Mañana helada

9 2 0
                                    

La noche era muy larga, la pasaba en una especie de trance sin dormir de verdad pero tampoco despierto hasta que empezó a ver una luz fuera del saco. Abrió la cabecera del saco de dormir un poco y vio por primera vez esa cueva, era más pequeña de lo que había pensado. Media unos dos metros de ancho y no más de cuatro metros de profundidad, la altura ni permitía estar de pie. Al fondo de esa cueva había un túnel entrando en una curva a la montaña pero era demasiado estrecho para que él podría entrar, el chico quizá si entraría.

Este empezó a estrecharse aún yaciendo en su pecho y reclinaba su cabeza para verle la cara. Por primera vez vio la cara del chico que le había salvado, tenía un rostro ovalado y bonito, algo infantil quizá pero lo que le llamó la atención era su piel pálida y sus labios azules, no tenía bien aspecto pero a lo mejor él mismo se veía igual de mal dudaba. Su pelo largo y desordenado tenía un tono entre rubio oscuro y marrón, en la frente le caía casi hasta las cejas y tapaba sus orejas, al parecer nadie se lo había cortado durante los últimos meses y tampoco tenía pinta de haber tenido contacto con un peine. Le daba cierto aspecto salvaje, un contraste enorme a su cuerpo tan delgado que parecía muy frágil.

El chico le mostraba una sonrisa tímida, abrió un poco el saco de dormir para ponerse su camiseta cuyo tejido al estudiante le recordaba a un saco de patatas. Buscaba también su ropa amontonada detrás de su espalda pero no había espacio para vestirse mientras ese chico estaba medio encima de él. Este dándose cuenta del problema salió al frio y empezó a ponerse sus pantalones mientras estaba sentado en el hielo y la nieve.

El estudiante lo miraba perplejo, se sentía fatal y le dijo – Lo siento, sentate al menos sobre tu abrigo, te vas a resfriar. –

Este negó su cabeza, le miraba con una mueca triste e hizo con sus manos un gesto de – no importa – que subrayaba con un guiño volviendo a sonreírle. – Bueno, ¿quien soy para decirle que hacer? – pensaba el estudiante mientras se vestía su ropa aún algo húmeda pero al menos no congelada dentro del saco. Tenía mucha sed y hambre, buscaba su mochila con los ojos y el chico sin esperar que diga algo se la acercó.

– Eres mi ángel guardián – le dijo con una cálida sonrisa para agradecerle. Este se encogió como si le hubiera asustado esa frase pero luego devolvió la sonrisa.

Resultó que el agua en su botella se había convertido en hielo, y la salchicha no tenía un aspecto diferente, era dura como una piedra. Tenía que aguantarse.

– Oye, ¿cómo te llamas? – le preguntó recordando que aún ni sabía su nombre. El chico reaccionaba medio asustado, tras una pausa abrió sus labios como para hablar pero no le salieron palabras, estrechó sus manos en un gesto de – no puedo – y se mordió el labio.

– Lo siento, no hay problema si eres mudo. Me llamo Francisco y te agradezco mucho todo lo que haces por mi. – le dijo dándole una palmada en el hombro porque el menor parecía tan triste. Salió de la protección del saco y le esperaba un frio aterrador, rápidamente saco su chaqueta que se había quedada dura y con un capa fina de hielo pero tras golpearla algunas veces contra sus piernas podía ponérsela. Menos mal que a parte de su chaqueta y el abrigo del chico habían metido toda la ropa e incluso los zapatos con ellos dentro del saco. Buscaba las cosas que anoche habían tirado por ahí, metía todo en la mochila y se preparó a salir al igual como su amigo mudo.

Raquetas de NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora