13. La otra cara de Mark

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Cuándo se piensa que las cosas están mal, pues resulta que es una gran mentira. Siempre, siempre pueden ir peor. Y como prueba de ello y preso en una película de terror, Mark no podía creer el día que estaba pasando. Alejandra se le escapaba como un hijo rebelde cuando los padres no están en casa y él se viene a enterar sólo al notar su ausencia en el castillo. Las ganas que tenía de agarrarla por las mechas y encerrarla en un cuarto sin ventanas eran casi incontrolables.

Resiró profundo, frustrado. No importaba cuántas veces viviera lo mismo, ella lo sacaba de quisio completamente. Era histérica, parlanchina, irresponsable e increíblemente escurridiza y con una habilidad impresionante para meterse en los aprietos mas absurdos.

¿Qué tanto le cuesta quedarse quieta, eh? ¡No es como si fuera a perder un ógano! Sólo tiene que obedecer.

Pero no, claro que no. ella tenía que desafiarlo en cada oportunidad que se le presentaba, escapando, no cumpliendo con sus deberes y siendo mas cobarde que coherente.

¡Qué impotencia! ¡Era una chiquilla desesperante!

¡Es que ni Dios podría con una mujer así!

<<Perdóname Señor, pero es verdad. ¡Dame paciencia!>>.

Vale no necesitaba ser un genio para saber que su comportamiento iba en contra de todos los mandatos de la Santa Sede y de la forma de ser que debía tener un sacerdote, ¡pero era tan difícil con ella cerca! Era... era... ¡una tan desesperante! Sobretodo con esa actitud de falso respeto. ¡Ja! Cómo si él no supiera que ella prefería cortarse el cuello con un cuchillo de mantequilla antes de pasar media hora a su lado. Y calarse su falsa sonrisita condesendiente era aún peor.

¿Cómo pude cuidar a alguien así? Ella y todas las personas del castillo eran su responsibilidad y nadie mas que él debía hacerse cargo de la seguridad del lugar. Y no era tonto, el frío helado que penetraba por las pocas ventanas de su alcoba lo alertaban sobre una presencia oscura entre los mismos muros que él deambulaba. Debía descubrir quién era esta vez y destruirlo. Era su misión, su obligación.

--No seas tan malo con ella.

Un joven rubio se abría paso con elegancia hacia la mesa. Mark sólo miraba su andar despreocupado y felino. Su camisa estaba suelta en el primer botón y las hebras de cabello tostado caían a un lado de su rostro. No necesitó haberlo oído para saber que estaba ahí.

¿Cómo no notarlo?

--¿Qué haces aquí, Abel? --gruñó Mark.

No debía estar por estos lados, pero daba igual cuantas veces se lo dijera, Abel siempre iba estar rondando por estos lares. O los que le diera la gana. ¿Por qué siempre le tocaba lidiar con personas así de difíciles?

Abel por el contrario disfrutaba ese segundo, saboreandolo con placer, adoraba verlo con los nervios crispados. Extrañaba un poco crear algo de desorden en un orden tan perfecto.

La perfección es aburrida.

--Qué cruel eres --fingió indignación y tristeza, corriendose un mechón que caía rebelde por su frente, pero la sonrisa socarrona le daba un aire tenebroso--. No puedo creer que haya recorrido tantos kilómetros para verte.

Y la reacción del otro fue exactamente la que esperaba. Detalló con deleíte como Mark apretaba los puños. Gruñía cosas sin sentido en un inútil controlarse y calmar su pésimo humor. Esta situación se torcía cada vez más y Mark se sentía impotente por el giro que estaba dando todo. ¿Désde cuándo su aborrida vida se había convertido en una vorágina de locura? Se enderezó en la silla y sus pensamientos giraron a toda velocidad.

Relaciones Peligrosas PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora