El descenso

7 2 0
                                    

Salieron de la cueva envueltos hasta dejar ver solo su ojos tal como habían llegado anoche. Fuera se irguió y miraba al cielo despejado de las nubes, aún soplaba un viento fuerte pero no era nada comparado con la tormenta del día anterior.

Bajaron con cuidado esa grieta rocosa que habían subido, el chico mudo iba delante. Llegaron al barranco, el cual era aún más estrecho y tenía un declive más fuerte de lo que había pensado en la oscuridad de la tarde anterior. Si daba un paso equivocado ahí ... Francisco decidió que era mejor ni pensar en eso. Descendieron paso por paso hacia atrás como se baja de una escalera a mano, primero verificando si el suelo aguantó y luego pisando realmente ahí.

Tras unos minutos bajando así llegaron a una pequeña mesa entre las rocas. Un alambre oxidado y medio suelto indicaba que había un sendero en desuso ahí. El chico le indicaba que debían seguir el alambre que se perdió entre las rocas. A Francisco no le gustaba nada ya que el alambre no era de fiar y ahí en la umbría de la montaña había hielo por todos lados.

El chico le daba una palmada en el hombro para animarlo y le indicaba – sígueme – con la mano. Igual no le quedaba otra opción, bajaron lentamente, el alambre todavía era más resistente de lo que parecía y en alguna ocasión le salvaba de deslizarse. En la próxima curva del sendero perdió otra vez el equilibrio cuando una solla de hielo se rompió debajo de su raqueta. Se agarro en el alambre viejo pero ésta vez escucho un sonido de metal crujiendo y el alambre que ya no otorgaba ninguna resistencia se le fue de las manos, perdió el equilibrio y miraba hacia un abismo que superaba por mucho la altura de la torre de la catedral de su cuidad. Ahí abajo había un bosque cuyos arboles parecieron miniaturas en una maqueta – ¿en cual se iba a empalar? – pensaba. Ya solo había una cosa entre él y estos arboles, el chico que andaba dos pasos delante de él y estaba medio metro más abajo y en ese momento se volvió mirándole cuando él ya estaba casi volando. – ¡Apartate! – quería decirle pero no había tiempo para decir nada, iban a caer los dos.

El chico estrechó sus manos y él impactó en ellas, sentía sus manos y cada uno de sus dedos en sus costillas. Al chico se le cayó su bufanda que tapaba su boca y nariz. Le miraba con una mueca de dolor y esfuerzo extremo pero en vez de enrojecerse su cara se volvía aún más pálida de lo que ya estaba y sus ojos celestes parecieron perder el color azul. Sentía las manos del chico en su pecho ardiendo como si estuvieran adentro, debajo de su piel, lo más raro era qué todavía no volaron hacía abajo. Pese a todo el esfuerzo que mostraba la cara del chico no cedió ni un centímetro, casi tocaba su rostro cuando se paraba su caída y por un parpado vio algo detrás de la cara del chico. Algo que le asustó aún más que la idea de acabar en los arboles diminutos ahí abajo, no sabía que había visto, al parecer su cerebro se opuso a procesar esa imagen. Una voz en su interior le decía que estaba en peligro y que debería apartarse de ese chico, todo eso era imposible.

Decidió reprimir esos pensamientos, el chico le acababa de salvar de nuevo, debería estar más agradecido y sus dudas simplemente se debían a que estaba cansado, confundido, medio congelado, deshidratado y aún en pánico después de casi hacer su ultimo vuelo. ¿A quién le iba a sorprender que en esas circunstancias ya no le funcionaba todo como debía en su cabeza? Tema resuelto, se buscaba un lugar mas seguro y abrazó al quien le había salvado por enésima vez.

Siguieron con más cuidado, el chico le estrechaba las manos en los lugares más peligrosos, le indicaba cuando quería pisar una piedra suelta pero solo cuando realmente necesitaba su ayuda y acertaba siempre. La bajada le parecía eterna pero finalmente llegaron al pie de la roca entrando al bosque que ya había visto desde tan arriba.

Raquetas de NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora