Masivo

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Había una vez, una joven wachiturra que vivía en Montevideo. Su nombre era Sharon, pero la gente la conocía como La Pequeña Sharon Para Voss. Sharon vivía con su madre, Juana, en una pequeña casa. Sharon solía ir a bailar con su mejor amiga, la Cheni, al club Tanpa, un baile que era mejor conocido por todos como “La wachi–cueva”. Sharon tenía muchos amigos, pero también muchos enemigos.

La Pequeña Sharon había vivido unas aventuras muy emocionantes. Hace un año y algo, había recorrido todo Buenos Aires para conocer a su padre, vio a los Wachiturros (su banda favorita) y conoció a un joven, Matías, que ayudo mucho a Sharon. La joven turra nunca más había vuelto a ver a Matias, pero le tenía mucho aprecio. En marzo, Sharon había recorrido todo Montevideo con su amiga la Cheni para encontrar una gorra de cazar patos que le partencia a la Cheni. Habían sido atacadas por un grupo de asquerosos rockeros que escuchaban aquella música horrible y satánica, y había presenciado ella misma el regreso de una banda de rock llamada pizza cruda.

Desde que esa banda volvió a tocar, los CD’s de música rock en Uruguay habían sufrido un aumento de ventas de un 78%. Las estadísticas habían demostrado que antes, aquellos CD’s tenían unas ventas de un mísero 4.9% y los CD’s de cumbia un porcentaje de 65%. El rock había superado a la cumbia en ventas de disco, pero eso ya no importaba. Sharon estaba decidida a vivir su vida y tratar de olvidar a aquellos locos satánicos que andaban sueltos.

Sharon se levantó muy temprano en la mañana. Era sábado, así que su madre no estaba en casa. Su madre siempre salía los viernes de noche, y se embriagaba tanto, que para el sábado a la mañana solía estar tirada en una cuneta. Sharon puso un CD que compró en la feria en el equipo de audio. Se llamaba “Increíble Villero”. Jackita La Zorra comenzó a cantar. ¡CUANTO AMABA A JACKITA LA ZORRA! Sharon comenzó a bailar al compás de la música. Movía sus manos y su pelvis, reboleaba los brazos y caminaba de atrás a adelante, a paso vacilante…

Entonces Sharon piso una cascara de banana que había en el suelo y cayó. Al caer, se golpeó contra la mesita de luz, que era de metal por lo que se hizo un enorme chichón. Sharon se desmayó.

Mientras estaba inconsciente, vio una luz, una luz cegadora, y a lo lejos, muy bajito, se escuchaban canciones de los Wachiturros. Sharon diviso a lo lejos una figura que venía volando hacia ella. Era un ángel, que venía volando con las orejas. Sharon entonces distinguió a Leito, uno de los Wachiturros. Leito volaba con sus increíblemente enormes orejas. Se posó sobre ella y hablo con voz asustada:

–Sharon, la invasión será masiva, abran muchas más bajas por parte de los turros. Debes hacer algo Sharon, no puedes dejar que el rock avance más. El momento anunciado por la profecía se acerca, pero no has escuchado toda la profecía, debes escucharla entera. Busca a la casamentera, ella te dirá todo lo que debes saber…

La luz se intensificó, y Sharon abrió los ojos repentinamente. Seguía tendida en su cuarto. La visión no había sido más que una alarma que Leito le había dado a Sharon. La joven turrita, sabía lo que pasaría, sabía lo de la profecía, pero no sabía que la profecía fuese más larga. Sharon puso manos a la obra.

La Pequeña Sharon Y La Invasión Del RockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora