El chico

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Siguieron debajo de las píceas, una fina capa de nieve y hielo cubría el suelo. Era un bosque abandonado, en décadas nadie había cortado arboles ahí, se murieron por su vejez y muchas veces troncos caídos bloquearon el camino o lo que en otros tiempos aún había sido un camino. En tres lados muros de rocas altas cercaron al valle. Caminaron media hora siguiendo al valle estrecho hasta que este empezó a bajar de manera brusca.

El chico agarró su mano y se paró mirándolo cuando escuchó un susurro desde la roca que tenían a su derecha – ..enzo – dos segundos después se repitió en la otra roca – Lorenzo –

El chico apuntaba con su manos hacía si mismo sonriéndole y una tercera vez salió el eco ahora desde atrás del fondo del valle y tan bajo que casi no lo oyó – ¡Lorenzo!

No era la misma voz, le recordaba a una madre que ya perdía la paciencia llamando a su hijo por tercera vez, se quedó congelado, se sentía aturdido como si alguien lo hubiera golpeado en la cabeza. También se le había borrado al sonrisa al chico que se encogió de los hombros.

Cuando recuperó el control pero aún temblando de miedo le preguntó – ¿Te llamas Lorenzo? –

Asintió.

– ¿Pero como.. quién gritaba tu nombre para provocar el eco..? no oí nada antes –

El chico hizo un gesto de no sé pero evitaba mirarle a los ojos. Se que lo sabes pensó Francisco pero no lo dijo. Aún así parecía darse cuenta el chico que no le creía y le daba un beso en la mejilla como para disculparse.

Le señaló un sendero que ascendía a la derecha del valle. Subió entre los arboles girando más hacía la derecha y finalmente el bosque terminó y vio una pradera delante y al fondo una casa de madera.

Humo salió de la chimenea así que debería estar habitada, aceleró sus pasos para llegar a la casita.

Golpeaba contra la puerta, un hombre, al parecer un obrero forestal le abrió – ¿Que hay? –

– Nos perdimos ayer en la meseta alta y ... – empezó a explicar.

– ¿Como que nos? – el hombre parecía buscar algo detrás de él – aquí solo veo a uno, a ti –

Francisco se daba la vuelta, había pensado que el chico seguía a su lado, pero no era así, miraba por la pradera hasta el punto dónde había salido del bosque y no le encontraba.

– Un chico, se llama Lorenzo. Tengo que buscarlo. Ahí atrás aún estuvimos juntos. –

– Espera, tu no me pareces en el estado para buscar a nadie. Entra a la casa y ya lo buscaré yo. –

Sabía que tenía razón y entró a la casa, delante del horno de leña estaba una anciana preparando te en una olla de hierro, la saludó y ella le ofreció te, aceptó y se sentó en la mesa.

El hombre le dijo que iba a buscar a su amigo y salió de la casa.

Estaba confundido, ¿por qué no le había acompañado a la casa? Bebía el te a sorbos pequeños. La anciana le hizo algunas preguntas que contestó de manera automática sin entender bien, estaba pensando en otras cosas. En la pared de la casa que consistía de troncos de madera había muchas cosas. Cráneos de animales, trofeos de caza aparentemente, un rifle antiguo y un montón de fotografías, algunas al parecer muy viejas. Terminó mirando de nuevo a los ojos de Lorenzo, en una foto de blanco y negro con el papel ya amarillo por la antigüedad estaba al lado de otro chico.

– Muchos recuerdos – comentó la anciana.

– ¿Quienes son estos chicos? – la preguntó.

– Mi padre y su hermano menor, no recuerdo como se llamaba, murió antes de que yo naciera, poco después de que tomaron esa foto. Mi padre me habló varias veces de eso, cada vez que vio la foto estaba triste pero aún así no quería sacarla de la pared. Pasó en otoño, su hermano trabajo ahí arriba en la cabaña de los habsburgos y lo enviaron a buscar aprovisionamiento a la otra cabaña, la de Carlo Luis, porque llegó un grupo grande de turistas y no tenían suficiente. Al regreso le sorprendió una tormenta de nieve, debió de perder la orientación y nunca lo han encontrado. Tu también estabas ahí arriba en el mal tiempo de anoche, tenías suerte creo. –

Raquetas de NieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora