3. Visita

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Luego del agotador día de reencuentro, Connor me ayudó a desempacar mis cosas. Él desempacó la maleta grande, que tenía ropa. Yo desempaqué las pequeñas, las que tenían algunos pocos objetos personales que había traído, los calcetines, zapatos y la ropa interior. Moriría de vergüenza si él viera mis conjuntos. Al terminar de desempacar todo y poner las cosas sobre mi cama, me enseñó cuál sería mi armario. No era muy espacioso, como el resto de la habitación, pero me alcanzaba para guardar los zapatos y mi ropa. Además dentro de él había dos cajones, en donde guardé mi ropa interior. Me mostró dos repisas, también para mí, para que apoyase ahí todas las cosillas que había traído. Como libros, por ejemplo. Me dio una copia de la llave de la habitación y se acercó a mí, tomándome por los hombros, mirándome a los ojos y formando una línea recta con sus labios. Luego, por fin habló.

—Ay, Axie, estuve esperando tanto volver a verte. Me hubiese encantado, siempre albergaba esperanza de verte entre las fiestas. Pero bueno, así es la vida, ¿no? Estamos juntos ahora y eso es lo que importa. No nos alejaremos nunca más. En fin, me iré así terminas de acomodar tus cosas y descansas un rato. No le abras la puerta a extraños, ya que son las diez de la noche, y como nadie sabe que una chica vive en el pasillo masculino, seguramente será un tío. Otra cosa más: no sé cómo eres, no sé lo que te gusta. Ahora iré a un bar con Adam. Mañana iremos a una fiesta, ¿quieres?

Asentí con la cabeza y luego le sonreí. Amaba las fiestas.

—Mejor. Te dejo tranquila —me abrazó y se alejó—. Me alegro de que estés aquí.

—Yo también, hermano, yo también —le respondí.

Me dedicó una brillante sonrisa suya y luego salió.

Al cabo de una hora, ya me había duchado, peinado, vestido y había acomodado todo. Eso sí, luego adornaría mi lado de la habitación. Tendí la cama y me recosté sobre ella a leer un buen libro, pero alguien tocó la puerta. Creía que sería Adam, Connor... o incluso la directora. Abrí la puerta y, al darme cuenta que no era ninguno de ellos, también mis ojos se abrieron, como platos. Era un chico. Tenía los ojos azules como el mar y el cabello oscuro. Tenía unos excelentes labios, los cuales me quedé mirando un rato de más. Era sexy, el chico estaba como quería. Me observó desde los pies hasta el último cabello.

—¿Quién eres? —le pregunté toscamente.

—No, la pregunta es quién eres tú y qué haces aquí.

—Soy Aixa, y estoy aquí con Connor.

—¿En el pasillo masculino? ¿Con Connor, un chico? ¿A las once y media de la noche siendo el toque de queda a las ocho?

—Pues... sí.

Soltó una carcajada y luego me miró de arriba abajo por segunda vez. A mi cuerpo lo recorrió un escalosfrío, y tuve deseos de abalanzarme sobre sus brazos.

—Lástima que estás con Connor y no conmigo. Haría muchas cosas contigo.

—Él no está, puedes hacer lo que quieras.

Lo agarré de la muñeca y lo hice entrar. Cerré la puerta con llave y, para asegurarme, puse el pestillo.

—¿Quieres algo? —le pregunté.

La verdad era que no sabía siquiera si había cocina, pero pregunté de igual modo.

—A ti.

Dicho esto, se puso de pie y se me acercó. Juntó sus labios con los míos y yo le correspondí el beso. Sí chicos, zorra se nace, no se hace. Sus manos bajaron de mi cintura a mi trasero y lo acerqué más a mí. Un leve bostezo se me escapó entre beso y beso, arruinando el momento. Él se separó, dejándome con las ganas.

—Oye... —dije, con clara desilusión.

—Lo lamento, estás cansada y se te nota. Mejor hablamos mañana. Me voy, no sé si quieres que te acompañe a tu residencia o...

Negué con la cabeza y le di las gracias (me pareció un gesto muy dulce de su parte), pues no tenía ganas de explicarle a este chico que era su hermana, que allí vivía y todo el embrolló. Abrí la boca para hablar, pero el chico salió de la habitación, dejándome con la pregunta de cuál era su nombre en la boca.

En fin, me di otra ducha, esta vez rápida fría y me dispuse a hojear el horario que la directora me había dado. Este año no aprendería ningún idioma. Punto para mí.

Era tarde, casi la una de la madrugada. Yo leía tendida en mi cama, y ni Adam ni Connor se habían aparecido por allí. A eso de la una y media, oí voces afuera. Eran ellos. Adam entró a su habitación, y yo hice entrar a Connor. Tenía olor a alcohol, pero parecía estar bien.

—¿Qué tal todo, vino alguien a verte?

Recordé al chico, quien seguramente era amigo de Connor, o me había visto entrar en la casa y nunca salir. En fin, negué con la cabeza. No quería que se enterara que la primera vez que ve en nueve años a su hermana ella casibse acuesta con su amigo. Sería incómodamente extraño.

Se sacó la remera y los pantalones, quedando en bóxer. Al verlo, me sonrojé. Recordé que en cuanto lo vi pensé en hacerlo mío. Estaba muy bueno mi hermano, pero ni por todo el dinero del mundo me acostaría o estaría con él. Me repugna el incesto. O, por lo menos, me repugnaría hacerlo a mí. Él notó mi sonrojado y se disculpó con la excusa de haber estado sin compañero de cuarto por tres años, para luego adentrarse en el baño. Nuestra residencia consistía en una pequeña cocina con una pequeña mesa, sin horno, solo hornallas; un baño y una habitación de dos camas con mesitas de luz, armarios y un televisor pantalla plana colgado en la pared.

Tocan la puerta. Curiosa, la abro. Era el chico de hace un rato. ¿Qué acaso no dormía?

—Oh, veo que sigues aquí... —me dijo.

—Sí, y esta vez Connor está aquí así que preferiría que te vayas. Quiero estar a solas con él, tenerlo para mí un rato luego de tanto tiempo.

Me miró extrañado, pero se ve que entendió que era su hermana y se dispuso a irse.

—Espera —lo detuve—. ¿Cuál es tu nombre?

Me miró con el ceño fruncido, pero luego dio paso a una bellísima sonrisa de dientes blancos y parejos.

—No es algo que importe —respondió, y se fue.

Frustrada, volví a mi libro. Justo cuando empezaba a leer, Connor salió del baño. Llevaba solamente un par de vaqueros azules puestos. Sin camiseta. Lo observé y me dio curiosidad el por qué estaba tan marcado.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Connor? —le pregunté. Él asintió— ¿Cómo haces para tener ese cuerpazo?

La pregunta lo desconcertó, y luego se puso a reír como una foca loca. Se quedaba sin aire. Cuando se dio cuenta de que iba en serio, paró de reirse y me respondió la pregunta.

—Pues... Entre el entrenamiento diario y el rugby, me ejercito bastante. Además, intento cuidarme un poco a la hora de comer.

Eso último me desanimó. Nunca había podido hacer bien una dieta. Tenía el abdomen un poco marcado, debido al deporte que practicaba, pero tenía grasa de más y era extraño. Me crucé de brazos en el pecho y me recosté.

—Humm... Esto es en verdad vergonzoso, Cnor, pero ¿me ayudarías a bajar los kilitos de más?

Me miró de arriba abajo, confundido.

—¿Cuáles kilitos de más?

Agarré un mini rollito y lo sacudí.

—Eso es diminuto, Axie, creo que ni siquiera es grasa. Además, tienes un cuerpazo tú también, ¿u olvidaste ya mis halagos cuando nos conoci... nos reencontramos?

Recordé aquello y me reí. Aceptó ayudarme, y ambos fuimos a dormir terminando un excelente día. Me dormí pensando en aquel extraño de bonitas facciones y preciosos faroles azules.


Será cosa de chicos [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora