Los pasillos tan oscuros como de costumbre, se alzaron para saludarlo. La sonrisa aún no desaparecía de su rostro.
Si agudizaba el oído podía escuchar el llanto, la pena y amarguras de los pobres infelices confinados entre esos muros. Sabía que muchos de ellos se arrepentían, y más que saberlo podía sentir su dolor y miseria.
Y le gustaba. Mucho.
En realidad lo llenaba y saciaba de una manera increíble. Hacía vibrar todo su cuerpo de forma sublime, deliciosa. También escuchaba ruegos. Muchos ruegos.
¿Ayudarlos? ¿Por qué haría él semejante estupidez?
Esos pobres desperdicios estaban allí gracias a sus acciones y únicamente por ello. Nadie los había obligado en su actuar… bueno, tal vez si, un poco. Ellos se habían ganado a pulso todos y cada uno de los días que pasarían confinados. Días que serían tan largos como la eternidad. Las almas condenadas no podían reencarnar. Era imposible, no tenían ese derecho.
Era una condena perpetua.
Resultaba absurda la forma en que pedían a gritos a Dios que los salvase, absurda por que no existía salvación posible.
¿Dios? ¿En serio? ¿Podían llegar a ser un poco más patéticos? Lo dudaba.
¡Ja! Si supieran que una vez llegar, Dios jamás volvería a escucharlos. Él no puede oír a quienes han sido condenados a las vorágines llamas del inframundo. Cualidad que valoraba y agradecía. Sería un fastidio tenerlo aquí salvando a susovejas descarriadas. Además no era estúpido, sabía que no le ganaría nunca en una batalla. Estaría partido en dos antes de lograr si quiera mover le un cabello.
Un nuevo grito resonó en el aire y sonrió.
Violadores, asesinos, ladrones y otr ainmensidad de seres insignificantes y despreciables, y al llegar aquí solo gritaban como perras en celo.
Bajó un par de pisos más alentado por los sonidos. Al llegar se encontró con un festín. La excitación llegó de golpe con un latigazo en su vientre. Y, escuchar los llantos y gritos desgarrados sólo espoleaban su deseo.
Avanzó ansioso. Pronto una mujer desnuda estuvo de frente, con su mirada cristalizada y roja e hilos de sangre en los muslos. Le dio un vistazo rápido y se detuvo en las gruesas cadenas cubiertas de sangre seca que la apresaban.
La mujer soltó un sollozo y su sangre muerta volvió a acumularse en su miembro. Dejó caer la mano con una calma que nos entía. Quería cogérsela hasta destrozarla pedazo a pedazo. Le era difícil escoger cuando ambas acciones lo sumían en el más profundo éxtasis.
Ansioso por lo que vendría, frotó su virilidad ya despierta. La mujer se ahogó en llanto y lágrimas carmín corrieron por su hermoso rostro cuando una sonrisa perversa se dibujó en los labios de su verdugo. El pavor y el asco se fundieron al ver como sacaba su pene hinchado y él mismo se daba placer. Se sintió morir ––otravez––, cuando su boca se movió anunciando su próximo destino.
––Ya sé que haré.
Alejandra miró la pequeña cruz dorada resplandeciente que sostenía en sus manos. Una cruz bendita, ¿por qué no lo había pensado antes? ¿Dónde estaban todos aquellos años asistiendo a la iglesia y recibiendo clases particulares de religión?
En definitiva era un fiasco.
Había sido acertiva en recordar la cruz pero ella sola no iba a ayudarle. La bendición era imprescindible para que su integridad física ––y mental—, se mantuviera intacta. Lo peor no era que el plan estuviese incompleto, sino que era obvio que el único que podía ayudar era el padre Mark. Pero como de costumbre, cuando se trataba de ése hombre su estómago se cerraba y se mantenía en huelga, incinerando sus tripas como combustible.
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Relaciones Peligrosas PAUSADA
ParanormalAlejandra ha crecido sabiendo que será una religiosa. Nunca soñó con un esposo amoroso que la llene de caricias y besos, hijos abrazandola y una mascota corriendo en el jardín, ya que sabe de una promesa que salvó su vida y que debe cumplir. Ilusio...