Capítulo 4

94 27 10
                                    


Al final Javier me convenció de subir a la moto con un casco azul eléctrico, una parte de mi aceptó al pensar en lo que mamá se enterará, pero también sabía que podría acabar mal.

Enojarte nubla tu cordura, otras, sólo te revela o te transforma.

Podía sentir la respiración de Javier, sus músculos tensarse y el latido de su corazón a través de su camisa.

Tum, tum, tum

Como una pequeñita y dulce música en medio del aire que despeinaba mi cabello.

El gimnasio de Anahí se encontraba algo retirado–al contrario de lo que le había dicho a Javier–. Estaba frente a la casa de su dueña y de su hermano menor, Patricio; y a unas cuadras de la tienda más cercana.

El gimnasio no era particularmente grande, pero tampoco era pequeño. Era algo recurrente, y más porque había clases de baile que se presentaban de vez en cuando. El gimnasio era todo en uno.

Al llegar fuimos directos a Anahí, ella se encontraba sentada leyendo una revista de espectáculos y comiendo una manzana verde.

–Hola–le salude.

Ella levanto la vista y sonrió.

–Patricio no está, fue a estudiar–me aviso.

Patricio era más amigo de Erik y de mi hermano que mío, pero él me agradaba, era tranquilo, amable, delgaducho y alto con una sonrisa fácil.

–No–contesto Javier por mí–En realidad vengo a...–dudo un momento–buscar trabajo.

Anahí arqueo una ceja, interesada.

Se supone que iba a ser yo la que oba a actuar de intermedio, pero se me ocurrían muy pocas cosas que decir, más que estar ahí parada con mis jeans y mi blusa azul pálido sirviendo de testigo de fe.

–¿Trabajar en qué, exactamente? –pregunto Anahí.

Javier le explicó sus habilidades de boxeo y Anahí se veía particularmente interesada. Luego le pidió una demostración– lo cual me arrancó una sonrisa.

–¿Y con quién boxearé? – la actitud arrogante de Javier había regresado

–Conmigo, muchacho–contestó Anahí.

No conocía eso de Anahí, pero siempre se aprenden cosas nuevas de los demás, y nunca se conoce del todo a alguien.

Anahí fue a su cochera por unos guantes de boxeo, mientras yo me moría de la emoción.

Regreso con unos guantes un poco maltratados de mi color favorito, rojo.

Le lanzó un par a Javier.

–No puedo pelear con una mujer.

–¿Miedo? –le preguntó Anahí Mira, no vamos a pelear, vamos a practicar un deporte, uno en el que soy especialmente buena, querido.

–Vamos, no puedo ganarle a mi jefa– sabía que Javier sólo se quería escudar en su arrogancia, como al parecer hacía muy seguido.

Anahí se puso en posición y un no muy convencido Javier.

Anahí fue la primera en actuar, le dio un puñetazo a Javier–que no se esperaba–, peor que esquivó hábilmente.

No era experta en el tema, pero si sabía una cosa: ambos eran realmente buenos.

Me encantaba la determinación de Anahí, ¿quién dijo que las mujeres no podían boxear?

Javier sólo se la pasaba esquivando los ataques de Anahí, ella lo presionaba más y el seguía sin reaccionar.

Al final le pregunté a Anahí.

–Entonces, ¿se queda con el trabajo?

–Sí–me contestó– empiezas mañana a las siete de la mañana.

Javier asintió satisfecho.

–¿Y quién será su alumno? –le pregunté dudosa.

–Mi hermano– contestó.

Wow, ¿Patricio boxeando?, probablemente él le terminó contando de sus problemas de acoso en la escuela, no era tan recurrente, pero eso no importa cuando daña a una persona.

Javier se secó el sudor de la frente, pero había más resbalando hasta sus músculos y su camisa se le pegaba.

Me cortaba la respiración.

Anahí le dijo dónde podía ir a darse una ducha, mientras yo espere leyendo una revista hasta que regresó.

–Lamento haberte hecho esperar– se disculpó.

–Está bien–le contesté.

Íbamos rumbo a la salida y él me preguntó.

–Te gustaría ir por algo de comer?

–Mmm... no.

Javier vio que enfrente había una cancha con unos niños jugando basquetbol y otros, futbol y su cara se iluminó con una idea.

–¿Qué tal una apuesta? –me propuso.

–Sobre...

–Un partido de basquetbol, si ganas; no vamos, pero si yo gano; aceptarás y además tomarás clases de boxeo conmigo por un mes.

Era buena en basquetbol, era mi deporte favorito, pero él...no lo sé.

Me arriesgué.

–Sí.

Fuimos a la cancha y Javier le dio cinco dólares a un niño para que le prestara su balón.

Primero estaba segura de mi victoria a pesar de la seguridad de Javier, después estaba dudando un poco, el reto era encestar 4, y al último ya saboreaba la derrota.

Malditas malas habilidades.

Javier era un estupendo jugador, me quitaba el balón cuando apenas tocaba mis dedos, era muy triste.

Perdí, obviamente.

–Gané–anuncio Javier con una sonrisita.

Fruncí el ceño.

–No se vale, tú eres bueno.

–Jamás dije que no lo era.

Jamás acepté que me hizo feliz su victoria, pero supongo que él lo notó.

Javier lo hizo.

MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora