Capítulo 5

104 27 48
                                    


En el camino hasta la casa de mi amigo Erik, el cual pensaba ir a visitar, también para encontrarme con mi hermano fuimos platicando Javier y yo de muchas cosas.

Platicamos sobre el tiempo y la falta de él, sobre estar a la mitad de algo y no saber a dónde te diriges, platicamos sobre el boxeo y le dije que cualquiera puede ganar una pelea contra alguien más, pero muy pocos una consigo mismo.

Hablamos sobre las películas y la música, a él le gustaba Maroon 5 y a mí Ariana Grande.

Tenía las manos en sus bolsillos delanteros y caminaba a mi lado, se sentía tan natural, era sencillo así.

Pero no existe algo que lo sea del todo.

–¿Y por qué viniste aquí? –le pregunté.

–Por...–se puso ligeramente nervioso–que sí.

Los seguí presionando un poco más, pero él siguió sin contestar de verdad y se veía ligeramente irritado, así que decidí cambiar de tema sobre el boxeo y lo que haríamos.

–Terminarás siendo como Múlan–me dijo–, ya sabes, toda una guerrera.

Pensé en ella y en mí, y vi que la similitud era nula.

Ella, una guerrera; yo, una sobreviviente, pero, ¿no es que lo somos todos?

Sacudí la cabeza.

–Bueno –cambio de opinión–, como la mujer maravilla, pero con puños más poderosos

–¿Has leído los comics? –le pregunté.

Erik lo había hecho, y me había contado sobre ellos, pero –como era usual en él cuando se emocionaba– perdía las ideas y terminaba sin entender mucho.

–No, pero no importa –me contestó– serás mejor que ella.

Después me comentó algunas técnicas de boxeo que no entendí en absoluto, pero que, al parecer, me enseñaría.

No pensaba que llegaría a ser una buena boxeadora, pero una apuesta es una apuesta.

No sé exactamente qué fue lo que me hizo aceptar.

Pero lo hice.

Posiblemente la mejor y la peor decisión de mi vida.

Seguimos caminando por un momento en silencio hasta que él lo rompió:

–Ya tengo una idea de cómo será nuestra primera cita.

Voltee a verlo alzando una ceja.

–¿Cuál?

–Tu y yo –nos señaló caminando por la calle en la noche, ¿A qué hora sales?

–A las ocho.

Me gustaba que mis caminatas fueran por la noche, como la última cosa que hacer.

Tranquilas, relajantes y mágicas en un lugar lleno de brujería.

También, antes de dormir, solía platicar con mi hermano hasta que los parpados nos pesaran y las palabras ya no fluyeran.

Empecé a jugar con mi cabello castaño gracias a los nervios.

–Perfecto –dijo.

Sí.

Casi, casi perfecto, excepto por el hecho de qué tendría que buscar una excusa del por qué estaba con él, o no decirlo y rezar porque ni mi madre –que muy probablemente estaría tan drogada de antidepresivos que no lo notaría, o por el contrario eso fuera lo único que la trajera a la vida aparte de pelear con Pablo sobre cualquier cosa–, ni Pablo se enteraran.

MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora