6. Primer día de clases

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Como dije que haría, pasé el amado domingo en la habitación. Me desperté tarde, como a la una de la tarde, y no salí en todo el día. Me avergonzaba el hecho de que mi hermano me hubiera visto borracha y semidesnuda, pero más me avergonzaba que lo hubiera hecho el chico de los faroles azules. Vaya suerte la mía. Primer bombón que cazaba en California y resultaba que era conocido (y muy probablemente amigo) de Connor. En fin, pasé el tiempo preparando las cosas para el día siguiente, que empezaría las clases, y ahí estaba. Connor fue en su motocicleta y, a mi pedido, yo fui caminando.

Entré al Instituto, era muy grande. Yo ya lo había visto, Adam me había dado un tour antes del reencuentro con mi hermano. Me acerqué a la oficina de la directora y me dio los horarios. La primera clase de ese maravilloso lunes (nótese el sarcasmo) era química. Que Dios me ampare. Entré al salón y coloqué mis libros en la única mesa libre, delante del todo. En una esquina había varios chicos sentados sobre los pupitres, charlando animadamente con un grupo de chicas. Me senté en mi silla, y abrí el cuaderno. Me puse a dibujar, a hacerle una carátula, donde se leía en letras biscosas "Química", junto a algunos tubos de ensaño con sustancias de diversos colores.

—Buenos días alumnos. Espero que empecemos el año con las pilas puestas. La mayoría me conoce, soy el profesor Trebord —dijo, acomodando sus cosas sobre su mesa, y luego, dándose vuelta hacia nosotros y caminando por el frente del salón, siguió:—. Mi misión es enseñarles los fundamentos de la química. Ahora sí. ¿Hay algún alumno nuevo?

Tímida, levanté el brazo. Esperaba que hubiera más nuevos, y me llevé una gran decepción al notar que solo era yo. Me miraron durante un par de segundos y mi profesor pidió mi nombre, mi materia favorita y la que menos me gustaba.

—Me llamo Aixa. Me gustan las matemáticas e historia no se me da en lo absoluto.

Varios rieron. El profesor pidió silencio y todos se callaron. Comenzó con su clase. Una clase que duró eternamente.

***
S

onó la campana, y los cursantes salieron disparados por la puerta, dejando a nuestro docente en mitad de la oración. Yo me quedé, juntando mis cosas. En donde yo vivía, el timbre no definía los tiempos del alumno sino el del  profesor, y la clase terminaba cuando este último lo decidía. Me paré para levantar un lápiz que había caído al suelo y alguien tropezó conmigo, provocando que las cosas que llevaba se le cayeran. Me enderecé, y vi a una chica pelirroja levantando, quejumbrosa, todas sus cosas.


—Uh, lo siento. Déjame ayudarte.

Miró hacia arriba. Su cara me era vagamente familiar. Me miró a los ojos, y la recordé perfectamente: era Brooklyn, la chica de la fiesta. Levantamos todas sus cosas.

—¿Qué tal, Brook? —le dije.

Brooklyn me miró como si no hablara su idioma. Me observó detenidamente, con los ojos entrecerrados. Claramente no me recordaba.

—¿Y a ti qué te importa? ¿Qué haces hablando conmigo, zorra? —me respondió haciéndome una mueca de asco.

Fruncí el seño y le respondí.

—Pues... En realidad era un saludo. Y ayer no parecía importarte que yo sea "zorra", cuando bailabas conmigo sobre la barra del barman.

Hice una pequeña sonrisilla sarcástica y rodé los ojos. Ella, por su parte, me sonrió como el gato de Cheshire.

—¡Con que tú eres la famosa Aixa! ¡Cómo me alegro de que vengas a esta escuela! ¿Eres nueva o ya venías? Jamás te había visto antes —me gritó alegremente.

—Pues... Soy nueva. ¿Y cómo es eso de "famosa"?

Me explicó que su mejor amigo, Gavin, le había hablado de mí. Al parecer ella no me recordaba, pero su amigo sí y le había agradado. Entre parloteos sobre la fiesta de anoche, llegamos a la próxima clase. Se sentó en el pupitre contiguo al mío, y no paramos de hablar ni un solo minuto. Obviamente hablábamos sobre trivialidades, ya que no nos conocíamos. Me contó que aquí hay un grupo de arrogantes, los deportistas y porristas. Por otro lado están los punk, que son los mejores músicos de la escuela. También están los más estudiosos, muy alejados del primer grupo. Por último, están ellos dos. Nunca encajaron y por ahí iban, viviendo su vida y luchando juntos contra todo. Eso me encantó.

Clase tras clase, fuimos conociéndonos. Compartía casi todas con Brooklyn. Con Gavin también compartía algunas. Historia era la única materia que con nadie compartía. Por suerte, iba después del almuerzo. Sonó el timbre, y Brook se acercó a mí, para proponerme ir juntas a la cafetería. Caminamos hasta allí e hicimos la fila. Recogimos nuestros almuerzos y nos fuimos a sentar a una mesa. Todo era tal cual ella me había dicho: los deportistas y las porristas por un lado, los punks por otro, los estudiosos por otro, nosotros por otro y un grupete amplio de gente que parecía no tener etiqeuta por otro.

Al cabo de un rato, llegó Gavin quejándose. Al parecer, uno de los rugbiers lo había empujado y había caído al piso. Ahora que lo pensaba, no entendía por qué él estaba aquí con nosotras, si él también era deportista, jugaba fútbol americano. Decidí ni preguntárselo, ya que no gozaba el privilegio de su plena confianza y por ahí me creería entromedita. Nos contábamos anécdotas cuando observamos que ya no quedaba casi nadie. Diablos, había sonado la campana y no la habíamos oído. Salimos disparados a nuestros respectivas clases. Yo directo a terminar el día con historia.

Encontré el salón. Iba a parar para abrir la puerta, alinearme y entrar a la clase, pidiendo disculpas por la tardanza. Pero el destino es el destino (aunque el personal de limpieza colaboró con él) y, como el piso estaba resbaloso, no llegué a parar y seguí de largo. Me golpeé contra la puerta, ésta se abrió y caí de cara contra el suelo de la clase. Cerré los ojos con fuerza, no podía pasarme eso. Me levanté rápidamente, aún con la respiración agitada. Los alumnos se rieron a carcajadas y, al ver al profesor, me miraba con cara de pura reprobación. Negó con la cabeza.

—Llega tarde, señorita...

Se dio cuenta que no me conocía, y levantó una ceja inquisitivamente.

—Aixa. Mi nombre es Aixa. Soy nueva en el Instituto Águila.

Le tendí la mano para que me la estrechara, pero él se limitó a mirarme. Volví la mano a su lugar.

—Bienvenida —dijo por fin—. Soy el profesor Lois. A la próxima, castigo. Vete a sentar, allí hay un sitio disponible, junto al señor Garx.

Me giré con luz en la mirada. Adam estaba en esta clase, no sólo compartía conmigo física y biología. Pero cuando giré no lo encontré, y seguí buscándolo con la mirada. Los pupitres eran compartidos. No entendía por qué en algunas materias lo eran y en otras eran individuales.

—Allí, señorita.

Me señaló con el índice a una dirección. Por favor, no podía ser así. Hundí la cabeza en mi propio cuello, con la esperanza de desaparecer. Qué vergüenza. Me acerqué, puse mis cosas sobre la mesa y me dejé caer en la silla. A mi lado, el chico de los faroles me miraba con una sonrisa ladeada.

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●Cambio y fuera●

Será cosa de chicos [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora