Capítulo 6 - En la casa de Dios no hay lugar para el Diablo.

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En la casa de Dios no hay lugar para el Diablo.
🌙

El cielo estaba amurallado en un gris pálido, el ambiente más cargado que de costumbre, y Selene con un malestar en todo el cuerpo que a duras penas le permitía existir.
La tía Natalie había insistido en hacer un acto conmemorativo en honor a sus padres en la iglesia del pueblo. El funeral que ella desde un principio no quiso realizar. No entendía la necesidad. Sus cuerpos no iban a estar en esos ataúdes de madera de ciprés tan excesivamente decorados, ni siquiera sus almas, que habían sido drenadas por una sombra.
Pero eso sólo lo sabía ella. Ella y más recientemente Stiles. La tía Natalie no tenía ni idea de la verdad sobre sus muertes. Ni Lydia, ni Scott, ni nadie más. Solo permitió que conocieran la versión ficticia; porque, de haberlo contado, habría alterado a todos aquellos que tenían conciencia de aquel misterioso mundo. ¿Qué sentido podría tener que Sombra hubiese atacado a miles de kilómetros de Beacon Hills? Eso sólo podría levantar sospechas equívocas sobre ella, aunque en realidad solo fuese la verdadera víctima.

Se habría negado a ir de no ser por lo mucho que a la tía Natalie le importaba -al fin y al cabo, parte de ese homenaje era para su hermana-, así que sobrellevó como pudo las incómodas miradas apenadas de todos los dolidos, y sus frases alentadoras como "lo siento mucho", "es una tragedia", "eran unas personas extraordinarias". Algunos incluso echaban alguna que otra lágrima, y eso que la mitad a penas había cruzado palabra con ellos alguna vez.

Se sentó en la primera fila, justo enfrente de los ataúdes, junto a Lydia y la tía Natalie. Stiles y Scott estaban un poco más lejos con sus respectivos padres. Deaton y la profesora Lisbeth también habían asistido. Quizás los conocieron, Beacon Hills era un lugar pequeño.

Intentaba disimularlo, pero le costaba respirar. Trataba de mantener la compostura para no llamar la atención, aunque nadie podía culparla de estar hundiéndose en semejante situación. Lydia le agarró la mano al percatarse de que no era capaz de mantener la vista al frente, hacia las enormes fotos de sus padres sonrientes, sin derrumbarse. Selene le sonrió, tratando de que los ojos no se le desbordasen y apretó su mano para no tocar fondo.

Tras la misa interminable, llegó el momento del panegírico. Sólo unos pocos tuvieron la oportunidad de hablar. Entre ellos Melissa, el Sheriff Stilinski, el padre de Lydia y la tía Natalie. Desgraciadamente, también le tocó a Selene. ¿Cómo iba a hablar de las personas a las que más había amado sin que le temblara la voz, las manos y el alma?
Se levantó y caminó hasta el altar, donde habían colocado un micrófono. Sacó del bolsillo de su americana negra una hoja de papel arrugada que había improvisado la noche anterior. Era pura palabrería barata ordenada de forma bonita, con algún que otro hipérbaton para darle emoción al asunto.
Era realmente penoso.
La verdad es que no se podía decir que se hubiera esforzado en escribirlo, consideraba innecesario expresar ante un montón de simples conocidos vestidos de negro algo tan personal como lo que ella sentía o pensaba de aquellos que le dieron la vida. Una escusa convincente para ocultar que a ella nunca se le dieron bien los sentimientos, y mucho menos las despedidas.

Tomó aire antes de hablar.
-Mis padres...
Fue todo lo que alcanzó a decir antes de que el llanto se le anudara en la garganta y cortara el paso a las palabras. Cerró los ojos mirando al cielo. Dios... qué hundida estaba.
-Mis padres...
Trató de continuar, pero las campanas de la iglesia la interrumpieron. El choque del badajo la aturdió. Los oídos le pitaban y un dolor agudo se concentró en sus sienes, como si cada nervio de su cerebro estuviese estallando una y otra vez.
Cayó de rodillas al suelo, presionando sus orejas con la palma de las manos. El dolor era tan intenso que comenzó a gritar.
-¡Haced que pare!
Si ese ruido infernal no cesaba, iba a explotarle la cabeza.
Stiles se levantó rápidamente y se acercó a ella.
-¡Selene!
-¡Haz que pare! -repetía una y otra vez desde el suelo.
-¿Qué está pasando? -preguntó Scott a Lydia, pero ella sólo la observaba perpleja sin entender qué ocurría.
La gente comenzó a alterarse. Murmuraban entre sí y se levantaban de sus asientos para tener una mejor visión de la escena. Sus rostros parecían preocupados, sin embargo, nadie hacía nada.
El sacerdote, atónito, se acercó con rapidez.
-Sacadla de aquí -dictaminó con frialdad.
Dos de sus monaguillos la agarraron por los brazos.
-No, no, no. No puede hacer eso. Este funeral es en honor a sus padres -argumentó Stiles.
El sacerdote miró a Selene unos escasos segundos. En sus ojos estaba el rechazó, la repudia, el miedo... como si delante de él se retorciese de dolor el mismísimo Lucifer.
Volvió su vista a Stiles y dijo taxativo:
-En la casa de Dios no hay lugar para el diablo.
Y con esas palabras fue arrastrada al exterior de la iglesia sin oponer resistencia. El ruido incesante de las campanas la habían debilitado tanto que ponerse en pie sin caerse era una tarea casi imposible. Sólo consiguió estabilizarse y caminar cuando dejaron de sonar.
Lydia, Stiles y Scott ya asomaban por el gran portón de la iglesia con apuro, acudiendo a su socorro, así que Selene corrió. Sin saber a donde, ni por qué, pero corrió. Las lágrimas inconscientes no le permitían ver con claridad, así que dejó a su instinto hacer el resto.
Corrió tanto y tan deprisa que cayó exhausta sobre las hojas húmedas caídas de los árboles y rompió a llorar. De cansancio y humillación. De desesperación. De abatimiento. No entendía qué estaba pasando y eso la aterrorizada. Quizás aquellas campanas eran muy potentes. Quizás sólo era jaqueca, o quizás... no.

Se sentó entre las raíces del gigantesco árbol talado, apoyando la espalda en su gruesa corteza. El que no lo hubiera visto nunca a pesar de su tamaño descomunal le hizo suponer que se encontraba en alguna parte desconocida del bosque.
Se había perdido, y no tenía ni idea de cómo volver a casa.
Entre sus propias lamentaciones, unos susurros activó su estado de alerta, una especie de cántico colectivo escalofriante. Levantó la cabeza al sentir una mirada. Sombra estaba allí, a unos pocos metros de distancia, observándola fijamente desde la penumbra, como en su primer encuentro. Sin embargo, algo era diferente. Sentía miradas desde cada árbol, desde cada hueco, desde todas partes. Pero no había nadie más.
Selene observó a la criatura en silencio, esperando a que hiciera algo y casi deseando que la atacase y acabase con su sufrimiento. Pero no lo hizo y se desesperó.
-¡¿QUÉ QUIERES?! -chilló con la voz rota y las mejillas húmedas.
El grito desgarrador ahuyentó a los pájaros que descansaban en los alrededores y las voces se callaron.
Qué patética se veía.
Estaba en medio del bosque, sola y desolada, gritándole a una sombra que jugaba con su cordura, si es que le quedaba algo de ella.

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