Capítulo 1 - Beacon Hills.

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Beacon Hills.
🌙

      La atmósfera cargada de peligro la obligó a mantenerse en alerta, no sólo por lo siniestro de la carretera seguida por hileras de árboles que recorría, sino porque estaba segura de que en esa inmensidad oscura algo se escondía. Echó los pestillos y tragó saliva. Apretó el volante y respiró hondo para intentar calmarse. La ausencia de luz era algo que la aterrorizaba. Todo en donde pudiera ocultarse una sombra.
      Recordaba Beacon Hills exactamente así: silencioso, tranquilo y escalofriantemente solitario. No habían pasado más de dos años desde la última vez que pisó aquella tierra que vio sus primeros pasos. Sin embargo, en tan poco tiempo, parecía como si todo de repente hubiese cambiado. Cambios. Los odiaba casi tanto como a la gente nueva. Toda una ironía teniendo en cuenta que se dirigía a empezar otra vida lejos de a lo que tanto tiempo le había llevado intentar acostumbrarse y que nunca llegó a conseguir del todo. Pero Beacon a ella nunca le desagradó, a pesar de los frecuentes asesinatos que se cometieron justo antes de que sus padres huyeran. ¿De qué? No lo sabía. Quizá les asustaba la idea de que un león de montaña -según decían- estuviese matando a gente sin pretextos. O quizás era algo más que no le querían contar. Pero de lo que sí estaba segura era de que tanto misterio fue lo que acabó cobrándose sus vidas. El sólo pensarlo le provocó un escalofrío que terminó anudándose en su garganta, más por el hecho de haber sido ella quien encontró sus cuerpos inertes en la cama. Ni sangre, ni heridas, ni nada que evidenciara homicidio o un acto suicida. Solo sus cuerpos yaciendo como dormidos. Pero ese no era el dato más siniestro. A lo que aún intentaba darle una explicación físicamente razonable -ella, y toda California- era al hecho de que sus cuerpos no emitían sombra. Como si fueran figuras inexistentes, hologramas. Pero estaban allí, eran reales, y ella podía tocarlos.
      La AIP (Agencia de Investigación Paranormal) se llevó sus cuerpos privándola de toda información y de la posibilidad de que sus cadáveres estuvieran presentes el día de su funeral. El cual acabaron por no celebrar, ya que, bueno, su obsesión de estar en peligro no les permitió hacer muchos amigos que pudieran darle un hipócrita y comprometido pésame. Y porque tampoco había nadie a quien enterrar. Dijeron que había sido una sobredosis de analgésicos. Era mejor que los recordaran por enfermos mentales depresivos, que por víctimas de algo que no podían entender o porque simplemente no querían alarmar a la población.La tía Natalie insistió en acogerla. No podría vivir con la conciencia tranquila si dejaba en la calle a una pobre huérfana dieciochoañera que aún ni siquiera había acabado el instituto. La parte menos mala de la situación era que volvería a ver a sus mejores amigos: Lydia, Scott y Stiles. Aunque entre ellos nunca se llevaron bien. Le preocupaba que se hubieran olvidado de ella, o que esa chica nueva que llegó antes de irse hubiese ocupado su lugar, alejándola de lo único que en ese momento podría mantenerla en pie. Estaba convencida de que su vida en Beacon sería mucho más llevadera si ellos estaban ahí, y a pesar del vacío que sentía, le alegraba estar de vuelta.

      Inspiró con fuerza antes de tocar el timbre de aquella enorme casa. Instantáneamente la puerta se abrió dejando ver al otro lado a una mujer de pelo rojizo a la altura de los hombros. Sus ojos azules, exactamente iguales a los de su madre, la miraron sorprendidos.
No le dio tiempo a reaccionar cuando ya la estaba abrazando con fuerza.
      —Oh, mi niña.
      Fue lo primero que dijo.
      Agarró su cara con ambas manos y la miró a los ojos, como intentando descubrir en sus esmeraldas apagadas algún tipo de dolor emocional. Pero fue ella la que descubrió la tristeza real de perder a una hermana en los suyos.
      Sus cejas fruncidas mostraban un evidente sentimiento de pena. Odiaba que la gente se compadeciera de su situación, que sintieran lástima. No hacía más de una semana que la tragedia sucedió, y dolía como si le arrancasen sin anestesia un pedazo de corazón. Pero no necesitaba el falso apoyo de todos. Ella era lo suficientemente fuerte como para sacarse a flote por su propio pie, aún con piedras atadas.
      —Hola, tía Natalie —sonrió levemente en un fallido intento de mostrarle que estaba bien.
      —¿Selene? —sonó una voz aguda acompañada de pequeñas y rápidas pisadas de fondo.
      Una hermosa chica con las mismas características físicas que la mujer que la miraba con ojos cristalinos apareció por la puerta del comedor. Se paró en seco un instante que le sirvió para asimilar que ella, después de dos años de escaso contacto, estaba allí, justo en frente, esperando a que corriera en su dirección para poder rodearla con sus bronceados brazos.
      La gente siempre dudaba cuando decían que pertenecían a la misma sangre. Era totalmente comprensible teniendo en cuenta que Lydia era tan pálida como el invierno y Selene tan ocre como el otoño gracias a la melanina que aportó su padre, por no hablar de sus personalidades opuestas. Lo único que compartían en semejanza era el color verde de sus ojos, los cuales dejaron escapar un par de lágrimas al primer contacto. Lydia, además de su única prima, había sido su mejor amiga y mayor confidente desde tiempos inmemorables, a pesar de su estúpido afán por creerse superior a todos los demás y aparentar ser una cabeza hueca cuando sus capacidades eran inimaginables.
      —Estas preciosa —sonrió Lydia aún con lágrimas en sus mejillas—. Tu pelo es larguísimo ahora -acarició uno de los largos y pronunciados rizos castaños de Selene.
      —Tú estás... diferente. Como menos idiota.
      Tuvieron que reír al unísono. No sólo lo dijo por sacarle una sonrisa, sino porque su actitud, su manera de hablar e incluso de vestir habían cambiado. Parecía una persona totalmente diferente. Una persona mejor.
      —No me puedo creer que estés aquí —la abrazó de nuevo—. Vamos arriba. Te ayudaré con eso —dijo mientras agarraba una de las dos maletas y las subía por las escaleras.
      Le sorprendió gratamente su ofrecimiento. Lydia jamás ayudaba en nada que exigiera un esfuerzo físico.
      —Las cosas han cambiado mucho por aquí —continuó.
      Su voz sonó forzada por el peso que intentaba levantar.
      —Ya veo. Tendrás que ponerme al día de todo lo que ha pasado en mi ausencia.
      —Hay mucha gente nueva.
      —¿Qué hay de mis amigos? Sé que nunca te gustaron, pero... ¿Sabes algo de ellos? ¿Siguen por aquí?
      Lydia sonrió irónica.
      —Te sorprenderías si te dijera todo lo que sé. Scott ahora es el capitán del equipo de lacrosse.
      —¿Scott? ¿Scott Mccall?
      —Sí , Scotty —hizo una imitación demasiado aguda de la voz de Selene, quien rodó los ojos con una sonrisa.
      —Solo me falta que me digas que Stiles por fin ha conseguido algo contigo.
      Ya que lo último que recordaba de antes de irse era que había estado obsesionado con ella desde tercer curso.
      Nunca entendió por qué, Lydia siempre fue cruel con él.
      —Él ahora tiene una especie de novia —presionó los labios y dio un enérgico tirón para subir el último escalón.
      Si no la conociera casi tan bien como a sí misma, habría jurado que eso le molestaba.
      —¿Stiles Stilinski? ¿El friki de Stiles Stilinski, ha conseguido gustarle a alguna chica? O no es humana, o está loca.
      —Ambas cosas —bromeó, aunque no parecía un chiste.
      No es que Stiles fuera horrible -de hecho tenía su punto y una nariz muy graciosa-, sino que era un tanto... peculiar.
      —¿Y qué hay de Narciso? —preguntó, refiriéndose al arrogante e idiota de su novio Jackson Whittemore.
      Ni su belleza podía aliviar la repugnancia que sentía hacia él.
      —Se fue a Londres con su padre poco después de que lo hicieras tú. No he sabido nada más de él —forzó una leve sonrisa.
      —Lo siento, no... No lo sabía...
      —No importa —aclaró su garganta—. ¿Sabes qué? Tengo hambre. ¿Te quedan fuerzas para unos buenos tacos?
      —La verdad es que no tengo mucho hambre. Además, estoy un poco cansada. He conducido demasiadas horas.
      Nueve, para ser exactos.
      —Hemos quedado en casa de Scott.
      —¿Tú quedando con mis amigos? ¿Han sido dos años, o un siglo?
      —Primita, has pasado demasiado tiempo fuera —rodeó sus hombros con su brazo escualido.
      —Por favor, dime al menos que no es una fiesta sorpresa de bienvenida...
      Las odiaba. En realidad, odiaba todo lo que fuera inesperado y solía reaccionar muy mal ante ello. Como aquella vez en segundo que a sus amigos se les ocurrió la estúpida idea de sorprenderla en los vestuarios del instituto y acabó rompiéndole la nariz a Scott por la impresión.
      —No lo es. Sólo vamos a comer y hablar. Aunque, a decir verdad, a mi tampoco me entusiasma la idea.
      —Déjame adivinar: Stiles se empeñó, ¿verdad?
      —En realidad fue Scott. Stiles no sabe que has vuelto.
      —¿No se lo habéis dicho?
      —Hemos tenido una mala temporada, en especial él. Tu regreso es probablemente lo único que consiga animarle. A él y a todos.
      Selene se limitó a asentir y corresponder la sonrisa apenada que desfiguró la cara de su prima y que le sirvió de pista para deducir que fuera lo que fuese que había pasado, era algo tan malo que no lo sabría hasta el momento adecuado en el que se lo quisieran contar.
      —Es mejor que no lleguemos tarde. Ya sabes, Stiles y su impaciencia —continuó para romper el silencio que se había creado—. Date una ducha, libera tensiones y te espero abajo en veinte minutos.
      Asintió vagamente.
      Echó un vistazo a su alrededor antes de dirigirse al baño de la que sería su nueva y acomodada habitación. Los muebles estaban en el mismo sitio, las paredes tenían el mismo color, y ese característico aroma a naranja con canela que a la tia Natalie le encantaba seguía inundando cada rincón de la casa. Le tranquilizó saber que al menos eso no había cambiado.

KORRIGAN [Teen Wolf] (D.H)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora