La mujer que me dio la vida

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Megumi volvió del trabajo al ponerse el sol. Escuchó el ruido de la regadera al entrar a la casa, así que se dispuso a preparar algo de cenar. Se metió en la cocina a preparar algo de cenar, mirando por la ventana a los pájaros que trinaban volviendo a su refugio a pasar la noche. La radio tocaba "Raindrops keep falling on my head", Megumi silbaba la canción dulcemente mientras cortaba algunas frutas.
Vinieron a su memoria recuerdos de un pasado que ya no existía. En él, una madre llamaba a su hija a comer algunas frutillas picadas al anochecer, la niña corría descalza por el pasillo hasta llegar a la sala de estar. El padre, que tocaba el piano con la destreza de un adolescente no muy talentoso pero agradable, sonreía a la pequeña que se llevaba un trocito de manzana a la boca antes de sentarse frente al piano, junto a él. Le enseñaba por unos minutos a tocar y reía ante la torpeza de la pequeña. Un recuerdo mucho más reciente se sobrepuso a este, y llenó de otra música sus oídos. Mientras la radio se apagaba con el temporizador automático, Megumi escuchaba su propia música, un piano jovial y lleno de fuertes emociones, un piano que pertenecía al único hombre que había conocido a la verdadera Megumi.
La música invadió su corazón llenándolo por igual del lado oscuro y del lado claro, mezclándolos. Se hizo un nudo con sabor a nostalgia apretando la garganta y el pecho con fuerza moviendo a Megumi al despacho de su difunto marido.
Se detuvo en la puerta y sintió la necesidad de entrar, pero tenía miedo, consideraba éste una especie de lugar sagrado donde él existía y no podía entrar en él sin su permiso. Se dio la vuelta y subió lentamente las escaleras, deteniéndose frente a la puerta del baño. Llamó ligeramente y esperó.

-Espera...- contestó Hikaru, saliendo de su ensimismamiento. Abrió la puerta aún envuelto en la toalla y miró a su madre parada frente a él.-¿Qué pasa?-

-¿Cuándo fue la última vez que tocaste el piano?- sonrió amable.

-No lo sé... Tiene buen rato.-

-¿Querrías bajar al despacho de tu padre y tocar un poco para mi?-

Hikaru advirtió en su mirada un aire triste, de todas formas, ella se esforzaba en sonreír de la forma más natural posible aunque sus ojos dijeran lo contrario. ¿Hace cuánto tiempo que ella no le pedía tocar el piano? Hikaru sonrió emocionado y asintió con la cabeza, corrió a su habitación y vistió tan rápido como pudo. Unos calzoncillos de spandex negro, unos  deportivos de algodón grises y una camiseta verde olivo de manga larga con un pollito estampado. Bajó corriendo las escaleras y entró directo al despacho, Megumi entró con paso veloz tras él.
Hikaru se sentó en el banco del piano y hojeó las partituras que estaban encima, Megumi se paró justo detrás de él y señaló con el índice una página en concreto. Las partituras fueron colocadas en su lugar de nuevo, Megumi retrocedió unos pasos y se dio vuelta al librero que estaba en la pared contraria al piano sacando un pequeño álbum de fotos forrado con cuero algo raído, después, se sentó en el pequeño sillón entre el piano y el escritorio. Hikaru sopló el poco polvo que cubría la tapa de las teclas del piano, como una pequeña envoltura de tiempo perdido, y lo observó con detenimiento como admirando un pedazo de material y buscando el potencial oculto en éste. Cuando pareció haberlo encontrado, un fulgor inexplicable inundó sus ojos, estiró y tronó ligeramente los dedos, luego dirigió la mirada a la partitura que se imprimía con habilidad sobre las teclas blancas y negras y comenzó su interpretación de aquella pieza que sonaba en sus sueños, la misma pieza que sonaba en los de Megumi, la misma pieza que llevaba impresa en la sangre por herencia de su padre. Era siempre la misma pieza.
Sueño de amor. Se dijo.

Megumi hojeaba el pequeño álbum de fotos mientras Hikaru interpretaba con toda su concentración aquella pieza que tan bien conocía. ¿Habría escrito Franz Liszt aquella pieza consciente de los efectos que causaría en esa familia? Ciertamente poco importaba, pues los efectos causa-consecuencia de la pieza podían ser o no casualidades y aún así estar sucediendo. Hikaru pensó en esto durante su interpretación. Pensó, entonces, en Kaori y su relación con él. En el libro que leyeron y en Demian. En el piano y su madre. Estos yacían en su mente, dispersos, buscando conexión entre ellos. Abraxas... El dios. ¿Era su madre la misma dualidad? El Dios al que se habían consagrado ambos toda su vida, ahora lo sabía, no podía ser tal cual lo conocía. Porque era perfecto, y lo perfecto no existe. Entonces, pues, existe una posibilidad de algo así en nosotros mismos, en la dualidad que ofrece el mundo impuro y puro conviviendo en un mismo ser. Megumi cumplía con esa característica. ¿Porqué no podía ser ella Dios? ¿Porqué Dios no podía ser perro o lagartija o pez o ave? ¿Porqué sólo en el ser humano yacía la necesidad de una salvación? Somos tan egocéntricos como para darnos soluciones inalcanzables con tal de no admitir nuestra incapacidad. Y Hikaru era incapaz de controlar la situación. Sabía que algo comenzaba a andar mal en él, quizá no fuera así, quizá él haya estado mal desde hacía mucho tiempo y no lo había descubierto porque se había limitado a vivir en el mundo luminoso, quizá, él mismo también podía ser Abraxas y esta idea lo asustaba más que nada, podía serlo, podía ser también como su madre.

La pieza finalizó, Megumi se había detenido en cierta página del álbum. Aplaudió con orgullo, Hikaru sonrió. Con un gesto amable llamó a Hikaru a sentarse junto a ella.

-Nunca te he enseñado estas fotos, ¿Verdad?- dijo, casi susurrando.

-No.

-Pues bien, este es un buen momento. Estás creciendo mucho, Hikaru, ya tienes doce largos años.-

En la fotografía, una mujer idéntica a Megumi posaba sentada en una silla negra con bordes dorados, lucía un bello vestido blanco que se veía ligeramente anticuado y su cabello largo atado en un moño sobre la nuca. Junto a ella, de pie, se hallaba un hombre de rasgos severos y expresión humilde, llevaba un traje grisáceo y anticuado, con una corbata color azul. En las piernas de la mujer, una niña pequeña, de al rededor de dos años sonreía con dulzura, llevando un vestido azul y blanco, y el cabello en dos pequeñas coletitas. Del otro lado, una fotografía de un matrimonio demasiado joven le sonreían al otro como si ellos fuesen lo único que existía en este mundo.

-Te he contado muy poco de ellos, Hikaru. Estas personas de la foto son tus abuelos... Y yo soy la niña de ahí.- rió irónica.- A tu padre también lo viste en una foto parecida, ¿Verdad? Tienes que saber que te amaba muchísimo, cuando tu naciste... Dios, él estaba loco. Te amaba tanto que dejó cientos de cosas que quería hacer de lado por ti, por darte lo mejor.- suspiró con cansancio.

Permaneció en silencio unos segundos, Hikaru no dijo nada y esperó a que continuara.

-No he sido sincera del todo contigo, yo sé... Lo sé. Pero ahora has crecido y puedes saberlo, tienes derecho a saberlo. Tus abuelos no eran personas muy buenas a pesar de que eso profesaban, no digo que se merecieran lo que les pasó, porque yo no soy nadie para juzgar eso, pero si fueron asesinados... Debe ser por una razón. Sí, ellos fueron asesinados, brutalmente, sería el primero de decenas de asesinatos de la misma mano...-

Megumi comenzaba a ponerse nerviosa, de la misma forma que Hikaru ya conocía. La Cabra estaba cerca.

-Sí, sí... Había una buena razón ahora que lo pienso. Esos dos abusaban de su hija a más no poder, la golpearon y maltrataron tanto como pudieron, es lógico que les pasara algo malo. Dios te hace pagar todo.- comenzó a reír eufórica, Hikaru retrocedió hacia la puerta.- ¡Sí! ¡Ahora es obvio! ¡Merecían morir! Solo me trajeron desgracia, yo tenía que defenderme, seguir viviendo... Ahora que lo pienso, también tuve que protegerme de alguien más después. El amor es algo peligroso, Hikaru, si caes en él con demasiada fuerza te puede dominar, tendrá poder sobre ti y te hará caer. Sí, ese accidente... Quizá no fue un accidente después de todo. Yo lo amaba, y porque lo amaba me sentía en peligro, de volver a ser dominada en contra de mi voluntad. Sí... Quizás no fue un accidente...-

El huevo de la Cabra Negra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora