XII

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El resto de las vacaciones no hablé con Amy. Me hacía falta, la necesitaba.

Al regresar al colegio yo parecía vagabunda con unas cuantas horas de sueño la noche anterior, con el cabello tipo un nido de aves, y una ropa tres tallas más grande que la mía. La gente me veía y comentaba, susurraba, se reía. Pero no me importaba, nunca me había importado.

Llegué a la clase de literatura y me senté esta vez al fondo con la esperanza de que no me notara.

Al llegar ella tampoco se veía muy bien. Llevaba unos pantalones negros elegantes, una camisa blanca también elegante, pero el cabello recogido de una manera muy desordenada, casi sin maquillaje (lo que en ella era raro).

Estaba de mal humor, esta vez en lugar de leernos y analizarlo nos puso un examen sorpresa. Al que yo rápidamente conteste, y devolví. El resto de la clase me senté a dibujar. Al sonar la campana intenté correr hacia la puerta sin llamar la atención. Antes de salir la voltee a ver y ella a mi, nos vimos a los ojos, pero ella bajó la cabeza.

Al dirigirme al recreo pasé por los pasillos y vi aquella cabellera rubia que tantas pesadillas me causaba. Pero nunca le vi el rostro. Dos horas después entre a la clase de psicología, no estaba la maestra habitual de cabello blanco, nariz larga, boca pequeña, delgada, en pocas palabras vieja, pequeña, fea, débil, invisible; en su lugar estaba aquella mujer de rostro amable, pero carácter despreciable, sonrisa dulce pero bromas pesadas, estaba Anna sentada en la mesa de la profesora.

-Hola chicos, la señora Miller no podrá venir. Estoy yo en su lugar. Soy Anna Parks, llámenme como más les guste.

Que ironía, Anna maestra de psicología. Sentí la hora eterna. Al sonar salí corriendo hacia la puerta y fui hacia mi casa, ya había acabado el colegio.

Hice tareas, y tomé un largo baño de burbujas. Fui a leer a la cama. Me quedé dormida. Caí en un profundo sueño.

Sentí un rayo de sol en el rostro seguido de un portazo.

-¡Hija no te has despertado!
-¿Qué?-Pregunté aún dormida.
-Te quedaste dormida.-En ese momento reaccioné, no había ido al colegio.

Mi madre se fue a sentar a la cama conmigo.

-¿Segura  que todo está bien?
-Si, ¿Por qué preguntas?
-Te noto triste, quizás sea bueno que no vayas hoy al colegio, te dará tiempo de pensar.

Pensar es lo último que quiero.

Mis hermanos se habían ido al colegio, mis padres al trabajo, estaba yo sola en casa. Después de una mañana cero productiva decidí ir a leer al parque, tomar aire fresco.

Me senté en la banca en la que nos encontramos, en la que empezó nuestra historia de amor. Con la esperanza de reencontrarla, con la estúpida esperanza de volver a empezar la historia, de escribirle un nuevo final, de escribir un nuevo capítulo.

Y la vi, si, la vi a lo lejos, pero no como yo esperaba. La vi, sentada detrás de una fuente, comiendo un helado y riendo, riendo con ella, con Anna.

Oh Amy, cuanto daño me haces.
Oh Amy, me haces pensar.
Oh Amy, cuanto daño me hace pensar.

Amy. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora