Capítulo 12

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Dormí unas tres horas y me dispuse a levantarme para limpiar la casa y hacer la comida, antes de que Pablo regresara y se enojara conmigo.

Escuche un sonido en la habitación de mi madre, voltee y al regresar mi mirada a la mesa de la cocina, noté que había una nota junto al salero.

Tu mama esta como loca.

El dinero de ahí es para k bayas ah comprarle sus pastillas

K no me entere que fuistes para otro lado o beras

Dejé la nota con mala ortografía en la mesa, y tomé el dinero.

Abr í la puerta la habitación de mi mamá y me la encontré recargada en la cama, sentada en el piso y jalándose el cabello.

Me acerqué a ella, y alejé sus manos de su cabello.

–Basta, mamá–le dije rondando.

–Necesito esos dulces–me dijo con desesperación en la mirada–, ¡Ya!

Salí corriendo de la habitación para ir a comprarle sus antidepresivos, después de aplicarme maquillaje para cubrir el moretón de mi cara. algunas veces me preguntaba si estaba en lo correcto, o si debía tirarlas todo y sacudir sus hombros, pero, sabía que no funcionaría, también como sabía que Pablo prefería una mujer callada, sumisa y drogada, a una consiente. Es lo que siempre quiere él; el control, saber que ahí estaremos con él, tal vez en el fondo, su mayor miedo sea la soledad.

La farmacia estaba algo lejana, y la que atendía era la prima de Pablo, la que nos ayudaba a encubrir la adicción de mi madre antes de que el chisme volara como pólvora.

–Hola, Jenny–me saludo mi tía.

Ella era algo empalagosa e igual de hipócrita que Pablo, supongo que venía de familia. Aunque no podemos culpar a la sangre de las acciones del individuo, tal vez es de ejemplos, pero si nadie nace malo o cruel ¿qué pasa durante el trayecto?, ¿Somos manipulados o nos dejamos manipular?

Aprendemos a odiar cuando nacimos amando.

Pedí muchas cajitas de antidepresivos para no tener que regresar pronto, y me las lleve en una bolsa de farmacia. Salí de esta y me dirigí hacia mi casa, pero las cosas no resultaron como quería.

Me encontré a Cristian recargado en su auto fumando un cigarrillo y tomando un refresco, que, muy seguramente tenía alcohol y la botella y la soda eran la distracción.

Cristian me hizo un saludo de mano y se acercó a mí, mientras yo me pegaba más a la banqueta.

Cristian me tapo el camino.

–Hola–me dijo y agregó con una sonrisita–, buenas fotos.

Lo mire fastidiada.

–¿Me podrías dejar en paz? –le pedí.

Cristian fingió que lo considero, poniéndose una mano en la barbilla y mirando al cielo.

–Deja que no piense... No.

Lo fulmine con la mirada.

–Yo te dije algo, nena–me recordó–, no puedes ir y salir con un idiota.

–Ya salía con un idiota–contraataque–, tú.

–Y yo salía con una prostituta, estúpida–me contesto–que dejó lo mejor por basura, tú.

Fruncí el ceño y convertí mis manos en puños.

–Nunca me amaste de verdad–le eché en cara–, sólo era tu juguete, ahora estás enojado porque yo terminé contigo.

MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora