Te vi

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Hikaru volvió a montar la motocicleta en cuanto la ambulancia se llevó al hombre muerto. Tenía que concentrarse si quería encontrarlas, afortunada o desafortunadamente estaba demasiado acostumbrado ya a ver cadáveres, por lo que no le costó tanto volver a su tarea. "Donde comenzó todo." ¿En dónde había comenzado? Habían comenzado muchísimas cosas, habían cientos de ciclos sin terminar. ¿Dónde podrían haber ido a dar La Cabra Negra y Kaori? Pensó, primero, en el hotel de mala muerte en el que la había visto asesinar por primera vez. 

La lluvia seguía fluyendo llevándose consigo el viciado y oscuro aire, Hikaru aceleraba por entre las estrechas calles teñidas de la cansina luz ambarina de las farolas. Subía la última cuesta cuando el letrero neón saltó a su vista, titilaba con pesadez como si estuviese dando sus últimos soplos de vida. Aparcó frente a la puerta principal que estaba, inesperadamente ante la lluvia, entreabierta. 
Adentro las luces también titilaban. Entró con pasos lentos y silenciosos hasta donde recordaba que estaba el mostrador, pero el lugar estaba vacío, sus pasos crujían delicadamente en el eco del espacio. Se asomó detrás del oscuro mostrador de madera, exactamente lo que se temía. 

En el mostrador, por la parte de adentro, yacían algunas llaves tiradas y revueltas en ese ya demasiado conocido líquido negruzco, tras de él, en la silla, yacía aquella recepcionista corpulenta a quien recordaba más grande de lo que en realidad era. Sus ojos saltados y desorbitados y la piel morena tremendamente pálida le daban un aspecto horrible con la expresión aterrada, tenía marcas moradas en el cuello, y había una soga tirada en el piso, junto a ella. Había sido estrangulada. En el pecho una pequeña nota que decía "Sigue buscando".
Hikaru golpeó el mostrador con rabia, acercó la mano al cadaver y tomó la nota, guardándosela en el bolsillo. Tenía que seguir su camino.

Recapituló todo lo que había estado pasándole. Trató con todas sus fuerzas de ir más allá, de recordar dónde había comenzado todo. La luna llena brillaba con fuerza por sobre su cabeza, el reloj marcaba las doce con veintisiete minutos. Se hacía tarde. Hikaru trataba de aferrarse a un pensamiento perdido que no tenía idea de dónde estaba o si existía. Se esforzaba tanto como podía sin ningún resultado, la mente comenzaba a bloqueársele y sus nervios amenazaban con apoderarse lentamente de él. 
Necesitaba moverse. Aún si caminaba a ciegas, lo mejor era por lo menos empezar a caminar. "Donde empezó todo", se repetía constante a si mismo.
La sangre magmática, oscura, le corría veloz por las extremidades, quemándolo desde la punta de los dedos, hasta el cuello, caderas y talones. Sus huesos se contraían adoloridos como si se hubiesen cubierto de escarcha, la ira comenzaba a apoderarse de su alma, privándolo de su voluntad. La idea que estaba buscando comenzó a tomar forma frente a él. Se dejó llevar por el instinto que anidaba en su vientre, dejándolo salir y... se rindió. 
Volvió a ponerse el casco negro y encendió la motocicleta, con una tranquilidad tan frívola que casi parecía estar muerto, poniéndose en marcha con dirección al parque en donde conoció a Kaori. Su mente ya no le pertenecía, le pertenecía a los deseos del Huevo de la cabra Negra. 

El instinto seco y carnal que invadía el cuerpo de Hikaru lo convertía en un completo depredador. Su misión era salvaguardar su vida, y para él, su vida dependía de Kaori. Bien lo había predicho su madre, la mujer era peligrosa, porque era una necesidad y un hombre privado de sus necesidades está muerto. Las llantas de la motocicleta rechinaban peligrosamente en cada curva, pasaba a una velocidad que casi lo tira más de una vez, por ser tan tarde en la noche no había demasiados autos ni transeúntes por lo que no causó ningún accidente. Además de todo, cuando en serio se concentraba en algo Hikaru era capaz de ejecutarlo con la destreza de cualquier profesional. 

Estacionó la motocicleta en la entrada del parque, junto a la acera. Se quitó el casco y aguzó los sentidos. Tenía los ojos abiertos como platos, los oídos intentaban enfocarse y bloquear el sonido de la lluvia para ver que más encontraban.
Una ligerísima melodía de piano invadió sus oídos atrayéndolo al centro del lugar, donde se encontraban algunas mesitas para picnic. Miraba hacia todos lados, esperando cualquier señal de vida, desesperado, comenzó a buscar la fuente de aquella música dando con una pequeña bocina debajo de una de las mesitas que llevaba pegada otra nota. 

El huevo de la Cabra Negra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora