Caramelos Alienígenas

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(Este cuento es una adaptación de R.L Stine. Los datos han sido cambiados para que concordaran con la historia. Se supone que los chicos son niños en los 90. Espero les guste!)

Paul carraspeó. Siempre se sentía un poco nervioso en presencia de niños a quienes no conocía bien.

—Declaro abierta la sesión del Club de los Alienígenas—dijo. Se acomodó el suéter a cuadros verdes y marrones y paseó la mirada por el desván de John.

Era una buhardilla larga y estrecha, con unos carteles de películas pegados en los muros de alegre colorido y unos cómodos sillones, de esos con forma de saco, colocados frente a un desvencijado sofá de cuero rojo. Era el lugar ideal para que los socios celebraran sus reuniones, pensó Paul.

El chico llamado John estaba sentado en el viejo sofá, entre las dos niñas que pertenecían al club, Cynthia y Jane. John tenía cabello castaño claro y nariz ganchuda, y se afanaba en impresionarlas. En sus rodillas sostenía la figura articulada de un droide de La guerra de las galaxias, y les demostraba cómo se movía.

Richard, un chico narizón algo mayor que los otros, estaba tumbado en uno de los sillones leyendo una novela de Star Trek.

—Vamos, chicos.—insistió Paul.—¿Podemos empezar? Ésta es mi primera reunión y estoy impaciente por ver cómo se desarrolla.

Nadie le prestó atención.

Jane, muy alegre y vivaracha, intentó arrebatarle a John el muñeco de La guerra de las galaxias. Su amiga Cynthia, una niña de aspecto tímido con los ojos marrones, se sentó en un sillón para alejarse del forcejeo entre sus compañeros.

—Vamos, chicos.—repitió Paul.

Richard permaneció con la nariz pegada al libro. De pronto le dio tal ataque de risa que sus hombros se convulsionaban de modo incontrolable.

—Lo siento. Es que acabo de leer un párrafo muy cómico—explicó.

¿Qué tenía de cómico Star Trek?, se preguntó Paul.

Quizás había sido un error afiliarse a este club. Apenas conocía a estos chicos. Paul se había quedado de una pieza cuado Jane se le acercó un día en la escuela y le preguntó si quería ingresar en el club y ser su nuevo presidente. La niña le aseguró que ella y los otros creían que tenía madera de líder, y que esto era lo que necesitaba el club: alguien capaz de conseguir que se hicieran las cosas.

¿Por qué había accedido? ¿Se había sentido halagado de que se lo pidieran, o acaso le costaba hacer amigos? Lo había hecho por ambas razones, pensó Paul.  Y por una tercera: le atraía la posibilidad de trabar amistad con otros chicos a quienes le interesara el tema del espacio. Desde pequeño la fascinaba la idea de que hubiese vida en otros planetas.

¿Existían realmente los alienígenas? El universo contenía miles de millones de planetas, por lo que había muchas probabilidades.

La luz que penetraba por la ventana del desván se disipó a medida que el sol del atardecer descendía. Sobre el suelo se proyectaron unas sombras alargadas.

Paul carraspeó de nuevo e insistió:

—¿Empezamos o no? Como soy nuevo en el club, quiero darles las gracias por haberme nombrado presidente. Procuraré hacer un buen trabajo.

John, que seguía tumbado en el sofá, se acercó a Jane para mostrarle un artículo publicado en una revista sobre ovnis. Richard ni siquiera se molestó en alzar la vista del libro.

—Vamos, comencemos la reunión.—dijo Cynthia, arreglándose los pendientes de plástico que asomaban debajo de su cabello castaño corto—Tengo hambre.

Beatles de terrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora