“Como sombras en la noche, estos hombres y mujeres asechan su objetivo, sin ruido, sin prisa y con una destreza y agilidad sobrehumana, cumplen su comisión. Sin decir palabras, solo dejan una huella de su visita atrás, el tulipán lila”
–Cuentos Y Leyendas De Las Tierras Del Mas AlláLa nieve seguía cayendo y el viento se encargaba de llevar el mensaje frío del invierno. Ya el cuerpo frío e inerte de aquel soldado descansaba sobre la rosada nieve y a unos pasos de éste se encontraba su verdugo, un muchacho de apenas unos veinte veranos, el mismo que fielmente había estado al lado de Alejandro por tantos años. Era tímido, obediente, servicial, era tantas cosas, pero ninguna de ellas aquello que tenia frente a él, un asesino. El príncipe no sabía que pensar, todo su mundo desde hace ya unos días comenzaba a desencajar. Lo que antes era una sola pieza, simple y sin complicaciones, ya no servía para nada. Como un hermoso jarro que caía al suelo y se destruía así sentía su mundo Alejandro, ya no podía confiar en nadie. Todavía mirando el suelo blanco y frío, pensaba en todas las cosas que sucedían, ¿Qué sería lo próximo?, no dejaba de preguntarse. Pero por fin reunió el valor y la compostura para enfrentar aquella verdad.
Primero, salgamos de este lugar antes que regrese la patrulla en busca de su compañero rezagado y luego tú y yo hablaremos de muchas cosas.
Deotrefes asintió con la cabeza y todos salieron de aquella callejuela, caminaron por las áreas oscuras y pasaron por lugares inhóspitos, cuando llegaron a un tramo que estaba sin salida. Estaban atrapados en contra de una pared de bloques de piedra, recubiertos por la nieve, Deotrefes saco de un bolso que llevaba en el interior del chaleco de saco un pergamino, hablo en voz baja, pero Alejandro no pudo escuchar lo que el jóven murmuró, luego de eso el muchacho examinó el mapa y lo guardó inmediatamente, con una rápidez impresionante. El muchacho robusto tocó una secuencia de piedras de la pared y ésta comenzó a aflojarse, dando paso a una salida.
Salgamos lo más pronto posible, en el bosque seguiremos a pie fuera del camino real, ya dentro de unas horas el gallo cantará y el pueblo se levantará en caos. A unos metros he dejado dos caballos descansados.
Salieron en medio del bosque y de la oscuridad, en la noche solo se podían contemplar cinco sombras huyendo. El bosque era inmenso y frío, sólo habían árboles de pino. La nieve había cesado un poco y el cielo comenzaba a aclarar ya, para eso habían recorrido bastante sin detenerse, pues sabían que sus vidas pendían de la distancia que pusieran entre ellos y el castillo. En unas horas los soldados comenzarían a buscar en la ciudad al príncipe y en cuestión de tiempo saldrían a sus mediaciones, no podían darse el lujo de parar ahora, debían seguir. Ya cuando llegaban a la ubicación, el joven rollizo se introdujo dos dedos desnudos a la boca y emitió un sonido agudo que retumbó entre los árboles. Terminado esto dos corceles aparecieron de entre los arbustos, eran grandes y fuertes, uno de ellos que era de color azabache fue directamente a Alejandro, y le dió un caluroso saludo.
¡Sultán! –el chico estaba contento que su caballo estuviera con ellos, ciertamente amaba aquel caballo, juntos habían hecho tantas cosas, gracias a ese corcel Alejandro había ganado las Justas.
Pensé que su viaje seria un poco más placentero junto a Sultán.
Has hecho bien, Deotrefes, Gracias.
Bueno, hay dos caballos y somos cinco, ¿Cómo vamos a seguir todos? –preguntó aquel extraño hombre del calabozo.
Alejandro lo miró extrañado: ¿qué demonios haces todavía acá, porque no aprovechas y te largas?, a ti o te buscan. –dijo algo irritado por la actitud entremetida de aquel desgarbado sujeto.
No se moleste, si quiere me iré por mi camino. Pero pido un favor más. Por estos lugares hay lobos y ladrones, yo no duraría mucho.
Deotrfes metió su mano en una de sus mangas y le lanzó un cuchillo alargado que resplandeció a la luz de la mañana de un color rojizo. Ese puñal ya Alejandro lo conocía y muy bien, pues casi lo había besado en el cuello. Aquel puñal terminó a unos pasos de los pies de aquel hombre enterrado en el suelo.
Tómalo y no molestes más.
El hombre tomó el estilete, lo guardó y los miró con desaprobación.
No me gusta esta despedida, pero les estoy agradecido por ayudarme mientras ustedes escapaban. Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse, tal vez en esa futura ocasión, yo esté en posición de pagarles su ayuda. Se los prometo, como que mi nombre es Josué, Josué Saetaverde. Que el sol siempre resplandezca en su horizonte.
Haciendo esto, aquel viejo hizo una pequeña reverencia de agradecimiento y fué a donde Alice estaba parada, le tomo la mano y se la besó – Gracias bella dama de ojos verdes, si no fuera por usted, hoy estarían preparándome para ser comida de cuervos –Alice removió su mano lo más rápido que pudo. El hombre se enderezó y se fue cantando y silbando.
Ahora vamos Alejandro, seremos dos en cada caballo, yo y Alice en este y tú con Dorcas, pues Sultán es más joven y fuerte y tu no pesas tanto, así repartiremos el peso en los caballos mejor.
Aquello no le gustó mucho a Alejandro, pero era verdad. Si el gordo de Deotrefes se iba junto con la rolliza de Dorcas, le romperían la espalda a aquel pobre equino.
Comenzaron la marcha de inmediato hacia el norte en busca de tierras más alejadas del reino, el viaje sería duro, pero debían de hacerlo, cada cual tenía sus propias razones y todos estaban dispuestos a llegar a sus respectivos destinos, Alejandro deseaba ver los apuntes de Dorcas en cuanto a aquel libro. Pero el hecho de que Deotrfes tuviera una marca de tulipán en su espalda, tal vez significaría que sería parte de la orden que Dorcas le había hablado, pues el joven dudaba que alguien se hiciera por puro gusto un tulipán en la espalda. Pareciera que todos los que le rodeaban tenían que ver directa o indirectamente con aquella orden, todos menos él. Mientras galopaban Alejandro redujo un poco la marcha para alinearse junto a Deotrfes.
Oye Deotrefes, necesito hacerte por lo menos una pregunta.
¿Tiene que ser ahora? –preguntó el joven un poco incómodo
Sí, necesito saber, de todas las que te haré, ésta es la más que me intriga.
Si tanto lo necesita, dígame.
Cuando hablaste de ir a casa hace un rato, ¿a qué te referías?, si nuestra casa era el castillo.
Aquella pregunta le había anidado en la mente a Alejandro y no le dejaba tranquilo. ¿Cómo que en casa?, si nunca ha vivido en más lugar salvo el reino de Carmesí. Deotrefes sonrió.
¿Usted no sabía que su madre era de las Tierra del Mas Allá? Todavía usted tiene familia y está todavía vela por usted.
¿Su má es de aquellas tierras tan lejanas?, mire, aun desde onde nojotras provenimos, queda bastante más lejos.
¿Cómo podía ser que la madre de Alejandro, fuera de tan lejos, como habrá conocido a su padre?, sacudiendo ese pensamiento de su cabeza, se dirigió ahora a su compañera de viaje.
Dorcas, usted me dijo que logró traducir unas páginas de aquel libro, ¿no es verdad?
Sí, así na’ mesmo.
Por lo que leyó y le conté de mis sueños, ¿entiende algo que me pueda dar luz sobre lo que sucedió? –el príncipe esperaba ansioso la respuesta de la dama de ojos almendrados.
Escuche bien, por lo que he leído hasta ahora, sólo es información acerca de la Orden Del Tulipán, historia y cosas asína. No he leído na’ acerca de que le dejen un tulipán a alguien despué’ de un portento. Necesitaré má tiempo pa’ seguir indagando sobre el tema.
Ya el sol se podía ver, el suelo blanco daba la sensación de estar en llamas al reflejar los rayos del sol. El bosque no le quedaba ninguna hoja, los animales corrían en la lejanía, saltaban las liebres y se escondían en sus madrigueras con el galopar de los cuatro viajeros. Ya cuando llevaban unas tres horas de viaje interrumpido a excepción por los descansos de los caballos. La noche había sido larga y necesitarían descansar y comer, pero no podían parar ahora, ya estaban lejos del castillo y por el momento estaban a salvo en el bosque, esto hizo que la adrenalina se fuera calmando. El vaivén del caballo le cerraba los ojos a Alejandro, como una nana arrulla a un bebé. El joven peleaba con sus ojos para mantenerse despierto, pero sentía que perdía aquella batalla. No podía parar, pues aunque le llevaran ventaja, no se sabía lo que pudiera pasar. Ya los brazos de Alejandro le dolían y los muslos los sentía algo inflamados.
Deberíamos pará aunque sea un momento, tengo que vaciar la represa. -Rompió el silencio Alice, con su habitual y singular forma de expresarse, Deotrefes que estaba cabalgando con ella, se paró y Alejandro hizo lo mismo. Una vez todos descabalgaron la chica salió corriendo hasta perderse de vista. Deotrefes se le acercó a Alejandro y en voz baja hablaron.
¿Qué piensas hacer con estas personas? No podemos llevarlas a cuestas todo el tiempo, nos retrasan.
No te preocupes por ellas, solo sigamos nuestro camino.
En eso llegó la joven un poco mas aliviada y contenta, al parecer había rendido buen fruto su misión. Una vez reunidos, llegaron al acuerdo de que sólo pararían para hacer las necesidades imperantes, a excepción de una parada de diez minutos cada hora, para descansar, pero que no pararían hasta al anochecer, donde dormirían. Pues si se estaba llevando a cabo una búsqueda de ellos, la misma no seguiría de noche, pues los peligros de cabalgar a oscuras son muchos, un caballo puede romperse una pata con una rama o algún animal pudiera atacar.
Cuando llevaban unos minutos al galope, Deotrefes aceleró un poco el paso para alcanzar a Alejandro.
Nos dirigiremos a la torre abandonada El Zorzal, para pasar la noche allí y mañana proseguir, ya mañana esperemos llegar a Rio Salmon, el salir del territorio de Carmesí, nos tomará tiempo, pero lo haremos de una forma segura. Ya el sol se levanta por encima de nosotros, debe de ser ya medio día, a estas alturas el reino deberá estar revuelto. Alejandro, su padre el Rey Isaac Corvo, fué un gran rey, lamento mucho lo que sucedió.
Deotrefes, ¿cómo supiste que murió el Rey, pudiste ver quien lo hizo? –preguntó afligido por la imagen de su padre, el joven huérfano, con un rayo de esperanza.
Lo lamento, pero tengo el presentimiento de que creo saber quien lo hizo. Mira –y en ese momento de su manga derecha saco el cuchillo asesino, era un cuchillo muy bonito y bien hecho, con los detalles y la destreza que solo un forjador con experiencia pudo lograr, la mano que había forjado semejante puñal era excepcional, pues los colores que habían logrado sacarle al metal eran hermosos y delicados, su hoja era plateada con detalles de copos de nieve en azul celeste y su mango era anillado con tres colores intercalados, azul celeste, plata y dorado, en la punta del mango había el diseño de un copo de nieve, la hoja del puñal tenia escrito algo en el dorso, con unas finas letras.
Copos de nieve y colores plata, blanco y azul celeste.
Exactamente lo que estoy pensando Alejandro, su padre fue asesinado por los Cazafríos.
Mi padre nunca confió en ese hombre… –el rostro de Alejandro se contrajo por un dolor que evidentemente no era físico.
Ya llegada la tarde, el sol comenzaba a menguar y la torre comenzaba a aparecer. En el horizonte entre medio de enormes árboles de pino, como un gigante incansable, estaba la torre en medio del valle, ya esa zona estaba abandonada desde hace ya casi trescientos años.
¿Por qué ustedes le dicen Torre Zorzal, si la gente la llama la Torre Roja?, preguntó Alice algo confundida.
El nombre original era Zorzal, luego fue que se cambio por La Torre Roja. –contesto Alejandro con aire de sapiencia y orgullo, de poder enriquecer a alguien con su intelecto. – desde que Morris Corvo dejó esa torre sellada para vengar la muerte de su esposa e hijos. Desde entonces la torre estaba completamente sellada y según creemos, todo dentro de ella seguirá igual. La esposa de Morris Corvo y sus tres hijos fueron asesinados en la torre, mientras él estaba en la construcción del castillo donde vivía, cuando llego corriendo a su encuentro un fatigado sirviente ensangrentado.
¡Qué horror! –se exaltó Dorcas.
“Mi señor algo lamentable a sucedido mientras usted no estaba, han venido unos bandidos de la montaña y se han apropiado de la torre, han mancillado a sus sirvientas y su mujer e hijos han sido besados por el frío de la hoja”,
¡Que terrible noticia! –comentó interrumpiendo la narrativa, Alice.
Eso hizo que Morris tomara consigo el ejército entero y fuera en busca de aquellos animales, cuando fueron llegando ya era de noche y los bandoleros dormían alrededor de la torre, Morris y sus hombres fueron silenciosamente y los fueron degollando uno a uno mientras dormían, cuando habían terminado, cuatrocientos cuerpos yacían en el suelo, entonces Corvo dió la orden de sellar toda posible salida de la torre. Todos los hombres comenzaron a poner piedras en las salidas como su Rey les había ordenado, a la mañana comenzaron los golpes y las burlas, pues tenían las provisiones. Pero al pasar los días comenzaron los ruidos, ya al medio día, comenzaron las maldiciones, pero a la noche comenzaron los gritos, Morris los dejó encerrados hasta que murieron de hambre, posiblemente una de las muertes más horribles y dolorosas, pues cuando se acabaron los ratones y las botas de cuero, comenzaron a devorarse entre ellos como los animales que eran.
¿Eso ocurrió de verdad? –pregunto Alice con los ojos bien abiertos.
Claro que ocurrió, que…
No hagan caso –lo interrumpió Deotrefes al ver la cara de espanto de Dorcas – eso es solo un cuento con una pizca de verdad, ya saben como las historias se exageran.
Esto hizo que Dorcas se sintiera más aliviada y por alguna razón Alice se viera inconforme. Ya las estrellas comenzaban a despertar cuando llegaron a los predios de la Torre Roja. Aquella torre era mucho más grande de lo que ellos se recordaban, ahora debían de buscar la manera de entrar. Dorcas, Alice y Alejandro comenzaron a mirar alrededor de la torre para ver si veían alguna forma de entrar en aquel lugar, pero sus esfuerzos fueron en vano, Deotrefes metió su mano en su bolso de cuero y sacó el mapa que anteriormente le había susurrado, aquel mapa era sólo un pedazo de pergamino, nada tenía en especial salvó unas runas a vuelta redonda, Alejandro al ver que Deotrefes sacó nuevamente el mapa, se le acercó para verlo más de cerca. Aquel pedazo de pergamino, estaba en blanco, no tenía nada, ni dibujos, ni leyenda, tampoco la rosa de los vientos. Pero en ese momento Deotrefes susurró nuevamente unas palabras, cuando hizo esto inmediatamente comenzaron a dibujarse por manos invisibles un mapa de aquella zona con sus puntos cardinales. Aquello impresionó a Alejandro y lo dejó sin habla, en el mapa mostraba claramente la entrada secreta hacia aquella Torre Roja. Ahora sólo debían de buscar aquella entrada que aquel extraño mapa les indicaba, cuando giraron a la derecha para comenzar la búsqueda, en el mapa había una brújula en la extrema izquierda que apuntaba hacia el norte, pero aunque ellos giraran y se voltearan en sentido contrario, aquel mapa siempre se encargaba de que aquella brújula pintada en tinta, apuntara hacia el norte. Alejandro estaba fascinado con semejante artilugio.
Deotrefes, ¿Qué es ese mapa tan raro que posees, de donde lo has sacado?
Esto no es un mapa cualquiera, Alejandro, esto es un Pólux, es una de las herramientas que yo uso para mis trabajos.
Deotrefes se paró frente a un gran peñasco con moho y con su estilete procedió a raspar, a medida que iba sacando aquel moho de la roca, comenzaron a verse dos huecos, Deotrefes se paró en frente de dichos huecos e introdujo en ambos sus manos. Tan pronto sacó sus manos, la roca comenzó a deslizarse hacia atrás, dejando al descubierto una entrada en el suelo.
Ya cuando todos habían entrado a la Torre Roja, la vista que les dió la bienvenida era tétrica, los pisos suaves de mármol y las vigas de madera eran adornadas por osamentas todavía vestidas, al parecer los que no tenían valor para enfrentar el hambre se habían colgado del techo y los que habían querido hacer frente a aquel desastroso destino de morir de inanición, estaban esparcidos por todo el suelo. Después de tantos años todavía aquellos cuerpos reflejaban las últimas escenas de desesperación y dolor, el suelo rasgado y las vasijas rotas, señales evidentes de la agonía que sentían en los últimos segundos antes de cerrar sus ojos y descansar por última vez. La poca luz que habitaba en aquella estancia, descubría ante sus ojos lo que fuera en aquel momento la cocina, calderos y leños tiznados esparcidos por el suelo, junto a platos de madera y barro, y envases de todos los tamaños y materiales. Las paredes en piedra hacían que el aire fuera húmedo y frío, Alejandro se acercó a uno de los calderos negros que descansaba plácidamente sobre la mesa, cuando vino a ver el contenido de aquel envase de hierro, todavía quedaban restos de lo que parecían restos de huesos. Al ver semejante visión se retiró lo más rápido posible. Alice a pocos pasos estaba pasando por el arco que dividía el salón común de la cocina, aquel lugar era un poco más grande que la cocina, era algo esférico y en sus paredes habían cabezas de animales que servían de una decoración tétrica que hacia juego con los que descansaban todavía en los muebles de aquella estancia. El suelo de madera con lo que quedaba de lo que pareciera que una vez fue una majestuosa alfombra de osocornudo, ya solo era tiras inútiles, sobre la chimenea todavía colgaban cuadros de la familia Corvo, aunque algunos manchados por moho o por alguna comida arrojada, desde aquella sala, se podía ver tres puertas y una escalera dos de aquellas puertas estaban inútiles, pero la que le abrió a Alice, tenía en su interior un cuarto de reunión, al parecer el salón de guerra de Morris Corvo, la mesa estaba vacía, a excepción de un cáliz de oro y una botella, a los pies de la misma, se encontraban mapas y figurillas junto con banderas que en un tiempo tuvieran escudos de familias nobles, sobre la silla principal de aquella mesa bélica, se encontraba el responsable de que todo aquello estuviera en el suelo y aparentemente el dueño del cáliz y el vino. Aquel era a primera vista un hombre alto e imponente, como sugiere su osamenta, estaba lleno de prendas de oro, plata y bronce, al parecer era el líder de los bandidos y no dudaba Alejandro que fuera el último en morir, a aquel hombre le habían hecho compañía otros cuatro cuerpos mas, pero todos habían recibido la bienvenida de una saeta.
Al parecer murió ebrio, para amilanar la locura del dolor –dijo Deotrefes a la vez que tomaba la botella de vino que al parecer todavía poseía un poco y removía su corcho para oler.
Parece que el infelí diparó contra su propia gente –observo Alice con indignación, al ver las flechas en las paredes y en el suelo.
Los hombres debieron tratar de sublevarse contra aquel líder que los había llevado a la muerte y tal vez por eso se había acuartelado en esta habitación.
La cara de espanto que les regalaba Dorcas a cada giro, le divertía a Alejandro, no podía creer que una mujer con las dimensiones corporales de ella, tuviera tanto miedo ante esas conclusiones.
Dorcas, tranquila, mira no te harán daño, ya están muertos hace ya muchos años –le trató de consolar Deotrefes.
Aunque uno nunca sabe Deotrefes, si quieran comer una vez más carne de algún invitado inesperado. –añadió Alejandro
La mujer se echó hacia atrás y sintió una mano esquelética en su hombro, esto causó que la robusta mujer se pusiera pálida como el algodón y se desplomara en el suelo. Alice que todavía sostenía la mano esquelética que causó el desmayo de su madre, corrió a donde ella y trató de levantarla. Deotrefes, fue corriendo a donde se encontraba la pesada mujer y puso su oído en su pecho.
Sigue viva, pero inconsciente. ¡por los cielos!, ¿Qué estaban tratando de hacer, convertirla en uno de estos inquilinos?, mejor subamos y busquemos donde dormir, buscare algo para arroparla y tu Alice, ya que no le haces ascos a estas cosas, levántalas y tíralas con su amado líder. Así cuando tu madre se levante no se nos vuelva a ir.
Y con eso se fue el muchacho gordo farfullando en lo bajo mientras ascendía por las escaleras en busca de algo que le pudiera servir como cobertor. Alejandro, todavía no pasaba el susto, se acercó a Alice y le pidió disculpas por lo que ocurrió.
Lamento lo que le ocurrió a tu madre, deberás que no pensé que se pusiera así de nerviosa.
Alice que todavía temblaba del susto tenía todavía la cabeza de su madre en su falda y no dejaba de mirarla.
Vamos, te ayudare a recoger –así, Alejandro comenzó a levantar y a empujar los esqueletos y tirarlos en la habitación.
Cuando colocaron el último en el salón, ya bajaba Deotrefes con unas frazadas y almohadas. Las sacudió y acomodó a Dorcas en ella, pero esto al parecer no le gustó para nada a Alice, pues arremetió contra el pobre gordo.
Oye no meteras a ma’ en esas porquerías llenas de muerte.
Tranquila, lo saque del armario, están sin usar, ¿qué crees que soy, un príncipe inmaduro o un hijo que no piensa?
Aquello dejo sin palabras a los jóvenes que todavía lamentaban lo sucedido. Sus rostros como atraídos por imanes fueron a parar al suelo por la vergüenza que sentían.
Como toda la torre está completamente sellada, podremos encender la chimenea. Me ocuparé de los caballos, si alguien los encontrara estaríamos en problemas.
Deotrefes salió hacia la cocina dejando solos a Alejandro y a Alice. El joven buscó a su alrededor maderas y leños que estuvieran secos para poder encender la chimenea, pero no sabía cómo hacer aquello. Alice al ver que el príncipe estaba inseguro al seleccionar las maderas, fue en su ayuda.
De veras que no sabe na’, déjeme encendé el chemeneo este… –arrebatándole de las manos los pocos maderos que había recolectado el muchacho los llevó a la chimenea.
El príncipe se sintió estúpido e inútil por aquella reacción tan cortante de la muchacha, tirando al suelo los otros pedazos de madera, fue hacia ella. La chica se encontraba en cuclillas acomodando la madera, para que pudiera encender mejor. Cuando Alejandro llegó frente a la chica y se disponía a abrir la boca, el fuego comenzó a crispar, la chica era excepcional, encendió ese fuego más rápido que Deotrefes. A la luz del fuego los ojos verdes de la chica, se veían muy hermosos, con una belleza que dejaba a Alejandro con el deseo de seguir contemplándola para el resto de su vida y en lugar de decirle las barbaridades que había pensado, fueron reemplazados estos pensamientos por un sorpresivo agradecimiento.
Gracias por ayudarme.
Al parecer la chica al igual que Alejandro tampoco se esperaba esto y se le notó al escapársele una leve sonrisa que trató de esconder mirando hacia el fuego. La chica estaba pasmada, no sabía que decir, nunca se había encontrado en esa situación o en alguna situación que no fuese necesario la fuerza o la rudeza. En cambio aquello era nuevo para ella, Alice sintió rubor en la cara, pero agradeció por el fuego frente a ella, así Alejandro no se daría cuenta de ello. Alice se sintió tensa y lo único que salió de sus labios fue la fuerza de costumbre.
Si no llego a jacel el trabajo, morimos congela’os.
Al momento el joven Alejandro sintió nuevamente deseos de expresarle a la joven como él se sentía, su enojo volvió a encenderse como las llamas que tenían enfrente.
Eres una personita muy odiosa, solo intentaba ser cortes, pero como uno puede serlo con semejante…
¿Señor? –se escuchó la voz desde el arco de la cocina decir a Deotrefes que había llegado y ellos no se habían percatado – Que bien, han podido encender la hoguera, miren que está cayendo una nevada increíble y eso es bueno.
¿Bueno, como podremos seguir mañana con todo lleno de nieve?
Tranquila, señorita Alice, la nieve se encargara de cubrir nuestro rastro y a estas alturas, cuando mañana envíen las tropas a buscarnos, no lo lograran, estaremos en marcha desde la salida del sol.
Alice sacó de los bultos que había preparado varias tiras de carne secas en salazón y queso duro, los repartió entre ella y los dos muchachos. Juntos comieron callados frente a la luz de la chimenea, en sus mentes solo corría la incógnita de lo que harían, cómo había terminado todo aquello de esa manera, tan de súbita. Apenas hacia unas horas Alejandro vivía en un castillo y con un padre, ahora sólo era un prófugo, acompañado de un asesino y dos extranjeras.
Cuando hubo tragado el último pedazo de queso duro, se acordó de las botellas de vino en el cuarto de guerra, así que se levantó y corrió hasta allí. Los chicos se quedaron mirándolo, sin comprender lo que el tramaba. Alejandro salió con dos botellas de vino, aquel vino tenía un aroma dulce y placentero, casi Alejandro podía saborearlo, llevaba tres siglos en los odres con eses fermentándose. Le sirvió un poco a Alice y a Deotrfes, pero este último lo rechazo, pues según él los miembros de la Orden Del Tulipán no consumen alcohol hasta cumplida su misión.
Como tú decidas, mira que un vino como este, no se encuentra todos los días.
Alice olió la copa donde Alejandro le había servido el vino, su mirada denotaba que la joven nunca ha probado ese tipo de alcohol, el dulce aroma invitaba a deleitarse en el. Cuando la chica probó el delicado, pero fuerte sabor se sintió relajada. Alejandro aprovechó el momento para preguntarle al Deotrefes.
Dime, mi querido Deotrefes, ¿desde cuándo eres de esta fascinante Orden que desde hace unos días estoy escuchando?, ya casi me hago un experto en la materia.
Mientras Alejandro pronunciaba estas palabras le señalaba a Deotrefes su vestimenta rasgada y su bulto de piel, donde guarda aquel extraño mapa. Deotrefes con un su tranquilidad tan distintiva sacó de su bolso un manuscrito en piel de curada y se lo lanzó a Alejandro, éste lo atrapó, dejando caer un poco del preciado liquido al suelo, lo cual lamentó.
¿Qué es esto?
Míralo y te explicaré.
Alejandro desenrolló la misiva, la misma estaba escrita en una delicada forma, y se podía leer lo siguiente:
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La orden del tulipán (Completado)
FantasyCada generación tiene algo que aportar a la siguiente, sea para bien o para mal. En el mundo de Egea, no es la excepción. Cada uno vive su vida, sin embargo, cada vida es el reflejo de las generaciones pasadas. Copyright © Todos los Derechos Reserva...