Capítulo 3: Deseos

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★— Capítulo 3: Deseos —★

Miró a su derecha, luego a su izquierda, y repitió el proceso una vez más antes de girar su cabeza hacia atrás para ver a un pequeño de cinco años con rostro asustado y extrañamente triste.

—Tranquilo, atún, va a salir bien —prometió con una sonrisa, y devolvió su mirada de nuevo a los laterales. Toda precaución era poca.

Sin embargo, notaba a su hermano más callado de lo normal. Tsuna solía ser extrovertido, el que siempre sonreía aunque estuviese triste. Para cualquier cosa, siempre ofrecía su ayuda, aún cuando no sabía o no podía hacerlo, y era el primero en sacar el lado positivo aún cuando no lo había. Que estuviera tan silencioso era un signo de alarma, pero lo achacó a los nervios.

Quizá, si hubiera estado más pendiente esos días del pequeño castaño, se habría dado cuenta de que esa actitud la iba arrastrando desde hacía tiempo, ya una semana. Pero no lo hizo, y por tanto, no se percató de lo que ocurría con su hermano.

Tal vez si no hubiera soltado su mano en medio de la carrera por salir, la historia hubiera sido diferente.

—¡Tsuna! ¡Sal ahora! —exclamó al otro lado de la valla, importándole poco el que los guardias le escucharan.

El castaño se la había jugado. Había soltado su mano y le había dicho que pasara primero fuera. Y cuando lo hizo, empezó a taponar el agujero de la valla con unas tablas que sabía Dios de dónde había sacado.

—Lo siento... —sollozó el pequeño, poniendo más tablones de madera en la única entrada—salida del recinto—. Tienes que irte...

—¡No me iré sin ti! —golpeó la valla con toda la fuerza que un niño de once años podía tener—. ¿En qué estás pensando? ¡Tienes que venir conmigo!

—¡Por favor, vete! ¡O te hará daño! —Giotto parpadeó confuso ante esa declaración—. ¡Vete, por favor!

—Pero no puedo... —vio el destello de una linterna, sus gritos habían alertado a la seguridad.

—Lo siento, pero es por ti... —se disculpó Tsuna—. Estarás bien, yo solo seré una carga... —y dicho eso, fue corriendo hacia la luz.

El rubio tan solo escuchó un quejido seguido de una maldición. Segundos después, la luz desapareció, y no tardó en comprender que el castaño se había echado las culpas e iba a asumir las consecuencias de su escape.

No pensaba dejarlo solo.

Pateó, empujó, arañó y golpeó las tablas que su hermano había colocado hábilmente, de tal forma que no pudiera moverlas desde su posición.

Sus manos escocían, quemaban, dolían. Sus pies igual, pero no pensaba detenerse. Siguió y siguió hasta que las fuerzas se le acabaron y la frustración llenaba cada rincón de su cuerpo, saliendo en forma de lágrimas.

«Yo solo seré una carga»

¿De verdad pensaba eso? ¡Era su hermanito! ¡Nunca sería una carga para él! ¡Maldición!

Con el llanto aún corriendo por sus mejillas, finalmente se rindió. Se prometió a sí mismo que volvería a buscarlo. Que no le importaría que le hubieran adoptado, iría al fin del mundo si fuera necesario.

Pero primero necesitaba tener algo que poder ofrecerle.

—Volveré por ti, Tsu... —prometió al oscuro edificio, y con el corazón destrozado empezó a correr. Corrió descargando toda su ira, toda su impotencia.

Corrió maldiciendo el ser tan terriblemente débil, y juró que eso no volvería a pasar...

—¡Despierta, maldita sea! —abrió asustado los ojos al escuchar la exclamación, y vio un par de orbes azules demasiado cerca suyo, lo que hizo que se ruborizara—. Al fin. Maldición, no puedes quedarte solo ni un minuto o...

Sin pensárselo dos veces, le abrazó con toda la fuerza que tenía, sin siquiera percatarse de que estaba desatado. Para cuando Alaude regresó debido a que había olvidado un cuaderno, se encontró con el rubio menor pasándolo terriblemente mal entre sueños, agitándose de un lado a otro como si no pudiera salir de algún lugar y con lágrimas corriendo por sus mejillas mientras gritaba algo que no lograba entender.

—No quiero... no... por favor... —sollozó—. No te vayas...

Aún veía la pequeña y menuda figura de su hermano resplandeciendo un segundo ante la luz de la linterna, antes de que desapareciera. Antes de que se esfumara de su vida...

—Tranquilo... —el mayor correspondió su abrazo en busca de consuelo, tristemente acostumbrado a ellos. Giotto solía tener esas pesadillas muy a menudo, razones por las que nunca solía dormir demasiado. Tres horas a lo mucho para evitar que los recuerdos reaparecieran, atormentadores—. No sé qué es lo que ves, pero sea lo que sea, sé que no es culpa tuya.

—No... estás equivocado... —negó—. Es.... es mi culpa...

—¿Siempre tienes que llevarme la contraria? —suspiró. El menor nunca había querido contarle lo que veía en sus pesadillas, y tampoco insistió. Era un tema delicado y no iba a presionarlo, pero sabía que tenía que ver con su hermano.

—No siempre... —rió levemente ante la cuestión, y el de orbes azules se alegró de escucharlo. Era una buena señal.

—Bien, pues esta vez no me llevarás la contraria, ¿de acuerdo? —Giotto emitió un sonido pensativo.

—Me lo pensaré, pero no prometo nada —se separó un poco de Alaude para mirarle con una sonrisa, y el de ojos azules le secó las lágrimas que aún corrían por sus mejillas.

El menor se ruborizó ante ello, pero no se quejó. Sentía cómo su mano acariciaba su rostro y se dejaba llevar por el agradable tacto, mirando sus orbes celestes como el mar, profundos como el océano, y perdiendo toda noción del tiempo.

No muy diferente se encontraba Alaude, pues al ver ese brillo en sus orbes color caramelo sentía que todo a su alrededor desaparecía. Que su mundo se encontraba encerrado en aquel par de pupilas que le miraban con ternura, en aquellos labios que se le antojaban tan dulces como la miel.

Su mundo era él, como si fuera el centro de su galaxia, el sol de su sistema, el origen de su universo.

Mientras su diestra acariciaba el rostro del menor, su otra mano se deslizó hacia el reverso de su cuello, acariciando ese espacio entre sus hombros y el inIcio de su alborotado cabello dorado como el sol, y sus rostros acortaron un poco la escasa distancia que separaba a sus labios.

Tan solo sus respiraciones se podían escuchar en el silencio de la habitación, empezando a agitarse debido a la cercanía en la que se encontraban ambos jóvenes que deseaban fundirse en un solo contacto entre sus labios, deseaban expresar al otro esos sentimientos que lelvaban creciendo con el paso del tiempo en su interior y que ninguno de los dos podía definir.

Ni siquiera pensaban que en realidad necesitara un nombre.

Esa emoción y deseo de estar junto al otro, de sentir la precaria necesidad de verlo sonreír, de ver feliz a esa persona, podría describirse de mil maneras y, al mismo tiempo, no tener descripción alguna que lo definiera por completo. No existían los suficientes adjetivos, los suficientes verbos, las suficientes letras, como para poder expresarlo al completo con palabras.

Tan solo era un sentimiento, y los sentimientos no necesitaban nombres.

Sus labios estaban a escasos centímetros de rozarse, de por fin expresar esa innombrable emoción que ambos sentían en su pecho, en su corazón, cuando, de repente, un sonido les sacó del hechizo en el que se habían sumergido dentro de aquella habitación.

Ambos, libres del extraño embrujamiento, se alejaron, confusos por lo que acababa de suceder, demasiado avergonzados como para mirarse cara a cara.

Un dolor se instaló en su cuerpo en cuanto la distancia entre sus labios empezó a ser nuevamente la de siempre, y sus miradas se cruzaron fugazmente antes de que volvieran a apartarlas debido al recuerdo de lo que podría haber pasado, de lo que deseaban, pero no sucedió y les aliviaba.

Pudieron pasar segundos o quizá años, el tiempo era confuso en aquella atmósfera ahora tensa, antes hechizadora. El sonido que había intervenido se apagó durante un segundo, donde el silencio se hizo presente, antes de volver a resurgir.

Alaude, saliendo por completo de la confusión, reconoció que era su móvil y se apresuró a tomar la llamada entrante mientras Giotto agachaba la cabeza para que el de orbes azules no viera la decepción y frustración en su rostro.

—Sí... lo sé, tuve que regresar por mi cuaderno... —el rubio menor ya suponía que era bastante extraño que hubiera regresado tan temprano, no sabía la hora pero estaba seguro de que su sueño no había durado tanto como para ser equivalente a las clases de Alaude—. Sí, iré para allá... vale, adiós.

Giotto se preguntó a quién estaba dando tantas explicaciones. El de ojos azules no era dado a informar acerca de sus acciones, no solía gustarle eso de dar parte de sus movimientos.

Sintió un terrible enfado hacia esa persona, pese a no conocerla, y se extrañó de sus propios pensamientos. No solía ser así, ¿qué le estaba pasando?

—Tengo que irme —informó el mayor, algo dudoso en su tono de voz.

—Estaré bien, si es lo que te preocupa —replicó—. No dormiré de nuevo, y tampoco iré a ninguna parte—su voz salía con dureza, algo que no quería transmitir—. Así que vete tranquilo—en realidad quería pedirle que se quedara, que no fuera con quien quiera que fuese esa persona que le había llamado.

Quizá por ello, su tono se parecía más a un reproche que a un permiso.

—No sé, ¿seguro que estarás bien? —no, quería decirle, no estaría bien. Nada estaría bien si iba a encontrarse con esa persona.

—Sí, seguro —afirmó sin levantar cabeza, mirando el suelo y apretando los dientes. No quería ser egoísta, y además, no era nadie para exigir a Alaude el quedarse a su lado si prefería estar con otra persona.

—Mírame —ordenó, y Giotto se negó a obedecer, haciendo que el mayor le levantara el rostro a la fuerza—. ¿Por qué lloras? ¿Eso es estar bien para ti?

—No estoy llorando —sentía sus ojos húmedos desde que escuchó esa conversación entre el desconocido y su amigo, pero no pensó que fueran lágrimas de verdad.

—Encima orgulloso —bufó, para luego atraerle a su pecho y abrazarle—. No me gusta que llores, ¿lo entiendes? Me hace sentir mal.

Sin quererlo, una sonrisa surcó el rostro del rubio menor. ¿Le hacía sentir mal que llorase y por eso le abrazaba? Eso, extrañamente, le alegraba.

—No me iré dejándote así, no es bueno para ti esto de no dormir —dijo, aumentando la sonrisa de Giotto. Claro que el rubio platino no podía verla—. Es malo para tu salud.

—Pero no puedo evitar tener pesadillas... —se apenó, y era verdad. No podía hacer nada contra ello.

—Lo sé, y por eso pienso despertarte cada vez que las tengas —explicó—. Pienso hacerlo hasta que vea que duermes tranquilo.

—No creo que funcione... —por Dios, ¿iba a mirarle mientras dormía? ¡Si lo hacía, su insomnio sería debido a él!

—Me da igual, por intentarlo no se pierde nada —Giotto se separó levemente y miró la decisión en sus ojos azules, y supo que no había posibilidad a réplica—. No pienso dejarte solo. Lo prometo.

Dicen que, si no puedes contra el enemigo, únete a él, ¿no?

—Gracias... —sonrió y le volvió a abrazar, cerrando los ojos en el proceso, dejándose llevar por la calidez reconfortante que le daban los brazos de Alaude.

Y deseó, antes de caer dormido completamente, que siempre pudiera descansar en ese pequeño paraíso personal.

Lástima que los deseos, la mayoría de veces, son solo eso: deseos.

Anhelos que, desgraciadamente, no se suelen cumplir.

★~★ ~★


Salut lectoreees

Ejem, lo prometido es deuda asi que aqui teneis el cap prometido :)

No es cortito, eh, sin quejaas :p

¿Merezco comentario/voto? ¿Disparo? ¿Tartita?

¡Au revoir! Nos leeremos proonto

Learning to love |DPT #2|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora