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Negro.

Era el único color que el pelinegro podía ver.

Oscuro, sin luz.

Nacer con el dieciocho por ciento de vista era algo que le atormentaba.

No sabía como lucía su madre, su padre, sus hermanos.

No sabía si era alguien apuesto, o poco atractivo.

Era horroroso el ser tratado con lástima por parte de las demás personas.

Un día, se encontraba sentado en el parque. Desde pequeño iba a ese lugar, y ya tenía ubicado en donde sentarse, gracias a raspar un poco la madera de la banca.

Escuchaba a los niños jugar, a los adultos hablar, y a los ancianos contar historias.

Una voz llamó su atención.

Dulce, suave, tranquila.

Esa voz estaba acompañada de unos rasgueos de algún instrumento, no sabía cual.

Quedó cautivado.

Y probablemente pudo ver más colores.

Cuando esa bonita voz cantaba, lograba ver líneas... ¿amarillas? ¿rojas? ¿blancas? Naranjas no eran, eso si.

Cuando el instrumento era tocado pequeños círculos azules aparecían y desaparecían.

Era mágico.

El pelinegro no sabía cuales eran los colores, ni los números, ni las letras. Solo pequeños puntos que relacionaba a las palabras cuando los tocaba.

Por primera vez, logró ver algo diferente del negro.

e y e sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora