Capítulo 2 Promesas de Príncipe, Palabras de Rey

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El suelo se movía dando trompicones, pero todo seguía oscuro, sus manos, piernas y su cuerpo, no respondían a ninguna orden. ¿Que estaba sucediendo?, se preguntó Alejandro. Poco a poco consiguió las fuerzas para abrir sus ojos, pero todo estaba opaco, borroso, como si estuviera viendo las cosas desde la neblina espesa de un bosque. Se sentía débil, indefenso como un pequeño animal, pesado como una roca y desorientado.
- Ma' el chamaco pa’ece que e’ta depeltando- el joven Alejandro solo llegó a distinguir una sombra morena, pero con una voz dulce y tranquilizadora. Pero de momento otra voz nueva, algo extraña se sumó al unisón de la melodía dulce que estaba escuchando. Era una voz nueva, un tanto ronca y aguda a la vez.
- mi'ja déjalo tranquilo, que sendo golpeaso le han da'o, milagro que esa cabecita pequeña sigue en ese cuello tan frágil,  jajajaja –
Su risa era como la de un jabalí agonizante, molesta y estruendosa. El suelo seguía moviéndose alrededor de él, sabía que estaba recostado y que miraba hacia el cielo, por lo demás no sabía nada más. Logro gesticular un poco la quijada, aun cuando le dolía terriblemente, era un malestar peor del que sentía esa mañana, pero reunió las fuerzas necesarias y logro pronunciar algo.
- ¿Qué paso?- sintió que el dolor le inundo la cara nuevamente, algo húmedo con olor a hierro y sabor fuerte algo amargo  le invadió la boca, - ¡sangre!- pensó exaltado y consternado, ya comenzaba a recordar algo, aunque muy vago, solo imágenes, le comenzó de nuevo una oleada de dolor que lo hizo desfallecer. A lo lejos escuchaba la voz de Alice, pero no sabía lo que decía, no conseguía entender por el dolor que lo inundaba, era como si estuvieran hablando otro dialecto, que en un tiempo lejano el hablo, se sentía cansado, aturdido y desorientado, pero la voz dulce, aquella voz, era lo único que él necesitaba en aquellos momentos tan difíciles, una voz que aun cuando profiriera palabras atropelladas y campiranas, eran las más dulces que hubiera escuchado. Se sumió nuevamente en la oscuridad y el silencio.
Se escuchó de repente un sonido onomatopéyico que podría describirse de una forma tan sencilla y a la vez algo desacertada como un quiquiriquí, Alejandro estuvo sin moverse unos instantes, hasta que todo le vino a la mente, él no se encontraba en su habitación en el palacio, el cuarto ya estaba iluminado, sólo había una ventana con postigo, no estaban sus trofeos de caza, ni sus frazadas de piel de animales ni su leal sirviente regordete, sólo había polvo y humedad.
- Cielos, ¿dónde estoy?... tengo que ir al castillo, Lady Flor Cazafrio estará en unas horas en el castillo y si mi cabeza quiere permanecer en su lugar, tendré que irme ya - en ese mismo momento que se decidía a levantarse una voz áspera y aguda se escuchó, pero esta vez pudo apreciar la persona que acompañaba dicha voz, se trataba de una mujer baja en estatura y corpulenta, sus brazos hacían que los del Príncipe parecieran los de un niño indefenso, sus ojos eran almendrados y de un color ambarino. La mujer tenía un olor único, por su olor Alejandro pudo corroborar lo que le había dicho la joven de ojos verdes en la noche, La corpulenta mujer tenía un olor a barro, paja y un suave olor a harina que no se lo quitaba ni siquiera un buen baño en los pozos termales. El solo pensar en un buen baño lo hizo recordar nuevamente en la inevitable visita. La voz que había escuchado ya antes le dijo:
- Si de vera’ quieres mantener la cabeza esa tuya en su luga’, como dices, mejol quedate quieto  mi'jo, mera que me costo curate anoche-
Alejandro se exaltó y no pudo mantener la compostura real, se le olvidó los modales que tanto le habían inculcado, esta mujer de habla errática tenía que  escucharle:
- ¡¿Quién eres?!,  ¡¿Qué me han hecho... Alice, dónde está, qué le ha pasado?!, los ladrones… ¿eres uno de ellos?-
Antes que pudiera seguir con su interrogatorio la corpulenta mujer y que extrañamente tenía una cara dulce, lo miró y le instó a tranquilizarse:
- vamo’ joven, tranquilo, mira que lo enconté muy mal ‘eri’o, no se preocupe que ma’ mansa que yo no hay naide en este mondo...
Alejandro escucho nuevamente al jabalí moribundo:
-ALICE, Alice mi'ja que el señorito quiere verte esa cara mi'ja, ven.
Unos pasos se escucharon en la tierra y apareció detrás de la cortina que se usaba como puerta en el hogar la silueta de la joven. Ahora que la veía de día, Alejandro pudo ver que la muchacha morena de ojos verdes como el océano, traía una bandeja con alimentos, delicadamente se la dejo en la cómoda de la modesta habitación. La sopa que le trajo la moza, despedía un aroma suave, por su olor supo que su sabor era de gallina. La cabeza le latía un poco, pero eso no evitó que se sobresaltara nuevamente, sentía un popurrí de emociones, y tenía la necesidad de saber y alimentar sus dudas con respuestas y no con sopa de gallina:
- ¡No quiero sopa, sólo ordeno que me digan que pasó, ahora mismo!, sino le diré al Rey que les corte las cabezas.- sentía que estaba sudando, pero Dorcas sin perder la sonrisa le contestó
- el rey está muy ocupa’o con sus cosas, como pa’ veni’ a esta humilde residencia y ocupalse de un mocoso que se cree héroe, de una pobre damisela en peligro y de esta vieja burra que trabaja con mierda de asno.-
El joven en eso miró a la jovencita que en un intento fallido de rescatarla, él había terminado inconsciente y por lo visto desnudo, sintió como su cara se ponía tan colorada como la de Deotrefes
- ¿¡que hago desnudo!?
- Ay mi'jo uste no tiene na’ que yo no haiga visto con antelación- dijo sin inmutarse la señora corpulenta de cara bondadosa.
- Esto es un atropello, ¿Quién creen que son?, yo soy Alejandro Corvo, hijo de Isaac Corvo Puño de Hierro y nieto de Antonio El Severo Corvo, no tengo por qué estar en este mierdero acompañando a una vieja gorda y una niñeta, ¿cómo se atreven a dejarme desnudo?, tráiganme mis ropajes en estos momentos, ¡ahora!... –
Uf, que mucho calor hacia esa mañana, no es normal, si tan solo ayer estaba nevando, el príncipe dirigió su mirada hacia la única ventana y vio como estaba todo blanco, - pero ¿cómo es posible que este empapado de sudor? -Se pregunto. Alice se acerco a él y le miro la cara unos segundos, luego miro a su madre, intercambiaron miradas.
- Oye muchacho, no has dicho cómo te llamas de veras, si es que toavía te acueldas, mera que te han dao un cantazo y creemos que estas de’bariando.-
El muchacho se toco la cara, donde mismo sentía el dolor y notó que en donde estaba su quijada, ahora había un vendaje muy apretado que le imposibilitaba un tanto comunicarse, de repente lo que le vino a su mente fue una de las tres cosas que el mas quería en este mundo y no quisiera que su belleza se afectara. La muchacha le sacó la mano y se la tomó, - to’ estará bien, no te preocupes, sólo son compresas pa’ aliviá la ‘inchazón, cuando le espeta’te el estilete en el ojo a Montaña, él se sacudió y te derribo con un garrotazo en la quijá’. –
La risa de jabalí rebotó nuevamente por la pequeña habitación:
- Pero no te preocupe’ señorito, que mi hija te salvo la vi’a, si vieras como el pobre montaña telminó luego de que esta potrilla lo fuetiara.-
Que humillación, el príncipe salvado por una muchacha harapienta, desnudo, con su ropaje rasgado y lleno de mierda, que más podría salir mal, bueno después que pensó en esto le vino una vez más la imagen de su futura esposa.
De solo pensar en la vergüenza que pasaría frente a toda la corte y su padre si no se apresuraba le daba malestar estomacal. Por una fracción de segundo Alejandro se olvidó de su desnudez y saltó de la cama, pensó escuchar a lo lejos la risa de la mujer y de la joven, pero no le prestó atención a esto, sino que corrió a la cómoda tomó su ropa se la puso aun apestando a suciedad e inmundicia y salió tambaleante a la calle. Los intentos de la corpulenta mujer de detenerlo fueron en vanos, más podía el temor del joven príncipe que la fuerza física de aquella mujer. Pero justo cuando la mujer logró tomarlo para detenerlo y que no se siguiera haciendo daño Alejandro escuchó una voz conocida, la voz de Deotrefes estaba preocupada. Por primera vez en su vida Alejandro le agrado ver la gorda cara de aquel sirviente.
¿Ahora es que vienes a aparecer?, ¿Que estabas esperando, que hubiera aparecido muerto?, Vamos Calabacín, ayúdame, que esta mujer loca intentó secuestrarme y su hija loca intentó violarme.
El sirviente algo complacido por la escena de una mujer corpulenta agarrando al Príncipe por un brazo el cual tenía un hedor a asno y suciedad y una chica despeinada y sucia gritando improperios, le causó algo de gracia.
Mi señor, pensé que ese había sido su sueño.
Por la cara que puso el príncipe, se podía ver que no le gustó mucho la alegría que manifestaba el joven siervo Deotrefes.
Deotrefes, te estás ganando una azotaina cuando lleguemos al castillo. Diles a estas mujeres que me dejen en paz, mira que…
En eso la mujer corpulenta lo soltó y el príncipe cayó de bruces al suelo, en lo que él esperaba que fuera un charco de agua. Deotrefes corrió hacia el magullado príncipe y lo ayudo a levantarse mientras le preguntaba qué había sucedido.
Anoche no llegó a sus aposentos mi príncipe, pensé lo peor, estuve buscándolo desde esta mañana.
Madre e hija se miraron con un atisbo de horror y cayeron rápidamente de rodillas, por fín habían comprendido que el joven no era cualquiera, sino que era quién decía ser, Deotrefes se acercó a la dama y preguntó porqué tenían al príncipe, a esto la dama le contó lo que había transcurrido la noche anterior, desde como los ladrones los atacaron y cómo el príncipe trató de defender a Alice, y hasta como la Montaña lo había derribado.
No pensé que fuera el Príncipe, pues estaba muy mal de la pela que le dieron y pensabanos que ‘taba soñando por la calentura y los golpe’… lo sentimos mucho.
En eso el príncipe que se encontraba recostado de una pared aledaña se dirigió al sirviente y le espeta que tienen que irse ya. –necesito un buen baño, vámonos ya.
Pero mi señor, estas personas le salvaron la vida, el reino entero tendría que estar agradecido.
El príncipe algo cansado y a la vez hastiado por esa situación, tomo su bolso de monedas de oro y se lo arrojó a la señora, - tomen, ahí habrá suficiente para ustedes.
El sirviente se acercó al príncipe para ayudarle a montarse en los corceles que éste había traído, cuando la voz ronca y aguda habló
Mi príncipe, no queremos oro ni ná material, sólo hacíamos lo que é correcto,  pero si e preciso compensarnos, porque su corazón lo mueve a ello, solo pido una sola cosa mi príncipe.
El príncipe giró sobre sus talones para contemplar una vez más a la señora de brazos fuertes y sonrisa afable, y a la joven morena de ojos verdes y cabellos negros. En eso la señora aprovechó para pedir lo que de veras su corazón deseaba:
- po’ favó’ mi joven príncipe, que hasta tiempo inmemorable’ se hable de sus grandes proezas, po’ favo’ escuche mi clamó’, si de veras he gana’o favó’ a su rostro, pido que cuando llegue el momento de incertidumbre, libere al primer hombre que tenga que juzgar, eso y solo eso es lo que esta humí’de anciana le pí’e-
El príncipe que no tenía tiempo para esta clase de cosas aceptó sin siquiera pensarlo dos veces, después de todo, cuando fuera rey esa Señora ya estaría enterrada.
No se preocupe Dorcas, su petición será recordada por mí, no tocaré al primer hombre que cruce mi salón de juzgado y será puesto en libertad.
Muchas gracia’ mi siñó, esta mujel no obidará su bonda’ nunca má’, tenga este tulipán lila como signo de agradecim’ento, no é’ mucho, pero aceptelo.
Así la señora de sonrisa afable y la joven de ojos verdes se quedaron atrás mirando al suelo en señal de respeto como mandaban las costumbres, mientras Alejandro y Deotrefes corrían el camino de vuelta al castillo a tiempo para conocer a la futura esposa del Príncipe.
Cuando por fin llegaron al palacio todavía el sol estaba saliendo. El castillo estaba tranquilo, lo único que se escuchaba eran los pasos de dos personas en los pisos del palacio, unos pasos eran fuertes y otros más cansinos, como si arrastraran los pies.
Deberíamos darnos un poco de prisa, antes que su padre lo encuentre, sabe que el Rey a estas horas siempre está ya despierto, mejor deberíamos ir a los baños termales y sacarle esos vendajes. Llamaré a Armenio el maestre, para que le revise las heridas.
Con eso el grueso sirviente salió de la estancia, Alejandro juraría que las pisadas de Deotrefes le taladraban la cabeza con el retumbar en el suelo. Era una sensación muy mala, pero debía de reponerse, dado que pronto llegarían los invitados al castillo. Cuando entró en el cuarto de baño, el olor a especias y clavos lo tranquilizó, siempre le habían gustado los olores suaves que Mónica la sirvienta encargada de cuidar la higiene de los baños, escogía. Esta vez había puesto incienso de especias suaves con clavos, Alejandro juraría que con el vapor y el olor de las especias las estatuas presentes de mármol de los antiguos reyes estaban complacidas y que así lo demostraban con sus rostros. El lugar era grande, mucho más grande que la habitación de su padre Isaac, las paredes eran en mármol con gravados de escenas históricas, claro, cuando su padre entra en los saunas con los invitados no pierde ocasión en hablar de todos esos momentos que tanto enorgullecen a la familia Corvo. Desde donde estaba sentado Alejandro, se podía apreciar la escena cuando su padre Isaac Corvo derroto al Rey Andrew ‘el mezquino’, su padre fue inmortalizado en las paredes blancas con su gran armadura y su maza gigante de dos manos, aquella maza que el rey todavía conserva en sus habitaciones con orgullo, Alejandro recordó una vez que intentó tomar dicha maza, el peso era enorme, descomunal, sin embargo su padre la levantó como el viento levanta la paja del suelo. Alejandro seguía contemplando las escenas que tanto le fascinaban cuando llegaron Deotrefes y Armenio el maestre. Armenio era un hombre con semblante justo, siempre se caracterizó por ser un hombre bondadoso y tranquilo, la realidad era que nunca Alejandro había visto al maestre molestarse o perder la compostura, aún cuando él se dedicaba a probarle la paciencia. Armenio vestía una túnica verde olivo con detalles de hojas de maple doradas, llevaba una cadenilla de plata entrelazada con otra de oro rosado, en su pecho mostraba orgullosamente un prendedor de cuatro perlas una negra, otra blanca, una liliácea y la ultima rosada, el maestre siempre decía que cada perla es una enseñanza de la vida y que cada una es vital, pero por separado no pueden vivir. A los ojos de Alejandro, el maestre era un hombre alto, pero encorvado por el embate de los años, sus ojos eran dispares, uno era azul como el cielo del medio día en verano, pero en cambio su otro ojo, estaba blanco como el invierno. Alejandro había apostado muchas veces a Deotrefes que el anciano encorvado estaba en el castillo desde que pusieron la primera piedra. Pero la realidad es que ni su padre recuerda a ver visto al viejo maestre jóven, siempre lo conoció viejo. Así que por esa razón la apuesta sigue en pie.
Joven Alejandro, ¿Qué le ha sucedido?, déjeme revisar ese golpe…
Armenio, con sus manos temblorosas quitó con una habilidad increíble los vendajes y limpió el cataplasma que tenía el chico en la quijada. Cuando lo limpió, pudo ver que el joven sólo tenía un rasguño.
Este cataplasma… dónde he visto este cataplasma- el pobre anciano se quedó meditabundo unos minutos, tanto que Alejandro se miró con Deotrefes, pero el viejo maestre volvió en sí, y se dirigió al joven nuevamente – Tiene que tener más cuidado mi señor príncipe, no me imagino que hubiera pasado si algo le hubiera llegado a suceder, su padre se hubiese vuelto loco. Sabe que no le dicen Puño de Acero por nada.
Alejandro sabía que si su padre se enteraba de lo sucedido lo capaba como a sus caballos, - Bueno mi Príncipe – se aventuró a interrumpir Deotrefes: ya es hora que se termine de bañar, pues ya mismo entrará su padre a avisarle para estar listo para la bienvenida a Lady Flor Cazafrío. Sabrá que su padre eligió un traje muy hermoso para esta ocasión y desea que lo use en el recibimiento y en la escolta real hasta el castillo.- dicho esto el viejo maestre se despidió con una pequeña reverencia, lo más que su espalda cansada le permitió y se dirigió a la salida de los baños. Deotrefes se disponía a hacer lo mismo, cuando Alejandro lo miró.
Deotrefes.
¿Sí? mi señor, ¿desea algo?
Sí – aquello que iba a decir le dolería más que el golpe de Montaña y la resaca del día anterior – gracias por la ayuda.
Deotrefes se sintió pasmado, no se esperaba ese reconocimiento, fué repentino para el pobre mozo. Ahora el príncipe se oyó decir – Vamos gorda calabaza, acaba de traerme mi ropa antes que te dé los azotes que te prometí hace un rato en la calle.
El traje era hermoso como decía Deotrefes, era con los colores de la casa de los Corvos, negro, azul y plateado, había un hermoso jubón con detalles en el cuello de plumas plateadas mientras que el color del mismo era negro. Un chaleco sin mangas de cuero teñido de azul oscuro con botones decorativos en forma de cuervos dorados, las mangas de un segundo camisón eran con bordados de plumas, y en el pecho un medallón símbolo de la casa real. El medallón era particularmente precioso, un cuervo labrado en piedra de ónix en un campo plateado y los detalles y las inscripciones en oro, el ojo del cuervo era una pequeña esmeralda. El Príncipe se apresuró a ponerse su ajuar y justo cuando terminó de ponérselo, se escuchó la voz de su padre.
De veras que te sienta muy bien, ya van veinte primaveras desde que naciste y hoy veremos a tu futura reina. Solo te daré un consejo Alejandro, cuídala y respétala, sé que nunca viste mi ejemplo con tu madre lamentablemente, pero así como amo a este reino, así ama a tu mujer. El día en que seas rey ella estará a tu lado, juntos tomaran decisiones y juntos estarán para toda la vida, no la menosprecies.
Padre, ¿de veras tengo que casarme con ella?, yo no la amo, ni tan siquiera la conozco, ¿Cómo me pides que pase el resto de mi vida con alguien que no sé cómo es?
Hijo mío, es por tu reino que harás todo, para eso serás Rey, para vivir por el reino, además ya dí mi palabra de Rey y tengo que mantenerla, solo te pido que obedezcas. No tengo que recordarte que eres el Príncipe y cuáles son tus modales y lugar en estas circunstancias. Te espero en la sala común con Sir Bartolomeo Lirioblanco y Eduardo Cazafríos.
Diciendo esto se giró y salió por la puerta de madera de cedro con manija de hierro. Pero antes que cerrara la puerta entro Deotrfes con su cara gorda colorada, parecería que seguía contento por el elogio de hace unos instantes. - Mi señor, déjeme ayudarle con la ropa.
El salón estaba lleno de de comida y olores, parecería que toda la comida del reino estaba presente en ese lugar, no habían llegado los invitados de honor y ya se podía ver comida, tales como manjares exquisitos y exóticos, Alejandro pudo reconocer el olor a pavo asado en mantequilla con dátiles en almíbar, también le saltó al olfato como un golpe, el olor a Jabalí asado con piñas y clavos, sabía que ese jabalí lo había cazado su padre esa mañana. Se escuchaba de fondo la música de los cantores y la flauta y arpas de Artemis dedos de plata, el mejor músico de todo el reino, era reconocido por todos tanto por su lujuria como por su buen gusto por la música. Su padre había hasta traído a un oso bailarín, verdaderamente que su padre sabía cómo agasajar a sus comensales. El lugar estaba engalanado con unos manteles finos azules oscuros y bordados con flecos de plata, Alejandro pudo contar quince chimeneas y sobre veinte mesas alargadas, suficiente espacio como para albergar a todo sus abanderados y fieles súbditos nobles, en la mesa principal habían menos sillas, la silla del rey era grande y majestuosa, era en madera de cedro con detalles en oro, el forro de la silla era en terciopelo mullido con imágenes de caza, en la cabecera de la silla, había una imagen tallada de un gran cuervo, cuyas alas se extendían abarcando por lo menos dos palmos. Las dos sillas que estaban a la derecha de la del rey, serian para Alejandro y Flor Cazafríos, mientras que las otras dos a la izquierda del rey serian para los padres de la joven, Sir Eduardo Cazafríos y Lady Arieta Lagoazul de Cazafríos de Bajos de Aguada. Los candelabros eran en plata con detalles de cuervos, en cada ala de los dos cuervos había una vela de cera encendida, a Alejandro le pareció que los cuervos cargando esas velas negras iban a su funeral, su meditación fue interrumpida de repente por la voz de Deotrefes – mi señor, no se preocupe, todo saldrá bien – extrañamente esta expresión última que manifestó su fiel servidor, no fue ni la mitad de confortante como la de aquella plebeya llamada Alice hija de Dorcas la Panadera. De sólo escuchar dicha expresión se transportó momentáneamente y revivió unos segundos de su compañía, - ¿pero que estoy pensando?- sacudió su cabeza y sus manos con estrépito como si estuviera espantando moscas, para olvidar aquella imagen de la chica morena de ojos verdes. Pero lo cierto es que aún cuando estaba muy ocupado por los acontecimientos que pronto irían a suceder, no podía apartar aunque sea un segundo de cada hora para recordar aquellos ojos tan profundos y vivos como el mar. – Joven Príncipe, lo notó letárgico, ¿se siente todavía mal por los golpes? – Pregunto preocupado aquel muchacho con cara de calabaza, - estoy bien, Calabacín, solo quiero terminar con esto, vaymos a dónde mi padre.
Su padre se encontraba hablando en el fondo del salón, con nobles menores y señores que le iban rodeado como cuervos que picotean un cadáver recién muerto, Alejandro se sintió algo extraño por la ironía de la imagen – y eso que los cuervos somos nosotros, quien diría que los cuervos serían comida para otros animales carroñeros.
Cuando su padre alcanzó a verle le hizo un gesto para que se acercara y con toda la formalidad que caracteriza a un Rey lo presentó a los invitados con los que estaba hablando, Alejandro sabía quiénes eran algunos, otros tantos ya sus caras solo permanecían en sus recuerdos y a los demás ni su cara. Para Alejandro no valían nada esas personas, sólo eran intereses del reino, sólo eso, no eran amigos ni familia. Cuando su padre comenzó a decir los nombres con los distintos galones y árboles genealógicos, una hermosa trompeta sonó – que alivio – aunque no fue un alivio que le durara por mucho tiempo, pues la trompeta anunciaba la llegada de una escolta por la puerta del Arcoíris al norte del castillo, era indicativo que el joven debía como dictaba la costumbre ir en su corcel acompañado de su paje y una escolta de los escudos reales a recibir al invitado, esto era muestra de hospitalidad.
La tarde ya comenzaba y se escuchaba el repiquete de los caballos al salir por la puerta Arcoíris para encontrarse con la dama Cazafríos, el camino le pareció demasiado rápido al príncipe, hubiera deseado que aquel día se acabara, pero lo mejor estaba por empezar. Por fin vería a Lady Flor Cazafríos y por su semblante, este destino no le emocionaba en lo absoluto. Ya a lo lejos alcanzo a ver los estandartes enhiestos, ese horrible estandarte, un campo blanco sobre un cielo dorado y un copo de nieve azul celeste, símbolo de una guerra en invierno.
Mire Alejandro, ahí están los soldados y las damas de compañía de su joven prometida.
Me podrías hacer el favor de callarte la maldita boca, gordo- cada vez que le recordaban que esa era su futura esposa, Alejandro sentía una bofetada. No era nada agradable para un príncipe de su casta tener que pasar por eso y ya que tenía que pasar por esa vicisitud, era mejor pasarla sin comentarios floridos, sólo atenerse a lo cortés y nada más.
A medida que galopaban a paso elegante, un enorme carromato blanco con bordes plateados y con el escudo de los Cazafríos dibujado en sus costados se veía, era lujoso y pretencioso. En esa carroza se encontraba la mujer que en un momento seria su esposa. El estomago del príncipe comenzó a hacer ruidos indeseables, las manos le comenzaron a sudar, menos mal que llevaba guantes de lana para el frío invernal que estaba haciendo. Su corazón a medida que iban acercándose comenzó a llevar el ritmo de una marcha, un redoble de guerra. Una guerra de sentimientos y decisiones, una guerra de querer huir y no volver sobre la necesidad de quedarse y hacer frente a la situación. Sentía como sus brazos y piernas lo comenzaban a traicionar con temblores, por lo menos se los atribuiría al frío, aun cuando estaba sudando por el momento que vivía.
Príncipe Alejandro, buenas Tardes – se dirigió a él un guarda de la casa Cazafríos y acto seguido hizo una reverencia que Alejandro pensó que se iría de frente al suelo. En eso todos los soldados imitaron la expresión de respeto y saludo. Un Guarda le abrió la puerta blanca de la carroza y otro  entró para ayudar a Lady Flor Cazafríos a bajar, aquella muchacha no se parecía en lo absoluto a aquel retrato que le habían llevado al príncipe, era peor – ¿Cielos, como puede ser aun más fea?, ni siquiera con mierda de asno se vería más fea, es la versión de Calabacín en mujer – le susurro el príncipe mal humorado a su sirviente.
Mi señor, no se lo tome tan mal, mírelo como lo que es un convenio entre familias poderosas- la voz del sirviente ayudaron al príncipe a ver las cosas desde un punto de vista un poco más equilibrado y menos personal. – Sí, es verdad, pero mejor salgamos de esto ya.
La joven era menor que el príncipe por unas cinco primaveras, su cabello era largo y rojizo, con destellos acaramelados, su piel era blanca como la nieve y sus labios finos, sus ojos eran grandes llenos de ilusión, su rostro era en forma de corazón enmarcado por su cabello  rizado, denotaba una diferencia marcada con su padre, pero a la vez una igualdad inmensa con su madre, sobre sus finos labios hacia acto de presencia un tímido lunar. Sus damas de compañía revoloteaban alrededor de ella como polillas a una vela, sus risitas y sus secretitos estaban siempre presentes.
- Buenos días Alejandro, es un honor estar en su presencia esta tarde- acto seguido la joven se inclinó en señal de reverencia, y emulando este paso, así lo hicieron sus damas.
El príncipe suspiró profundamente como intentando conseguir fuerzas para lo que venía. -Sean todos bienvenidos, nuestro castillo y sirvientes están a su disposición.- Así tomó de la mano a la joven y se la besó, la joven despedía un olor frutal dulce, gracias a ese dulce aroma pudo sobrellevar la carga de fingir complacencia. Algo que hasta ahora le era muy pesado. La joven, cuando terminó de bajar de la carroza blanca se le extendió los estribos de su corcel, era una yegua mora blanca con asiento perlado. El paje de la joven la ayudo a trepar su corcel y terminado esto cabalgaron juntos al centro de ambas escoltas.
- Príncipe Alejandro, si me permite, este lugar es sumamente hermosos, nunca antes había visto tanta nieve.
- Claro mi lady, me extraña inmensamente que nunca antes hubiera venido. En esta época del año es cuando más hermoso se ve el paisaje- Alejandro se sentía orgulloso por el despliegue de caballerosidad que emitía en esos momentos - Si mi padre me viera - pensó - se sentiría sumamente orgulloso de mi – los jóvenes siguieron galopando al unisón en un silencio que solo era interrumpido por el repiquetear de los pasos en los adoquines rojizos. El silencio era sepulcral, como si el mundo entero estuviera expectante de ese momento y Alejandro no lo dudaba, pues los pajes, sirvientes y demás nobles estaban muy interesados en la unión del futuro regente de la nación.
– Espero que el viaje haya sido tranquilo y placentero.
-No tan placentero mi príncipe. Tres semanas en el que las ratas y el frío recorrían a su gusto y con tanta libertad el barco, que uno pensaría que eran pasajeros tan distinguidos como nosotros. Y una vez desembarcamos, el trayecto desde ciudad Estrella hasta nuestro encuentro nos ha tomado un día y medio. Pero déjeme decirle que todo es hermoso y las personas son muy amables.
-Solo porque esperan unas monedas a cambio de su zalamería, pero si la tuvieran sola en un callejón su perspectiva de la bondad de los pueblerinos seria otra – pensó Alejandro mientras rascaba la oreja de Sultán su caballo. En vez de informarle esa repugnante realidad solo se circunscribió a asentir con un ligero movimiento de cabeza. Alejandro no tenia deseos de hablar con esa joven, sólo quería acabar con esa farsa. Aliviado pudo ver que las puertas macizas de hierro y acacia se asomaban ya a su vista, - Por fin hemos llegado - pensó aliviado - ahora sólo tendré que fingir esta cara de idiota por unos momentos más, solo hasta que el sol huya del firmamento por completo y se asome la luna, de veras que me duele las mejilla de tanto sonreír, no entiendo como Deotrefes puede estar sonriendo todo el tiempo, es realmente molesto. Sus pensamientos fueron interrumpidos por el toque de trompetas anunciando a los comensales e invitados la llegada de la joven pareja real, a la vez que se iban abriendo las dos compuertas enormes que eran llamadas Arcoíris, Alejandro siempre se preguntó por qué le llamaban de esa forma, pues de colores vivos no tienen nada, solo eran madera amarradas con hierro y tachonadas, en sus gran marco se veía una inscripción que recorría todo el cuadro, una escritura que no entendía, según el maestre Armenio le había hablado de dichas escrituras, mencionó que eran de una antigua raza que vivía al sur del reino en los desiertos congelados, pero que su significado se había muerto con los antiguos reyes, que aún su bisabuelo Rogelio el elegante Corvo no tenía ni idea de lo que era. Aún así Cuando Rogelio El Elegante perdió el reino a manos de Cedric El Negro, este rey dejó las inscripciones, no las demolió. Aún así a Alejandro siempre le llamó la atención de estos diseños cuneiformes.
Cuando por fin entraron por la puerta de norte, vieron que los sirvientes se habían alineado en ambos extremos de la callejuela de adoquines que conducía a las puertas del castillo. A medida que iban pasando sus súbditos se iban inclinando. Al final de la doble hilera de súbditos, se alcanzaba a ver la escalinata en granito que conducía a unas hermosas puertas guardadas por dos grandes fuentes cubiertas por capas de nieve que estaban a cada extremo, su padre aguardaba en el medio de ambas estatuas junta con sus escudos reales y con los nobles. Cuando llegaron por fin delante de la escalinata de granito, ya comenzaba a enfriar la tarde. Tres siervos se acercaron al corcel blanco de la joven uno de ellos aguantó al caballo por las riendas y los otros dos pajes la ayudaron a bajarse, luego la dirigieron hacia la presencia de Rey, que estaba esperando en la entrada, junto a las dos fuentes. Deotrefes fué hacia su amo el Príncipe para ayudarle a bajar del caballo, pero este se la rechazó y se bajó. Al llegar junto a su padre pudo observar la elegante vestimenta que su padre llevaba puesta, su capa era terciopelo escarlata con terminados dorados y finos diseños de plumas, llevaba puesta la corona, pero esta era nueva con lustre de platino y esmeraldas, en cada punta sobresalía el diseño de cinco cuervos pequeños que remontaban el vuelo hacia el cielo, por lo que Alejandro podía ver la corona parecería especialmente hecha para la ocasión y bastante más pesada que la que su padre acostumbraba llevar en las vistas de justicia. Su padre se había cambiado su mano de hierro, en su lugar tenia una de oro con coyunturas en plata. Su padre espero a que Alejandro llegase a su diestra para comenzar la marcha al interior del comedor, donde se iba a llevar a cabo el festín de bienvenida para sus abanderados. Cuando entraron en el gran salón, ya las quince chimeneas estaban encendidas, y había una música suave de fondo para ambientar la escena. Los distintos cuadros y trofeos de caza del rey estaban esparcidos por todo el salón, se veían macabros a la luz de las chimeneas, parecerían que tenían mirada acusadora por su presencia en aquel salón. El olor a los manjares que estaban a punto de ser servidos ya invadían la cálida escena. Cuando ya hubo estado sentado, el príncipe tuvo frente a él una copa con un vino muy aromático, su olor era dulce, con un dejo de especias un poco fuertes para calentar el cuerpo. El Rey dió la bienvenida a los invitados.
Quiero daros la bienvenida, ustedes son mis más leales abanderados y muchos de ustedes lucharon conmigo en Punta Olivo, así como han estado presentes en los cambios que ha sufrido nuestro reino, tanto para bien como en los momentos menos afortunados. Ahora una vez más aquí reunidos somos testigos de algo grande para nuestro reino. cómo mi hijo, El Príncipe Alejandro Corvo y la doncella Flor Cazafríos de Bajos de Aguada están próximos a contraer nupcias la próxima luna nueva…
Esto causó un repentino punzón en su estómago, casi se atraganta con el sorbo de vino que estaba degustando en ese momento, por la sorpresiva noticia, nada agradable, está demás por decir, sintió que un hilillo con olor a alcohol le subió por la faringe y bajó por su nariz, rápidamente se secó la nariz y al ver esto Deotrefes se le acercó.
–  ¿Está emocionado, mi príncipe?
–  No seas idiota, ¿no ves que ya me casaron y ni cuenta me he dado?
Pero mi señor, ¿no es acaso en eso que acaban los noviazgos por lo general?, ya usted sabia lo del arreglo…
Pero no sabía que la boda iba a ser tan pronto, pensé que me quedaría por lo menos un año más de …
¿Libertinaje?, mi señor, no se preocupe, todo esto no será tan malo. Tan pronto le dé un heredero a la corona, verá que lo dejaran tranquilo.
De veras que eres cruel Deotrefes, mira a esa chica – y ambos al unísono miraron a su izquierda donde estaba sentada la jovencita - ¿ves eso que está a mi lado?
Claro, mi señor, es Lady Flor, su futu… - cuando iba a proseguir con su respuesta, Alejandro le pellizcó la mejilla al pobre chico gordo.
Si te atreves a decirlo otra vez, te daré la pela que te prometí esta mañana.
Mi señor es la joven Cazafríos.
Eso lo sé… mírala bien, no ves que es horrible, si trajera un niño a este mundo, y se pareciera a ella, sería una crueldad innegable… - en eso miro fijamente con una sonrisa a Deotrefes y con una voz burlona que lo caracterizaba muy bien –aunque claro, tus padres son los más malos de este mundo,  pues un hijo con tu cara, lo hubiese azotado, afeitado el culo y obligado a caminar de cabeza, así te hubieras visto mejor – con eso irrumpió en risas nuevamente.
Deotrefes suspiro en señal de resignación, ya que el pobre sirviente estaba acostumbrado a este tipo de comentarios.
Claro mi señor. Pero vera, la hermosura no lo es todo en esta vida, la belleza es efímera, la fuerza te abandona en la decadencia de la vejez y lo único que queda es solo la sabiduría junto con el entendimiento. Si ve bien a esa pobre joven, no la vera como usted la ve, sino como yo la veo.
Y tú ¿como la vez? – la voz del príncipe se escuchaba algo desdeñosa.
Yo la veo como el pasaje para que el nombre de los Corvo perdure muchos años más, además según los libros genealógicos, usted proviene de una familia con semilla fuerte, así que no debe de temer si su hijo no sale como usted le guste. Y estoy muy seguro que sus damas de noche estarán aguardando paciente su regreso en la penumbra de la noche.
Alejandro se quedo meditando con estas palabras en su mente, cuando escuchó la música animada de la fiesta, ya estaban sirviendo la primera estación de comida, era una sopa de cebolla con pan fresco acabado de hornear, el rey miró a su hijo.
Hijo, pronto serás un hombre, que heredarás una gran carga, así que bebe y disfruta hijo, que pronto será tu día.
Pero padre, ¿no me podías haber informado primero de tus planes de casamiento?, ¿tenía que ser tan de súbito?
Cuando el rey iba a contestar a su hijo, unos nobles se acercaron a su mesa y pidieron hablar en privado con el regente. Alejandro, se puso rojo del coraje y se bebió lo que le quedaba en su copa. No había tocado la sopa, no le apetecía nada, solo entrarle a patadas a su padre y al estúpido de Eduardo Cazafríos, a él doblemente, por haber engendrado una hija tan fea. El segundo servicio constaba de una ensalada con trucha frita al limón. Ya para el segundo servicio Alejandro se había bebido cinco copas de vino tinto, sentía la cabeza liviana. Veía como los nobles hacían fila para acercársele y congratularle por su futuro enlace, otros tantos babosos para desearle suerte, unos cuántos para decirle el secreto para tener hijos fuertes, algunos desvergonzados hasta le dijeron de poses y ungüentos eróticos… en fin, la fila era tan larga que Alejandro y tantos consejos que había recibido que al final ya estaban por el sexto servicio, venado asado con frutas y relleno con setas, en una aromática salsa de arándano y especias. Ya para cuando habían llegado a este servicio la mayor parte de los presentes estaban ebrios, El viejo Bartolomeo dientes de palo, estaba babeando en una esquina, mientras unos perros le lamían los dedos en busca de algún sabor. El jefe de los escudos Andrew Baralarga estaba con dos mozas riendo y bebiendo, mientras ellas le susurraban cosas en su oído, que al entender de Alejandro rezos de beatas no eran. Artemis dedos de plata ya cantaba canciones un poco subidas de tono por las cuales iba acompañado por Eduardo Cazafríos.
“Yo no soy corsario de los mares
Por los corazones que encuentro en los bares
Ni por cadenas de oro o platas
Sino por los tesoros que encuentro entre las patas”

La cancioncilla seguía y seguía al son del laúd y las flautas, mientras que un oso bailaba para el júbilo de los presentes. El oso era grande y marrón oscuro, llevaba una falda que hacia juego con la ropa verde y azul del intérprete de tan desvergonzada canción. Ya terminado el banquete solo quedaba el oso en pie, por el resto de los presentes nadie tenía ganas de seguir, ya muchos habían abandonado el salón para ir a sus dormitorios, sea con compañía nueva como aquellos que se fueron solos. Pero cuando Alejandro se disponía a salir, una anciana se le apareció enfrente de él, por sus fachas el príncipe supo que no era invitada de la actividad, llevaba unos trapos que parecería ser mendiga, mientras que carecía de sandalias.
Mi’jo, ¿podrías hacerle el favol a e’ta pobre anciana, un gran favol?
Alejandro sentía que ese día, todos querían grandes favores, con un profundo suspiro y una estrujada de ojos y frente, la miró y le pregunto qué era lo que deseaba. La vieja destartalada con un dejo de rima hablo.
Mire, cuando e’ta noche se acue’te, pense en e’te pedío
Y  mañana cuando se levante deme una contesta’.
el príncipe levanto una ceja en señal de que no entendía lo que estaba sucediendo, tal vez era el vino que no le dejaba entender o era simplemente aquella vieja loca que se había colado, - ya verán los guardias que hayan dejado pasar a este esperpento, como estén bebidos o dormidos…
No mi joven príncipe, los guardas están despiertos.
No se desquite con ellos pues es culpa de este esperpento,
si se asoma sabrá que no miento.

Ya el joven Alejandro le daba vueltas todo a su alrededor, no quería que le dañaran su estado de mareo con tonterías y adivinanzas fatulas, así que apuro a la pobre ancianita necesitada a que le dijera que era lo que ella deseaba.

La vi’a es solo una y dos si se quiere:
Que prefiere el amol y ser felí o la felicidá  de sus pueblo y su infelicidá.

¡Hay que vieja loca eres!- se expreso Alejandro ya irritado – ¿no querías algo?
“Escuche biem mi vó
Y deci’e que hará
Puesto que su pezcueso ‘pende de una oz
Y tó  ‘pende de lo que dará
d’entre amol y riqueza’
Esa decisión es la que calgará a cuesta’”

¿Amor y riquezas, porque no tener ambas?, después de todo el era el príncipe, aunque ahora mismo su corazón no latía por la dama de cara en forma de corazón.
- ¿Qué estoy pensando?, es el vino el que está hablando, debería de ir a recostarme un rato, pues ya estoy imaginándome cosas. -Mire anciana, no tengo tiempo para estas tonterías, mejor váyase antes que llame a los guardias y créame que una noche en las mazmorras con el culo caliente por los azotes no es placentero, vamos, váyase ya.
En eso la vieja que tenia la ropa gastada y sucia se le acercó lo suficiente al príncipe, tanto así que el joven pudo observar que la vieja tenía las encías negras. Entonces la vieja destartalada levantó su mano derecha y apunto con su dedo anular huesudo y largo, lo acercó a la frente de Alejandro.
En un rápido movimiento de manos el joven aparto a la vieja de su vista, la pobre anciana cayó de espaldas al suelo. Mientras ella solo alcanzó a decirle:
     -Joven príncipe, lo espero frente al lago
ahí me encontrará.
Si en su vida usted no quiere estrago
ahí usted irá.

Y con eso el príncipe se volteó para arremeter contra la pobre ancianita, pero cuál sería su sorpresa, cuando se dió cuenta que la viejecilla indefensa ya no estaba, solo en su lugar permanecía un hermoso tulipán lila.

La orden del tulipán (Completado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora