Segunda oportunidad.

109 10 5
                                    

Mi vida amorosa siempre fue un desastre. Qué va, si nunca había tenido una. Jamás había besado a nadie y ni que se diga de salir con alguien. Y no solo porque jamás se me habían insinuado o presentado con esa intención, sino que a mi tampoco me había gustado nadie de verdad.

Sin embargo, era diferente contigo. Un poco, al menos.

Daba muchísimo miedo, sinceramente.

A veces quería que estos sentimientos finalicen y otras veces deseaba que se quedaran conmigo. Mis contradicciones me sorprendían y confundían mucho. Tú también.

La pasaba mal, luego bien y entonces mal de nuevo.

Estaba caminando en territorio desconocido y no sabia que camino tomar.

Pensaba cada día más en ti. Me volvía loca cuando mi cerebro se tomaba su tiempo para imaginarte en mis sueños o te ponía en cualquier historia bonita que se le pasara por la cabeza.

Quería dejar de pensar en cosas que estaba segura no iban a pasar, pero tarde o temprano terminaba contigo en mi cabeza.

Yo insistía en que un tú y yo era imposible, pero una parte de mi se negaba rotundamente a creerlo; se aferraba con fuerza y daba muchísima pelea, queriéndome engañar, hinchándome de esperanzas vacías.

Y yo tenía que vivir así: entre el si y el no dándome vueltas por la cabeza; encerrada en ese círculo vicioso en el que trataba de asumir la realidad, luego me ilusionaba y entonces terminaba herida y decepcionada, con cientos de pensamientos sobre sí y sobre si no.... Todo, al final, culminaba en el mismo principio y se volvía a repetir.

No hubo ningún progreso en nuestra relación. Tú seguías por tu lado y yo seguía mirándote desde la distancia, sin saber qué hacer o qué decir. A que debo ser muy irritante, ¿o no?

Estábamos en invierno ya. Ese día estaba haciendo un frío terrible y muy pocos nos habíamos presentado. Tú y yo estábamos sentados en escritorios continuos y estaba haciendo un duro trabajo para no voltear a mirarte. Así como así, mientras discutíamos sobre el final de un libro, levantaste la mano para hablar.

—Tengo algo que decir — dijo, silenciandonos a todos.

El profesor o quien dirigía el taller, asintió, apartando el libro. Parecía una conversación seria.

— Tal vez tenga que dejar el taller por un tiempo... — hubo una serie de protestas en todo el salón. Me quedé callada, lentamente volteándolo a ver, sintiéndome desanimada, con el corazón pesado y mis latidos volviéndose, poco a poco, más apagados que nunca.

Todos preguntaron por qué, refunfuñaron y siguieron protestando, llorando que te extrañarían. Nuestras miradas se encontraron varias veces, pero no pude decir nada.

— Hay cosas que debo decidir y... — me miró brevemente —, pensar. Tengo que tomarme un poco de tiempo para mi mismo, ¿entienden?"

Asentí. Te regalé una media sonrisa y volví a mirar al frente. Me pareció que si seguía mirándote, podía comenzar a llorar.

Que ridículo, ¿no? Llorar por ti, que a penas y si me volteabas a ver.

Tomé una gran respiración y me concentré en el libro, a pesar de que todos se mantenían hablando sobre ti.

Ahora que puedo pensarlo bien, si hubiera mostrado lo afectada que estaba por tu próxima ausencia, tal vez podríamos habernos vuelto más cercanos.

Así, tal vez, fue como perdí una segunda oportunidad.

Diario de un amor no correspondido: Las palabras que nunca dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora