Capítulo 3

131 37 43
                                    

Me desperté escuchando gritos.

Mi madre gritaba una serie de improperios y mi padrastro los regresaba con la misma furia. Ellos no conocían el respeto en una relación, y por ello, no había a mor en la suya.

Mi madre había tenido un cónyuge antes -mi padre- que era un turista, se enamoraron -o al menos uno de ellos lo hizo, o eso creo-, pero poco después de que nací, mi padre nos abandonó. Es muy fácil dejarle la responsabilidad a alguien más, y para él fue muy fácil irse.

Mi hermano y yo nos inventábamos historias de las posibles razones por las que él se había ido; un súper héroe, un agente secreto, obviamente ninguna era cierta, y lo peor para nosotros, nunca regreso.

Después -cuando yo cumplí los 15 años de edad-, mi madre conoció a Pablo; empezó como un invitado recurrente, que se quedaba a dormir algunas veces, hasta que no salió de casa. Él era algo manipulador, y un hipócrita, la gente creía que él era atento y amable, pero aparentemente solo con la gente que le convenía, porque yo jamás en mis tres años de conocerlo había experimentado la amabilidad de su parte. Era tan grosero con nosotros, que me había sentir asfixiada, y la peleas -como esa- eran muestra de cuanto me desesperaba, y aunque mi medre no solía oponer resistencia a sus manipulaciones, deseos y algunas idioteces recurrentes, cuando pasaba el efecto de sus antidepresivos, explotaba.

No recordaba la primera vez que la había visto tomar antidepresivos, a veces creo que fue por la huida de mi padre, otras por la muerte de mi abuela por un asaltante en una ciudad vecina (una de las razones por las que no me dejaba salir del pueblo muy seguido, aunque no sé por qué si no le importaba, y porque a veces el mayor peligro duerme a tu lado).

Ariel no se encontraba en casa, había ido a hacer unas tareas con Patricio y Erik.

La pregunta era, ¿iba yo a parar la pelea?

No, no quería hacerlo.

Pero iba a hacerlo.

Normalmente no lo hacía yo, o dejaba que Ariel se encargara, o simplemente nos e encargaba nadie.

Escuche un plato quebrase, o probablemente el florero que teníamos en la casa (que teníamos).

Me cambie de pijama y suspire, la puerta parecía más atascada que de costumbre.

Estaban en la sala.

Pablo era bajito y regordete con un bigote muy gracioso, pero mi madre al contrario de él, media 1.74 -al igual que yo-.

No podría adivinar quien empezó la pelea, comúnmente empezaban con algo que los hacia llegar hasta reclamos del pasado.

Suspire.

Mi madre iba a lanzar otra serie de groserías cuando hable:

-Mama, los vecinos van a escuchar-le recrimine.

Ella me lanzo una mirada furiosa.

-¿Qué me importa? -grito extendiendo los brazos-que todos escuchen que este hombre es...!

-¡Mamá! -le suplique.

-¿Puedes dejar de molestarme? -me dijo con fastidio-, siempre eres la misma niñita estúpida que cree que puede controlar la situación, realmente no puedes.

-Sólo te pido que...

Mamá dio unos pisotones furiosos en el piso, sino hubiera estado tan enojada tal vez hasta me habría parecido gracioso su acto de niña pequeña caprichuda.

Y me gritó:

-No me importa, no me importas tú; no eres una razón lo suficientemente buena como para callarme.

MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora