11. El farmacéutico

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Me quedé sola con West en el automóvil. Podría jurar que se estaba riendo de mí. Pero claro, yo estaba en la parte delantera del Range Rover y él en la trasera. Me quedé mirando a través de la ventanilla. Ya había anochecido. El disco de los Rolling Stones acabó de sonar y se predispuso a cantar sus hits de nuevo. Pero lo quité del stereo y, en su lugar, puse Future hearts de All Time Low. Comenzó a sonar Satellite. Los chicos se estaban retrasando, y yo me estaba comenzando a molestar. Al cabo de silenciosos minutos, sentí un fuerte movimiento en la parte trasera del auto. Una pierna se infiltró entre el asiento del copiloto y el del conductor. Luego, un trasero apareció en mi campo de visión. West terminó de acomodarse en el asiento de su hermano. Lo miré de reojo cuando puso sus manos en el volante. Para suerte mía, no tenía la llave.

 —Veo que mi camiseta te gusta —se limitó a decirme, mirándome fijamente.

—Tal vez. Tienes un cuerpo muy grande y me queda holgada, eso me encanta. Por lo general, mi ropa es más ajustada.

West tenía los ojos fijos en mí. Me incomodaba un poco, puesto que no llevaba sostén, pero no dije nada. Un pensamiento sucio pasó por mi mente. No. Amigo de mi hermano. Auto del mejor amigo de mi hermano. Chico que me había abandonado en una piscina, estando el Sol en acecho.

Fui a cambiar la canción, y se ve que él también. Como en las películas, nuestras manos se tocaron. Pero, a diferencia de la ficción, no las movimos de allí, simplemente nos quedamos mirando el contacto.

Unos golpes me sacaron de mi ensimismamiento. Adam y Connor estaban parados allí afuera, observándome como con desesperación.

 —¿Necesitan algo?—les grité, con la esperanza de que me oyeran a través del vidrio.

—A ti, Axie. No entendemos nada de crema.    

Entre risas y bufando, me bajé del automóvil. Un fuerte ardor recorrió mi cuerpo. Necesitaba la post-solar urgentemente. Me encaminé caminando como un pingüino con problemas en las piernas hasta la farmacia. Entramos y me quedé deslumbrada. Era amplia, con muchos pasillos y mucha luz blanca. Yo estaba acostumbrada a las pequeñas y familiares empresas farmacéuticas de Alaska. Cuestión, nos acercamos al mostrador y, como no había gente a parte de nostros, una muchacha se nos acercó a atendernos. Mi hermano le explicó que ya nos habían atendido. Al cabo de un rato, llegó el chico que había atendido a Connor y a Adam unos momentos antes. Me parecía vagamente familiar. Sus ojos estaban en Adam.

—¿Aún no encuentran la crema para su querida amiga frita?

Evidentemente no se había percatado de mi presencia. Para hacerme notar, tosí un poco. Por lo visto sirvió, porque fijó su mirada en mí.

—Rayos, eso sí es estar frito —arrugó las cejas, y me observó buscando algo familiar en mí.

Evidentemente lo encontró, porque me sonrió. Al hacerlo, dejó al descubierto unos blancos y perfectos dientes, y a su derecha unos increíbles oyuelos. Era rubio y tenía ojos celestes, muy claros. Su cabello estaba rapado a los laterales y detrás de su cabeza, y su melena la llevaba atada. Era un peinado peculiar, pero muy sexy. Tenía pinta de jugar rugby, como Connor, aunque no tenía los hombros tan anchos ni los músculos tan marcados. Estaba segura de que lo conocía de algún lado. Al percatarse de mi mudez, Adam me dio un codazo. Seguramente me había quedado embobada observándolo y buscando el detalle que me haría recordar quién era pero que nunca encontré.

Será cosa de chicos [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora