Capítulo 10 Lagrimas de Hielo y Sangre

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“En el resguardo de la noche, cuando la luna está en su cenit, las lagrimas escarlatas surcan el aire. Tan hermosas como gemas, se van cristalizando y con los rayos de luna se van petrificando, cuando se posee esta habilidad, el mundo entero conspirara en contra, pero qué importancia tiene, si se posee todo lo demás.”
–Mitologías y Teorías de las Lágrimas

Año 1280 E.C. Invierno

   El invierno había llegado y los ventanales estaban blancos por la presencia de la nieve, en cambio, el interior de la habitación estaba templado. Elena yacía en la cama cuando el Rey entró por la puerta, Isaac no podía creer lo mucho que todo había cambiado en sólo cinco años. Desde la muerte de Cedric, la pérdida de su mano y la victoria de la guerra todo parecía un sueño pasado, como si lo hubiese vivido en otra vida. Ya el pueblo sanaba, los caminos poco a poco volvían a ser seguros, las posadas volvían abrir sus puertas a los viajeros, los agricultores volvían a sus tierras y el comercio marítimo se recuperaba y lo mejor de todo para Isaac era poder compartir su vida con la mujer que amaba. Bajo el resplandor de la chimenea, Elena parecía rebosar de luz fulgurante, esto hacia que se viera aun más hermosa, el corazón de Isaac se apresuraba como un corcel al contemplar a su compañera. Trató de entrar en la habitación sin hacer ruido, se acercó hasta ella y notó que parte del cobertor estaba en el suelo. Se inclinó y le abrigo bien, le dio un beso en la frente y salió del cuarto. Como Rey, debía atender ahora toda una nación. Como un neonato, ésta necesitaba todo el cuidado necesario, pues en aquellos momentos posguerra  se encontraba en estado muy débil. Isaac miró el muñón donde estuvo alguna vez su mano, sentía todavía sus dedos, era una sensación extraña, como si todavía pudiera moverlos. Pero ya aquello era cosa del pasado, solo podría ahora gobernar y cumplir los deseos de su abuelo y padre. El pasillo estaba iluminado por lámparas de aceite, sus diseños eran hermosos, bien cuidados de lo que parecerían una especie de lechuza, aquello era claramente proveniente de las tierras Del Mas Allá. Mientras contemplaba el resplandor que emitía aquella lámpara, Armenio se le acercó.
Buenas noches mi señor, sus hombres están reunidos.
Bien, vayamos para que acabemos con esto, mira que ya mis ojos pesan y este maldito muñón me recuerda que estamos en invierno con cada punzada que siento.
Armenio con una inclinación de cabeza aceptó aquello y lo dirigió hasta el cuarto de guerra. En la entrada del mismo, había dos guardias, que en sus ojos se veía el cansancio. Las puertas que con celo resguardaban eran enormes, de unos diez pies de altura, de madera sólida y en ella había unos cincelados de flores y animales míticos. El chirriar de las bisagras anunció su entrada, nada glamoroso como las trompetas, pero hizo la función. Los hombres que estaban a cargo de llevar a cabo las labores económicas, la consejería, los escribas, la seguridad, Eduardo Cazafríos y Bartolomeo Lirioblanco estaban ya sentados en sus asientos. Pero ante la presencia de su rey, se pusieron de pie y el silencio imperaba, expectante de los resultados de sus problemas y las decisiones que tomarían, al igual que una veleta, cambiarían el rumbo de la nación. Isaac tomó asiento, el más grande y llamativo de toda la habitación. Aquel era en madera de roble, sus asientos eran en fieltro acolchado violeta oscuro como la noche.
Avancemos con esto mis Señores, pues la noche es fría y nuestras mujeres nos aguardan.
Mi Señor –continuó el jefe de moneda Javier Helecho –nuestras arcas están casi vacías. Desde que recuperamos el reinado, la corona ha sufrido muchos gastos. Mi señor, debemos subir los impuestos. Si no, no podremos pagar a los escudos reales.
Eso es exactamente de lo que vengo a hablar mi Rey –interrumpió desesperado Andrew Barbalarga, jefe de los escudos –La criminalidad ha subido por la pobreza y la desesperación a tener un pedazo de pan. Si no adiestramos más soldados, pudiera levantarse alguna insurgencia, las personas ya comienzan a desesperar y murmurar. Mi señor, dicen que era hasta mejor cuando Cedric –y escupió en el suelo –estaba en el poder, no podemos permitirnos esto.
Ante estas peticiones y palabras, el silencio del rey dominaba, solo miraba a aquellos hombres de forma pensativa y analítica.
Bien, sé que estamos pasando por momentos desesperados, pero como toda recuperación de batalla –y levantando su muñón –es dolorosa y cuesta acostumbrarse. Por eso le he pedido a Ser Cazafríos nos acompañe esta noche. Eduardo y su familia, nos harán un préstamo para que podamos saldar las deudas que aquejan al reinado. Con el mismo, podremos pagar a los escudos y a trescientos hombres más, cuando la economía se recupere, pagaremos el monto adeudado.
Tanto Andrew Baralarga como Javier Helecho, parecían satisfechos con aquella decisión.
Interesante acto de concordia –habló Armenio, que hasta ese momento el silencio era lo único que había aportado esa noche –excelente joven Eduardo.
Si, ciertamente Cazafríos y su familia, son de las más respetadas en todo Carmesí y es por eso que anunciamos que el primer hijo que tenga casará con alguna de las hijas de Cazafríos, de esta forma nuestro reino será aun más fuerte. –el rostro del viejo maestre se contrajo y su seño se frunció, con aquella cara se veía aun más arrugado.
Excelente decisión, mi señor Rey, excelente. –Congratuló Bartolomeo Lirioblanco –Ahora que hablamos de herederos, perdonando nuestra intromisión, mi señor ya han pasado varias lunas y la reina no ha quedado embarazada. Sería bueno que también hubiera un heredero pronto, que tenga la misma elegancia de Rogelio, la sabiduría de Antonio, la fuerza de Benjamín y la valentía aguerrida de su progenitor el rey Isaac Corvo. Así las masas tendrían algo de qué hablar, al gentío le encantan los chismorreos reales y este sería el mejor.
Aquellas palabras le helaron la espalda a Isaac, el dolor y la molestia que sentía el joven Rey por la pérdida de su mano, se reemplazó al momento por esta preocupación. Ninguno sabía que Elena no podría concebir hijo alguno. Sólo estaba al tanto de esto Armenio, pues era el que la atendió y la seguía atendiendo. Con una sonrisa inclinó su rostro y se levantó, así daba por concluida aquella reunión. Cuando se levantó todos se despidieron de Isaac con una sutil reverencia, pero cuando Armenio el Maestre se levantó para irse, Isaac lo detuvo, necesitaba saber más al respecto.
Armenio, espere por favor…
¿Algún problema mi Señor?
Si, necesito saber, ¿qué probabilidades hay de que Elena pueda concebir un niño?
Un suspiro lento y profundo fue la respuesta inmediata que se escuchó en aquel gran salón de piedras, el rostro del Maestre era enjuto. Isaac ya se imaginaba la respuesta de aquel sabio hombre.
No es bueno, la joven tiene perforado el saco de bebé y sus órganos internos fueron gravemente lacerados por Espiga aquel día. No sería posible esto, me temo que esto es todo lo que le puedo sugerir mi buen Rey … -el rostro de Armenio iba a continuar, pero algo lo detuvo súbitamente, Isaac se percato de esto, pues estaba anhelante de cualquier solución.
Dígame Armenio, puedes continuar…
Deme tiempo para investigar y mañana iré por la Reina a sus aposentos reales.
Los ojos de Isaac demostraron que no entendía nada de lo que decía aquel anciano, pero por sus largos años de servicio a su familia, aceptó.
Claro Armenio –con esto el rey se levantó y fue directo a su recamara para concebir el sueño.
       A la mañana siguiente la nieve caía más fuerte que en días anteriores, el castillo entero se sentía más frío aun por las paredes de roca, aquel frío era implacable, aun abrigándose con sus ropajes de piel de osocornudo, sentía el frío en los huesos. Aquel muñón le castigaba en cada momento y sus ánimos no eran los mejores. Armenio llego temprano en la mañana, mientras ambos monarcas se abrigaban aun más. Al pasar sin que se dieran cuenta, éste miró a la chica y le pidió que lo siguiera, la cual obedeció sin ningún problema. Isaac estaba esperanzado de que el viejo maestre encontrara una solución, sabía que Armenio era un hombre sabio, y si había alguien que pudiera ayudarle, ese sería aquel viejo.
Mi señor –se escuchó la voz de Andrew Barbalarga –ha venido un mensajero desde los puertos, dice que necesita entregar una misiva muy importante al Rey de Carmesí, no quiso escucharme.
¿Cómo se veía el hombre? –Preguntó Isaac
Es un moreno de las Tierras del Mas Allá, su acento es muy extraño. Dice que usted lo conoce.
¿Como dice llamarse?
Mencionó el nombre de Jamed Azair.
Aquel nombre heló la sangre de Isaac, no se esperaba aquello. ¿De dónde habrá salido aquel hombre?, después de que el Gustosito lo hubiera tratado, no entendía como se atrevía a aparecer.
Está bien, yo iré a verle. No te preocupes, le conozco.
Cuando salió al vestíbulo había un hombre sentado con un niño en su falda. El hombre iba vestido con ropajes largos hasta los pies de color amarillo pálido, con puntadas y flecos anaranjados, llevaba un gorro de tela anaranjado con diseños bordados de peces amarillos. Cuando apenas estaba a unos pasos de aquel hombre, Jamed levantó la mirada, llevaba un parcho en su ojo izquierdo y una fea cicatriz en su pómulo izquierdo, pero a pesar de esto, aquel hombre llevaba una sonrisa en su rostro. Se levantó y se inclinó ante el Rey Isaac largo rato, luego se enderezó y esperó a que el monarca hablara, según la tradición.
Qué bueno verle Jamed.
El honor ez miuz, mi arteza.
Veo que ha traído a uno de sus hijitos –Isaac miró alrededor del salón, pero no vio a más nadie aparte de los escudos reales y alguno que otro sirviente -¿Dónde están sus esposas y el otro pequeño?
En nueztro campamentoz, mi Señor.
Jamed hacía tiempo que quería hablar contigo, es increíble que estés aquí, después de lo que me contaron, no creí que siguieras con vida. –Isaac estaba extrañado con la presencia de aquel hombre – ¿Por qué has venido después de tantos año?, ¿A buscar tu paga por haber ayudado a escapar a Elena? –Aquellas palabras congestionaron el rostro de Jamed, este se sintió contrariado y afectado.
No digaz ezo mi zeñor zar, mire que zolo vengo a dejar un presente a miz reyez.
De un pequeño bolso sacó una cajita de madera pintada de escarlata, con goznes de plata, su asa era en marfil y en esta había pequeños gravados de aves. En la puertecilla tenía en el centro de cristal, el cual dejaba ver lo que había en su interior. En el interior había una ramilla de Salomón, una extraña flor púrpura rojiza, sus cinco pétalos eran anchos, parecidos a la flor amapola, tenía espinas largas y verde oscuro. Ciertamente era muy hermosa y su valor era incalculable, pues aquella flor no crecía en esa región de Carmesí, sino que provenía de las islas topo. También había un libro de escamas escarlatas con anillas en su lomo, pero las letras no las podía entender.
¿Y este libro? –pregunto con curiosidad Isaac.
Ez de Elena, el díaz en que la tuve que dejar en el campamentoz, me lo tuve que llevar, pues aquellos soldados trataron de matar a mi familia. –habló algo nervioso Jamed, pero antes que siguiera Isaac lo interrumpió.
Muchas gracias Jamed…
Mi señor, ezte zolo ez un regaloz para que perdone a Jamed por haber mentidoz.
No es problema, sé que solo trataba de hacer un trabajo.
Zi me permitez, también tengoz otro regaloz, pero ezte ez para usted. –y del mismo bolso que anteriormente había sacado aquella hermosa cajita de madera escarlata, sacó una mano de hierro, era hermosa y resplandeciente ante la luz de las chimeneas que calentaban el salón.
Los ojos de Isaac se abrieron al ver aquella mano, se sentiría más cómodo. Aquel hombre con ese regalo había logrado ganarse el aprecio de Isaac. La tomó con su mano derecha y la miró fijamente y sonrió al ver su reflejo en ella.
De veras que este es el mejor regalo que me han hecho, gracias Jamed.
Cuando se puso la mano de hierro, no era tan pesada como se imaginaba, era hasta liviana. Su interior estaba mullida con terciopelo, el muñón que tanto le punzaba, se comenzó a calentar y con esta hermosa mano, le dejó de doler. Era un hermoso regalo, Isaac no sabía cómo pagarle semejante cosa, lo único que se le ocurrió fue darle un terreno y ganado.
Me gustaría que te quedaras a cenar más tarde, tú y tu familia.
Mi Rey, por favor no malinterprete mi rechazo, pero voy a tener que Pazar la invitazión.
¿Por qué? –aquello extraño a Isaac, ¿por qué aquel hombre no querría compartir su mesa y sus manjares?
Zegún miz diozez, no deboz compartir la meza con hombrez que no compartenz miz creenziaz –el rostro de Jamed expresaba dolor –pero perdonez por favor, eztare durante unas zemanaz en ezta areaz y luego volveré a mi tierra, no tuve mucho ezito aquí, mucho razismo.
Entiendo su creencia y lamento mucho que hayan sido cruel con usted. Pero si necesitaras algo, sólo dígamelo y lo compensaré.
El hombre aceptó en silencio, mientras utilizaba una vara para poder levantarse, en Saaraneo llamo a su hijo:
Hi’ka hi’ka –mirando a Isaac, con una sonrisa se dirigió por última vez –graziaz por el ofrezimientoz de alimentoz, pero cuandoz nezesite algo vendre, por zu palabras.
Con eso se marchó cojeando, al parecer el Gustosito, hizo bastante daño a aquel padre de familia. Isaac estaba contento con su mano, en su contentura pensó en Elena que todavía estaba con Armenio, decidió ir a ver qué es lo que hacían, así de una vez le daba aquella flor a la joven esposa. Cuando llegó hasta la puerta de la torre del maestre que en realidad era la biblioteca, la encontró abierta. Caminó derecho, pasando varios anaqueles de libros y estibas de libros apilados como columnas.  Cuando llegó hasta las escaleras los vio hablando, ella estaba sentada desnuda, mientras que el anciano maestre examinaba la herida de su costado y la comparaba con un viejo libro que tenía a su lado en un gran pedestal iluminado. Cuando Isaac se había acercado lo suficiente Elena abrió sus grandes ojos marrones que despedían un brillo hermoso, el viejo maestre Armenio se enderezó con toda la calma y miró a Isaac.
Joven Rey, ¿Cómo esta?
Bien, mi buen Armenio, veo que ya ha examinado bastante a la reina, ¿porqué no me permites llevármela un momento? –la sonrisa de Isaac cada vez que veía a su hermosa esposa, florecía como un campo primaveral, después de un tempestuoso invierno.
Claro mi Señor –el viejo anciano parecía partirse en dos cuando se inclinaba hacia delante tratando de hacer la reverencia. Aquel gran hombre estaba encorvado, pero nunca dejaba de impresionar a Isaac lo alto que era Armenio.  Aun encorvado por los años, seguía siendo más alto que Isaac y que su mismo padre Antonio “el Osocornudo”.
Al salir de aquella torre polvorienta y llena de libros corroídos por el moho y la polilla, Elena tomó la mano de Isaac. Juntos caminaron en silencio, disfrutando del tacto y la compañía de cada uno. Al llegar hasta los patios de la puerta Sur, pasaron por dos grandes estatuas cubiertas de nieve, en medio de aquel lugar se encontraba un gran estanque congelado, donde durante las estaciones cálidas se aprecian patos y peces. A Elena le fascinaba ese lugar, siempre que estaba sola, acudía allí para pensar y jugar con los patitos. Se sentaron como de costumbre en el borde del estanque congelado en unos troncos que Isaac limpio de nieve, allí Isaac sacó los regalos que había traído Jamed. Elena al ver el libro y la flor, se impresionó tanto que no reacciono, se quedo pasmada. La joven reina no sabía que decir, luego de luchar con el silencio, habló:
¿Cómo conseguiste esto?, después de un cinco años y dos temporadas, ¿Cómo lo has hecho?
Jamed vino hoy, te trajo esto –extendió su mano y sacó del interior de su capa una bolsa de terciopelo, de esta, extrajo un objeto cubierto con un paño de lana blanco –mira, tengo mano –dijo jocosamente Isaac.
Elena tomó la mano de hierro y la miró por todos lados, nunca había visto algo así de bello, aquella mano era verdaderamente una pieza de arte.
¿Te regalo esta mano?, de veras que es hermosa, vamos a ponértela. –Elena tomo el brazo de su esposo y comenzó a ponerle las correas que la sujetarían a su brazo, cuando hubo terminado vio lo elegante que se veía su marido con aquella mano tan imponente. –mmmm…. Qué guapo se ve usted hoy, mi Rey –comenzó a morder sus labios de la forma en que sólo al Rey le podía gustar y con sus ojos marrones que le indicaban lo mucho que lo amaba.
Ay Elena, ciertamente eres la mejor mujer del mundo, como puedes encontrar a tu rey hermoso cuando en realidad es un tullido.
Mi esposo no es ningún tullido. Vamos, déjala puesta y que el reino sepa que eres Isaac ’Puño de Acero’ –y una sonrisa floreció como una bella flor en primavera - sí, eso me gusta.
Elena, te quería preguntar: ¿qué es ese libro?
¿Este libro?, no es nada importante, solo tiene que ver con historia. No hagas caso es muy aburrido, pero la flor es la interesante, mírala mi bello Rey.
Elena tomo la cajita escarlata y la puso frente a su amado Isaac, abrió la cajita y un aroma tranquilizante y dulce salió de ella, aquel aroma traía recuerdos gratos y daba paz.
¿Te gusta el aroma de la flor de Salomón, mi amor? –los ojos de la joven tenían una expresión de felicidad, sabía que a su esposo le gustaría dicho aroma
Es muy dulce, ¿Qué te dijo Armenio, acerca de… bueno, de poder tener un crio?
Elena tomo el libro en sus brazos y lo apretó contra su pecho y con un poco de consuelo, miró a su esperanzado esposo que tanto amaba.
Si mi amor, tenemos esperanzas, ahora las tenemos…
La noche avanzaba y las ventanas comenzaron a repiquetear, el sonido a pequeñas rocas golpeando la ventana levantó a Isaac de madrugada, extendió su brazo a su lado y no encontró el calor de Elena, en la oscuridad la chimenea ya había apagado y todo estaba en penumbras. Camino buscando su abrigo de osocornudo, pero no lo encontró por ningún lado, buscó otro abrigo en la cómoda y salió al pasillo, todo estaba desierto y frío. Los guardas dormían plácidamente en un rincón, al ver a su Rey se estremecieron y por sus rostros se podía leer el temor a ser azotados, pero Isaac estaba más consternado en saber dónde estaba su esposa, aunque si algo le llegaba a pasar a Elena por que aquellos guardas no hacían su trabajo su piel seria el próximo tapete real.
¿Han visto a la Reina?
Señor ella salió hacia la cocina hace un rato –contestó el soldado más verde e imberbe.
Tenía hambre, eso fue lo que nos dijo –mencionó el segundo soldado que el rostro de asustado parecía deformar su cara.
Isaac siguió su camino hasta la cocina, durante aquellas horas todavía la servidumbre no estaba despierta. Bajó por las escaleras y tomó una de las lámparas de aceite que había en ellas. La cocina a esas horas parecía aterradora, no había ni un alma en ella, solo oscuridad y frío. Cuando se detuvo a llamar a Elena, una luz fulgurante salía del patio donde está el estanque, aquella luz llamó la atención de Isaac. Se asomó por una ventana de la cocina, donde ponían los pasteles a enfriar. La luz era intensa, pero de esta salía la voz de una mujer en pena y en dolor. El corazón de Isaac se detuvo, tomó consigo un escudo decorativo que había en la pared y cubrió su cabeza. Salió corriendo hasta el patio, el frío no lo sentía, sólo en su mente corría el bienestar y rezaba que su esposa estuviera bien. Cuando llego hasta la luz blanca, no podía ver nada, le quemaba la vista entonces comenzó a utilizar su brazo para cubrir el resplandor, su mano comenzó a sentir un calor increíble, tanto que la hundió en el hielo. Los gritos seguían penetrando su mente, no podía pasar aquella luz blanca. Pero entonces le vino a la mente la otra mano de hierro que todavía llevaba puesta, se levantó y corrió hasta la luz, donde salían los gritos desgarradores de Elena. Metió su mano de hierro, esta comenzó a tornarse escarlata por el calor que irradiaba aquella luz segadora. Pero logro empujar a Elena fuera de aquella luz, cuando logro hacer esto, la luz desapareció y ella cayó sin hacer ruido al suelo que estaba quemado por el lucero. Elena estaba fría y su garganta ya no producía ningún sonido. Corriendo a duras penas y asfixiado por el momento, Isaac tomó a Elena entre sus brazos, trató de escuchar su corazón latir, no hubo éxito. Su piel estaba pálida y sus labios morados, sus fuerzas ya habían huido de ella y sus ojos permanecían cerrados como cuando dormía en su pecho en las noches. Isaac comenzó a acariciar el cabello de Elena como a ella le gustaba que el hiciera, los ojos de Isaac se llenaron de lagrimas incesantes, el dolor era insoportable. El cuerpo sin vida de su amor, de su compañera inseparable, yacía tumbado inmóvil entre sus brazos. Unas manos huesudas tocaron el hombro de Isaac, este se volteó y vio la gran silueta de Armenio que estaba parado al lado de él.
¿Qué ha pasado, que ha pasado? –preguntó afligido y destruido el anciano maestre
Mírala Armenio. Mira mi pobre Elena. –Las lagrimas de Isaac seguían el triste rumbo al suelo helado, confundiéndose con la nieve.
Pero a unos pasos de ellos en el abrigo de osocornudo un ruido suave les llamó la atención, Isaac no podía apartar a Elena de sus brazos. Armenio fue caminando hasta el abrigo y cuando lo abrió. Cuál sería su sorpresa, un pequeño bebé estaba sonriente en medio del abrigo peludo.
Por los cielos –exclamó Armenio sorprendido por el descubrimiento, ¿Qué es esto? –Armenio tomó a la criatura y la llevó hasta el rey que todavía no soltaba a su amada esposa –Mire Señor, un bebé
¿Pero, como un bebé, de quien es el crío? –pregunto desorientado Isaac
Al parecer es de usted mi Señor. Mire, tiene los ojos y los labios de Elena y  sus cabellos mi Señor.
¿Pero cómo es posible?
No puede ser mi Señor, no es posible… pero…
¿Qué pasa?, Habla Armenio, ¿Qué pasa? –Isaac estaba desesperado, su esposa estaba muerta en sus brazos y había un niñito recién nacido en el suelo dentro de su abrigo.
Las lagrimas de sangre son usadas por madres desesperadas, son la última oportunidad de dar vida y pasarla de un ser a otro, es la forma más pura y peligrosa de dar amor. Parece que Elena deseaba tanto darle un hijo, que dió su vida a cambio de… -la voz de Armenio se quebró y no pudo seguir hablando.
Dio su vida, para que yo pudiera tener un hijo… -Isaac no podía creer lo que decía, sonaba como si fuera egoísta.
Mi Señor, este niño ha sido dado bajo las artes prohibidas. Es un peligro tenerle, ¿Qué hará? –preguntó consternado el Maestre.
Saldrá del país junto a mi Reina en un viaje y al cabo de un tiempo regresará con el niño. No permitiré que le pase nada a mi hijo.
Mi señor un detalle más, los hijos de sangre no pueden estar expuestos a las lagrimas de sangre, pues estas los corrompen, ya que nacen de ellas. Ese fue el caso de Cedric el Negro, ¿qué haremos? –el Maestre cada vez se veía más nervioso.
Expulsar del reino a todo practicante de las lágrimas y todo hombre versado en esto. Todo estará prohibido en el reino, no se hablara mas de esto y los libros de este tema serán quemados. –y mirando a Armenio con una mirada amenazante y con el puño de hierro apretado. –Nadie, Armenio, nadie sabrá de esto, ni siquiera este pequeñín, ¿me oíste Armenio? Prométemelo, nunca hablaras de esto, ni siquiera a al niño.
El maestre todavía temblando accedió con la cabeza y tomando al niño en sus brazos comenzó a caminar en la oscuridad, pero se detuvo sólo un momento para mirar al rey que todavía sostenía en sus brazos a quien en vida fuera su amor.
Mi Señor partiré de inmediato, pero ¿como llamara el infante?
El dolor se reflejaba en el rostro de Isaac, sus manos temblaban de rabia y dolor, pero dentro de aquellas circunstancias se dibujó una pequeña sonrisa de incredulidad.
Alejandro… se llamara Alejandro Nadia Corvo.
Con eso acompañó a Armenio a enterrar a su amada y luego el Maestre a dar el viaje de los nueve meses.

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⏰ Última actualización: Jun 14, 2017 ⏰

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