Cualquiera pensaría que ser sirena era una maravilla. Apariencia de ángel, hipnotizadora voz, vida eterna.
Nada parecía ir mal siendo una. Eran parte del mar, se abrían paso entre las olas y hasta tenían la capacidad de hablar con las criaturas marinas. Podían conquistar a cualquier hombre que les diera la gana con solo entonar una nota y hasta alguna mujer si realmente se lo proponían.
Solo había un problema. Y era que ellas eran reinadas por el Rey de los Siete Mares: El Tritón Akumatsu.
A él no le importaba nada cuando tenía hambre, un hambre gigantesca que solo podía ser saciada mediante carne humana.
¿Atraer a los pescadores y marineros al fondo del mar para ahogarlos ellas mismas?
Nah.
Antes de ahogarse ya eran devorados por los colmillos enormes de Akumatsu. Cuando se daban cuenta de que estaban siendo arrastrados por una criatura mágica, ya los habían engullido.
Akumatsu era bastante benevolente si le eran fieles. No importaba de que sirena se tratara, si de las profundidades o la superficie, debía rendir tributo a él y jurarle fidelidad eterna. Además de complacerlo si se le daba la gana de poseerlas alguna vez, después de todo, ¿cómo podría resistirse con lo bonitas que eran?
Ichiko, sin embargo, era su favorita. Ella era tan mística, tan dócil y obediente, que le tenía un cariño mayor que a las demás. Y sabía que, cuando le decía "Quiero que me traigas una carga completa" cumpliría sin chistar.
Sin mencionar, que su voz era la más bonita de todas. Mientras que algunas sirenas hipnotizaban mediante cinco o diez minutos de canto, ella ya los tenía en el agua y en sus brazos a los dos como máximo.
El rapto era simple: Se colocaba una roca cerca del puerto, exactamente donde estaban los pescadores y entonaba la melodía que le surgiera del corazón. Su magnífica voz penetraría en los oídos humanos, quienes dejarían todo lo que estuvieran haciendo para centrarse solamente en la canción tan bella que parecía llamarlos con apuro.
Ese día era lo mismo de siempre, aunque más que nada había sido por capricho de Akumatsu. No necesitaba comer porque se había alimentado hace poco, pero al parecer ese día había amanecido encaprichado.
Se sentó sobre su roca favorita, habiéndose asegurado que no hubiera cerca ninguna de sus hermanas y una vez acomodada, fijó su vista en el único pescador presente en la costa. Parecía joven, así que a Akumatsu le gustaría morder esa carne.
Cerró los ojos, comenzando a cantar. La letra era una mezcla de idiomas preciosa, apoyada en una melodía dulce y serena, que parecía abrazar al oyente con recelo. Hasta los pájaros dejaban de cantar para escucharla mejor y las olas se movían con delicadeza, danzando a su ritmo, acoplándose al mando de la sirena.
Tal como su nueva víctima.
El chico ya se acercaba a ella con expresión hipnotizada, deseando hundirse en sus brazos. Literalmente.
Ichiko entreabrió los ojos con suavidad sin dejar de cantar, notando que ahora nadaba hacia ella casi angustiado, porque la zona era profunda y parecía hundirse con cada brazada desesperada que daba.
No sentía nada... había hecho esto tantas veces... ¿Qué importaba una vida más, una vida menos? ¿En que afectaba al mundo humano? Si esa raza se solía matar entre los suyos por nada.
Pero hubo algo diferente... que prefirió ignorar, sacudiendo la cabeza y volviendo a cantar al haber silenciado un segundo la canción.
No podía fallar en esto. Podía costarle la vida.
Se lanzó al agua cuando el chico estuvo más cerca de ella, nadando hacia él y lo tomó de los brazos, haciéndolo girar en el océano como si estuvieran bailando antes de sumergirlo. Empezó a nadar hacia abajo, habiéndose dado vuelta para mirarlo a la cara, descubriendo que ya no le importaba siquiera aguantar la respiración.
Un rayo de sol se filtró por entre la superficie e hizo brillar los ojos dorados, haciéndola soltar un respingo y detenerse de golpe, quedando flotando en mitad del camino a la profundidad.
Esos ojos... eran dos joyas del día.
Se hipnotizó al verlas, al punto de que solo reaccionó cuando por la falta de oxígenos éstas comenzaron a cerrarse.
Desesperó.
Con fuerza, en un impulso lo tomó de sus ropas y empezó a nadar con apuro hacia la superficie, terminando por abrazarlo contra su pecho en lo que divisaba alguna costa cercana. Terminó dándose cuenta de una a la distancia y decidida, emprendió el nado con demasiada rapidez. Contaba con una cola bastante fuerte y hábil, por lo que no tuvo problema.
Lo dejó en la arena, empezando a golpear su pecho con determinación, apretando luego su nariz y uniendo sus labios pasándole el aire que necesitaba para vivir. Sus cabellos negros caían sobre la arena y las manos inmóviles, pero no iba a detenerse hasta que no escupiera al menos un poco de agua.
Siempre había ahogado a muchos humanos... ¿por qué ahora necesitaba salvar con tanta desesperación a éste?
Se apartó con brusquedad del rostro ajeno en cuanto tomó una bocanada de aire forzada y empezó a toser con fuerza, devolviendo toda el agua que había tragado. Ichiko tragó saliva, acariciando su mejilla un momento, mirándolo preocupada.
No podía quedarse, pero en lo que recuperaba la consciencia, podía...
—¡Hay un hombre inconsciente en la playa!
Una voz femenina la hizo sobresaltarse, mirando hacia el lugar de donde había provenido el sonido.
Se encontró con una mujer de cabello castaño peinado en una trenza y ojos del mismo color, luciendo un vestido anaranjado digno de una... princesa. Corría con apuro hacia ellos, así que antes de seguir poniéndose en riesgo, decidió besar rápidamente la mejilla del humano para volver al mar.
Se alejó rápidamente hasta que encontró una roca en la cual podría ocultarse para ver la escena, subiéndose a ella con cautela. Observó como esa princesa lo ayudaba a ponerse de pie, preguntándole sus datos, probando como estaba su memoria. Y observó como se lo llevaba.
Lejos de ella, dirigiéndose hacia el castillo en lo alto de una montaña.
Bajó la mirada con tristeza una vez se quedó sola, contemplando como las olas rompían unas contra las otras.
Nunca le había sucedido eso... y sabía que, de haber podido evitarlo, no lo haría.
Se había llevado incontables vidas por siglos, pero había salvado una.
Esbozó una dulce sonrisa al sentir cálido su corazón, al saber que de alguna manera no todo estaba perdido. Sin dejar de sonreír volvió a sumergirse en el océano.
Esas dos joyas doradas estarían por siempre grabadas en su corazón.
Créditos a: Kit Kitten (Facebook)
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Drabbles improvisados
Fiksi PenggemarRecopilación de drabbles de Osomatsu-san simplemente improvisados o basados en fanarts. Ninguno de éstos últimos me pertenecen, todos los créditos a sus respectivos creadores. Variedad de temáticas. No prometo nada. Leer bajo su propio riesgo [Multi...