Estaba a punto de subirme al avión, ansiosa por empezar mi nueva vida. Recordé a quiénes dejaba atrás al irme hacia California, e hice una mueca al darme cuenta que sólo dejaba a mis padres y tíos. Siempre me lamenté por carecer de vida social, y en ese momento lo estaba agradeciendo.
Nueve años hacía que no veía a mi hermano mellizo (mayor por minutos). Él se fue de casa a los ocho hacia un Instituto en San Francisco. Resulta que él era... peculiar, y en la única escuela de mi pequeño pueblo que podíamos estar, él no encajaba. Simplemente tenía capacidad de aprendizaje escolar más lento. Eso es todo, pero él no lograba tomarle el hilo. Cuestión, no, nuestros padres no lo abandonaron, lo extrañaron y lo extrañan demasiado. Sin embargo, ellos lo veían todos los años. ¿A qué se debía? El mismo año en que él se fue, mis padres se divorciaron. Él pasaba Navidad con nuestro padre y yo con mi madre. En Año Nuevo, viceversa. Eso impedía vernos, razón por la cual no lo veía desde que se fue.
Conclusión: tenía diecisiete años y un hermano del cual no sabía nada más que lo esencial. De pequeños solíamos ser unidos, pero al irse la relación cambió. No existía el Whatsapp, el Skype y demás cosas para comunicarnos. Cuando por fin podíamos comunicarnos, no lo hicimos, ya que habíamos perdido la relación.
Ahora me dirigía hacia él. Me mudaría al campus de su Instituto, y tal vez recompusiéramos nuestra amistad de hermanos.
—Pasajeros del vuelo setenta y cuatro con destino a California, por favor aborden el avión. Repito: pasajeros del vuelo setenta y cuatro con destino a San Francisco, California, por favor aborden el avión.
La monótona voz calló y pude hablar. Saludé a mis padres y, luego de prometer hablar seguido con éllos, tomé mi vuelo. Me senté en la butaca al lado de la ventanilla.
Iba oyendo "Arabella" de Arctic Monkeys cuando algo sacudió mi asiento. Observé a las azafatas, para ver si también lo habían experimentado o si había sido una turbulencia. Luego, ocurrió nuevamente. Y otra vez. Y otra. Me tardé mi tiempo para darme cuenta que alguien pateaba mi butaca detrás de mí. Me di la vuelta y lo miré. Era bastante guapo: rubio, de ojos miel y unos labios sexys. Me miraba con expresión seria.
—Por favor, ¡para de golpearme! —le espeté.
—Mmm, ¿y yo que gano perdiendo mi diversión?
—Perdiendo tu diversión, nada. Siguiendo con ella, un buen golpe. ¿Podrías parar?
El señor Carabonita se encogió de hombros y miró hacia su ventana. Paró de golpear mi asiento, desde luego. Pero por una hora no más. Cuando reanudó su forma de no estar aburrido y me di la vuelta, me observó de cabeza a cintura, ya que eso solo podía mirar porque estaba arrodillada en el asiento. Después concibió una hermosa sonrisa. Fui a reclamar, pero él me tendió la mano y me interrumpió.
—Adam Garx. Un placer conocerte...
—Aixa —respondí sin querer darle más detalle.
—¿Aixa no tiene apellido? —preguntó pícaro.
—Pues claro que Aixa lo tiene, pero no tiene ganas de compartirlo con un molesto que patea su asiento.
Se me quedó mirando un buen rato, luego musitó una disculpa y yo volví a lo mío. Me quedé dormida, recordando que la última canción que oí fue "I don't love you" de My Chemical Romance.
Una voz en el altoparlante me despertó. Habíamos llegado. Antes de bajar del avión, el chico de detrás de mí me agarró de un brazo.
—Solo Aixa, ¿me darías tu número? -dijo sin soltarme.
Confundida, fruncí el ceño.
—Claro, pásame tu móvil.
Me hice una llamada perdida, permitiendo así que su número quede registrado en mi teléfono y el mío en el suyo. Me dedicó una sonrisa y se fue.
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Será cosa de chicos [EN PAUSA]
Teen FictionAixa Turner se acaba de mudar a California. Acostumbrada a las frías tardes de Alaska, le cuesta mucho el cambio. Sumémosle que, para su (mala) suerte, su hermano y sus amigos son los más sexys del Insituto Águila, su nuevo colegio. ¿Será capaz Aixa...