió a sentarse cerca del fuego.
No temas, debes tener hambre, hay algunos vegetales y una que otra fruta, también hay un poco de carne y queso.
La chica todavía escudriñaba el rostro de Isaac, como si pudiera leerlo, poco a poco volvió al abrazo de la luz de la fogata, con cuidado se sentó al otro lado de la lumbre que yacía encendida. Isaac la miró un momento y luego extendió su brazo hacia uno de los costados del caballo, sacó de un saco una pomarrosa y se la arrojó a la chica, el resplandor de la fruta y el brillo que emitió cuando surcó por encima de la fogata hacia que aquella fruta pareciera mágica. La chica la atrapó con facilidad, la tomó con ambas manos y comenzó a devorarla, no era para menos, llevaba un día entero sin comer en lo absoluto.
¿Quieres algo de queso?
La chica agitó su cabeza en señal de negación, cuando hubo comido toda la pomarrosa, lanzó la semilla a la oscuridad del bosque y miró a Isaac.
Gracias.
Aquellas palabras fueron pronunciadas con la gracia de una noble y sin el acento de una saremnita, por lo cual Isaac quedó intrigado, sus ojos se entrecerraron y sus labios se comprimieron levemente dibujando una sonrisa.
Helane Jamed, le prometí a tu padre que te llevaría con el…
Pero antes que pudiera concluir la oración, la chica le contesto rápidamente.
No soy Helane Jamed, no soy Jamed.
Isaac no comprendía lo que decía la chica de grandes ojos marrones. ¿Por qué entonces aquel hombre la llamaría como su hija?, tal vez se habría golpeado la nuca con la brutal huida, pero parecía lo suficiente lucida como para estar delirando y lo suficientemente seria como para estar mintiendo.
El no es mi padre, por esa razón no soy Jamed, mi nombre es Helane, pero en estas tierras mi nombre es Elena, así ustedes lo pronunciaran más fácil.
¿Cómo es que puedes hablar tan fluido, cuando tu…Jamed, tenía un acento tan marcado?
Sólo aprendo más rápido, trabajé mucho en los puertos y he viajado lo suficiente.
Entonces la chica se levantó y se arregló su larga ropa dorada, que llevaba en esos momentos.
Deben de faltar unas seis horas para que salga el sol, apagaré el fuego para que no atraiga personas o animales innecesarios
Sí, ¿pero estas bien?, te acabas de levantar de un largo periodo de inconsciencia, tal vez necesites recostarte un rato más…
Ya he estado mucho tiempo postrada, no puedo perder más tiempo en eso. Al amanecer, con los primeros rayos anaranjados que bañen el bosque, me iré y tú seguirás tu camino. Si quieres descansa, como sea tengo que permanecer despierta. Estaré a unos pasos de aquí, no necesito ayuda.
La chica parecía un poco alterada, Isaac aunque no estuvo contento con la actitud de la joven, aceptó, pues se sentía cansado y necesitaría las energías el próximo día, sólo esperaba que la chica no le cortase la garganta mientras dormía, pero estaba tan cansado que decidió arriesgarse. Mientras sus ojos se cerraban, vió como la chica buscaba desesperadamente entre las cosas, maldecía y tiraba. Parecía no encontrar lo que tanto anhelaba, sus manos estaban tensas y sus pasos a través del lugar se escuchaban fuertes y enojados. Hasta que vio como se le acercaba a él y lo empujaba para levantarlo.
Oye, oye, despierta, vamos, despierta rápido.
Isaac a pesar de saber que ella buscaba algo, no dejó de sobresaltarse por la rudeza de la chica de grandes ojos marrones, que en aquel momento parecía que mataría a alguien.
Tranquila, tranquila, ¿qué pasa?
¿Donde están mis pertenencias, mi bolso y mi ropa?
Los ojos de la chica reflejaban su molestia, pero más allá también se podía ver su miedo. ¿Qué habría allí, que tanto la desesperaba?
Los tiene tu… los tiene Jamed, él se los llevó. Me dijo que te los cuidaría hasta que despertara, nos pareció lo más normal, pues él, bueno, creíamos que era tu padre.
Dando un puño en un árbol, soltó una maldición digna de Benjamín Corvo. Obviamente aquella chica seria el orgullo de su abuelo, tal vez a ella no le llamase “recoge margaritas”. Isaac trató de tranquilizar a la chica, recordándole que deben de estar cerca de esas áreas, sin caballo y con niños.
Nosotros somos dos y con monturas, vamos, te ayudaré a localizarlos.
La chica con rostro inexpresivo aceptó. –Claro que me ayudaras, si por tu culpa es que todo esto sucedió. Si tus soldaditos no nos hubieran interrumpido y no me hubieran herido, no estaría en esta maldita posición –la voz de la chica era dura y autoritaria, mucho más que la de él.
Pero si, no es tu padre, ¿por qué entonces estabas con ellos y por qué los protegiste?
Es algo demasiado complicado, además de eso, no te incumbe, son asuntos que están más allá de tu comprensión y de su pequeña guerra.
Tocándose el pecho, agarró su medallón y agradeció a los cielos.
Por lo menos tengo mi medallón, por lo menos tendré oportunidad de encontrarlos. Tú puedes seguir jugando a los soldaditos.
Aquellas palabras eran como agua fría que escurría por su espalda para Isaac, no podía concebir que fuera tan fría y malagradecida.
Si no fuese por mí, estarías carbonizada, te saque de la tienda en llamas y te salvé la vida.
Si no fuera por tu soldado no hubiera estado en esa posición.
Pero entonces la chica se comenzó a recostar del tronco que hace apenas unos segundos había agredido, sus ojos estaban algo letárgicos y su semblante se veía mareado, se comenzó a deslizar. Isaac al ver esto corrió hacia ella y la tomó entre sus brazos antes que encontrara el suelo.
No estás bien, deberé de ir contigo, sino, caerás del caballo y los lobos te devorarán. Si tanta prisa tienes, cabalgaremos juntos en mi caballo.
La chica tomó en sus manos el medallón y le susurró algo que Isaac no llego a entender, Isaac pensó que estaba delirando por el mareo.
Golpeas un inocente árbol y luego ya hasta le hablas a las cosas.
La chica con un movimiento de manos señaló hacia un punto y le indicó que esa era la ruta que debían de seguir, el chico estaba confundido, pero pensó que era la ruta más lógica.
Lamento haberte tratado de esa forma, pero ese hombre es el esposo de mi hermana, yo estaba haciendo un mandado con él, pero el mostraba indicios de arrepentirse, de no completar el trabajo, así que parece que al no estar en el panorama, decidió huir de su responsabilidad.
Al cabo de media hora, tuvieron que parar en un arroyuelo para que el corcel descansara y bebiera algo de agua. La chica se le perdió a Isaac de vista y cuando la encontró estaba guardando el medallón de hace unos instantes.
Ahora debemos ir hacia el noroeste.
¿Cómo sabes que es hacia allá? Pudiéramos estar alejándonos y perder su trazo, hacia el noroeste no hay nada. Si fuera yo quien huye, como me dices, iría hacia el este a Puerto Coral, así conseguiría alguna barca que me llevara a Antillas del Topo, pero no seguiría subiendo.
El no quiere volver, no puede. Así que planea tal vez buscar tierras donde no lo vayan a buscar más tarde.
Isaac sabía que Elena le ocultaba algo, que ese tal pedido o mandado, no era lo que parecía, era una jovencita demasiado precavida y no actuaba como las demás chicas con las que había estado antes.
Vamos, sigamos para conseguir tus cosas y puedas terminar con tu comisión.
Al seguir avanzando y deteniéndose para descansar, seguían compartiendo juntos, Isaac se sentía muy interesado en aquella chica de ojos enormes, era muy inteligente e ingeniosa, le atraía su forma de ser, era intrépida y no temía a nada.
¿Nunca tuviste algún pretendiente?, eres una muchacha muy bonita, dudo que no te hayan tratado de cortejar
¿Cortejar, que palabritas son esas?, en el mar y en los puertos solo se hace una cosa y no es cortejar… y no, los hombres no eran lo suficiente estúpidos como para intentar algo, sabían que no lograrían nada más que ausencia de dientes y emasculación.
La risa de ella era pegajosa, ya llevaban tres días recorriendo el camino y sentía una confianza con Elena como si la conociera de toda la vida. La risa de ella era como miel, dulce y adictiva, necesitaba hacerla reír constantemente, así pasaba el tiempo más rápido, aun que lamentaba ese hecho.
De veras que eres un chico muy ingenioso Isaac Corvo hijo de Antonio Corvo.
Aquellas palabras hicieron que los rubores encontraran alojamiento en su cara, no pudo evitar ponerse nervioso, la chica se dió cuenta de esto y tampoco pudo dejar de reír.
Estas colorado como una manzana.
No, es el calor que me sofoca, este verano ha sido asfixiante.
Isaac comenzó a halar el cuello de su camisón y su frente estaba sudorosa, estaba nervioso, pero aun a pesar de esto, se sentía contento por la emoción y la compañía.
Cuando hubieron parado en un riachuelo que era adornado por pececillos de colores, decidieron parar y pescar algunos para cocinar algo. Ya la búsqueda para Elena no era tan estresante y su semblante estricto había sido reemplazado por la sonrisa y rubores de una moza.
¿Sabes pescar con lanza, Isaac?
No, solo hasta ahora me he dedicado a la caza, pero nunca lo he intentado, debe de ser difícil.
No lo creas, es más sencillo de lo que parece, solo hay que estar tan quieto como una roca y tan paciente como un animal acechante.
Entonces Elena, camino hacia el caballo y tomo una lanza. Camino hacia el río y se postró erguida sobre una gran roca a mirar al agua. Estuvo ahí parada por unos minutos vigilante como un águila en las alturas.
De veras que esto funciona, ya casi se te trepa el limo por los pies –se burlaba cariñosamente Isaac –mira que los peces no son tan confiados.
Cállate Isaac, que te escuchan. Pueden escuchar tu voz y se espantan… aun que tal vez sea tu cara la que los asusto.
¿Cómo que mi cara?, veras ahora…
Corriendo a la roca donde Elena estaba parada comenzó a treparla cuando llegó hasta ella, la rodeó con sus brazos y se lanzó junto con ella al río. Isaac salió del río tosiendo, pero no vió a Elena por ninguna parte. El corazón comenzó a palpitar y los ojos a recorrer todo la superficie. Pero cuando se voltió una mano lo haló hasta la parte más profunda. Cuando salió Elena se reía y comenzó a mojarle la cara al muchacho.
¿Con que te gusta abusar de chicas indefensas?
Créeme; tu, por lo que he visto, no tienes nada de indefensa. –con estas últimas palabras, Isaac tomó un tono burlón y comenzó a mojarle la cara con agua.
Elena se comenzó a tapar el rostro de los ataques de Isaac, cuando tomó un poco de barro del suelo y lo dejó caer sobre la cabeza del muchacho. El joven cuando sintió el barro correr por su espalda, comenzó a gritar y a hundirse, pero sin antes abrazar a Elena y llevarla una vez más al fondo con él. Una vez en la superficie, rieron juntos por largo rato, ese era el momento más hermoso que Isaac hubiera tenido en mucho tiempo y no quería que acabara, le hubiera gustado a ambos que perdurara por toda la vida.
Cuando se miraron, en el río, todavía el agua se paseaba por sus rostros. Isaac todavía reía y Elena miraba al joven. Isaac dejó de reír sólo para contemplar el hermoso rostro de Elena, sus ojos marrones destellaban un brillo que hace unos días no veía, la sonrisa que en sus labios se dibujaba eran como un hermosos arcoíris luego de una tormenta, sus pómulos se sonrojaban y su mirada y la de él, se unieron. Poco a poco sus rostros se fueron acercando como empujados por el agua, sus miradas no se desviaban y era como si ambas mentes estuvieran orquestadas para un mismo fin, sus labios lentamente fueron tomando la posición más adecuada y pronto se habían encontrado, sus labios se unieron largo rato e Isaac sentía que su corazón saldría de su pecho por tanto retumbar, sus ojos se cerraron y sólo disfrutó aquel hermoso momento, que no debería acabar nunca.

La orden del tulipán (Completado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora