Capítulo 2

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Gabby intentó no obedecer la orden de Harris con demasiada rapidez, demasiado entusiasmo, pero le fue imposible. Estaba ardiendo. Desafortunadamente no podía culpar del todo al celo. Sus ansias se intensificaban cada vez que se acercaba a él. El corazón se le aceleraba como si acabara de correr una maratón, cerró la puerta tras de sí y se quedó mirando, sin moverse, la enorme cama de Harris. Tres adultos podrían compartirla cómodamente. Apoyándose en la puerta, cerró los ojos, bien apretados. Esta no era la primera vez que pensaba en el número de personas que cabrían en aquella cama. No era más grato ahora que entonces, especialmente cuando se acordaba de a quién invitaría Harris a unírseles. Ethan. El lobo que la provocaba, la tentaba, la irritaba y por lo general la volvía loca.

Sólo son las hormonas, Gabby. ¡Olvídate!

Maldito celo. Los hombres no tenían que sufrir esa humillación. A ellos no les tendían una emboscada sus hormonas cada tres meses, no se consumían por la lujuria. A veces la desesperación era tan grande que dolía. Las mujeres de la manada decían que no era tan malo si estabas emparejada.

De hecho decían lo contrario, que era increíble con un compañero. Gabby nunca lo sabría. No tenía intención de emparejarse. No solía funcionar para las mujeres fuertes de la manada, como su madre. Incluso Liza, que era un Paladín, tercera en fuerza y poder solo por debajo del Alfa y del Beta, constantemente luchaba contra los instintos de sus compañeros por dominarla.

No. Gabby preferiría estar sola a convertir su vida privada en un campo de batalla. ¿Entonces por qué estaba, ahora mismo, imaginándose a Ethan y Harris en esa cama con ella? Peor aún, imaginándose estando en poder de ambos, entregándoles el control total. Era solo el celo, ¡maldita fuera! Tenía que ser eso. Ethan la hacía subirse por las paredes el noventa por ciento de las veces, y a pesar del tiempo que pasaba con Harris durante el celo, apenas lo conocía. No se pasaban el tiempo exactamente hablando. Cuando él intentaba iniciar una conversación, ella hacía todo lo posible para mantenerla impersonal. ¿Por qué tentarse profundizando la atracción que ya sentía por él? Era mejor guardar una distancia emocional.

Con un gemido, fue a sentarse en el borde de la cama y puso la cara entre las manos. Nada de aquello la había detenido antes para tener sexo con él. Casi se levantó para marcharse, pero ¿a dónde iría? Era demasiado tarde para la mezcla de hierbas que aliviaría el celo, y de todos modos era peligroso usarla más de una vez al año. Si se fuera a casa, correría el gran riesgo de toparse con un macho que tal vez oliera su estado e intentara seducirla con todas sus fuerzas. Seguramente ella también cedería, no porque lo deseara, si no porque no podría luchar contra sus hormonas indefinidamente.

No, no lo haría.

Al menos no había falsas esperanzas de algo más con Harris. Pasarían juntos un par de días. Se sacaría esa mierda del cuerpo y se iría sin ataduras. Y qué si aquello estaba siendo difícil, bueno, la vida a veces era una puta mierda. Le echaría valor.

Tomada la decisión, se sacó los zapatos de tacón. A Harris tal vez le gustaran, pero a ella le apretaban hasta el punto de dormirle los dedos. Jadeó y los meneó cuando estuvieron libres, luego se puso de pie para sacarse las medias a medio muslo. Las arrojó y se apresuró a alcanzar la cremallera en el lateral del vestido cuando oyó los pasos en el pasillo. La cremallera bajó hasta la cintura antes de que se diera cuenta que había dos personas allí fuera. Contuvo la respiración, mirando cuando se abrió la puerta, pero ya sabía quién estaba allí. Su olor era igual de embriagador, igual de seductor que el de Harris. Rico y masculino. Con un ligero deje a bosque y dominación.

—No, por favor —susurró.

—Todavía estás vestida —dijo Harris.

Mierda no.

Luna Hechizada • ¡A la tercera va a la vencida!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora