El Huevo

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"Mi madre dice que (debo ser) soy un chico ejemplar."

En un hospital del gran centro de Tokio, Hikaru Murata vio por primera vez la luz del sol. En apariencia, nada malo podría suceder con este pequeño retoño, la "luz de sus ojos" para sus peculiares padres. Pero Hikaru arrastra consigo una pesada tarea, una maldición sanguínea que retumba en cada latido de su corazón y que lo hace totalmente vulnerable al vientre que lo trajo a la vida. Desde que salió de ese lugar cálido y seguro, Hikaru entró a un cruento juego al que fue arrastrado con la delicadeza del bailarín de vals cambiando de pareja.

Apenas tres meses pasada su bienvenida al mundo, Hikaru se enfrentó al primer gran dilema de su vida: tener que vivir sin un padre. Tras aquél accidente de auto, lo único que Hikaru consiguió de su padre es una fotografía algo roída de su boda, un viejo piano de pared y un antiguo pero bien cuidado ejemplar de pasta dura de "Viaje al centro de la tierra" con la dedicatoria "Para mi hijo, Hikaru, siempre aspira a que tu vida sea un gran viaje." inscrita en la primer hoja en blanco.

Sus primeros años corrieron normalmente, como los de cualquier niño. Su madre, quien estaba en una severa depresión tras la muerte de su marido contrataba de vez en cuando una niñera para cuidar al bebé y salía a las calles vestida de negro a, lo que ella llamaba, "llorar sus penas".
En el lado contrario de la ciudad, comenzó a anidar el rumor de un terrible y sanguinario asesino que parece no estar muy contento con la labor de Dios en el mundo...

Cuando llegó la hora de que el pequeño Hikaru tuviese que ir a la escuela, con todo el pesar de su corazón, su madre decidió enviarlo pues, ella no quería que sufriera lo que ella tuvo que pasar en su momento y pudiese relacionarse con la gente de una forma natural. Sin embargo, los años pasados en casa con su frágil madre conviertieron a Hikaru en un chico tallado de la misma madera. Un frágil pequeño incapaz de si quiera mantener una conversación en un tono de voz apropiado. Sus primeros tres años transcurrieron casi con normalidad salvo porque el pequeño Hikaru prefería estar aislado que con la gente, al no lograr incluirse terminó por quedarse en el preescolar un año demás. Pero era bastante inteligente y a sus cinco años ya había leído "Viaje al centro de la tierra" tres veces, ahora, éste es su libro favorito. Aún así, Hikaru desarrolló un pequeño vicio en la lectura y cada vez elige ejemplares más difíciles. También comenzó a tocar el piano.

Cuando entró a la escuela primaria, Hikaru era bastante más inteligente que todos sus compañeros, pero seguía siendo demasiado malo con las relaciones interpersonales, solía trabarse a veces mientras hablaba y en algunas ocasiones cuando le tocaba hablar para todo el grupo se bloqueaba por completo y, a veces, hasta se ponía a llorar. Era el mecanismo de defensa infundado por su triste progenitora. Así que durante todos esos años Hikaru fue agredido por sus compañeros más grandes y fuertes. Lo empujaban en todos lados, le tiraban las cosas, le rayaban los cuadernos. Todo el tiempo, Hikaru rezaba como su madre le había enseñado para poder librarse de aquella dura vida... Pero nunca obtenía respuesta.

Hikaru comenzó a perder la fe lentamente, se decía a sí mismo que si Dios no quería escucharlo con un problema como ese, mucho menos le ayudaría cuando lo necesitase en serio. Poco a poco, mientras más abandonado por Dios se sentía, más difícil le era a Hikaru creer en él.
Hikaru tampoco quería contarle nada a su madre. La veía tan cansada, tan triste, siempre hablando con tono nostálgico de su maravilloso padre y mirándolo con un repudio que tardó pocos años en reconocer.

-Eres idéntico a él, Hikaru, idéntico hasta cuando sonríes. Pero, claro, tú no eres él...- murmuraba ella.

Pasaban los años y los periódicos comenzaban a especular sobre si los asesinatos tenían o no que ver con algún culto satánico. Fue una mañana de primavera antes de irse a la escuela cuando Hikaru se enteró de ellos, la misma mañana de su octavo cumpleaños.
Su madre le puso un pequeño pastel en la mesa, junto a su desayuno. Lo besó en la frente y le dio una palmadita en la espalda, después le cantó la canción de cumpleaños. Mientras lavaba los trastes sucios y tarareaba alguna canción que sonaba con una delicadeza lejana en la radio de la sala de estar, Hikaru miró la portada del periódico. En el encabezado se leía "¿Será éste el nacimiento de un culto extraño en Tokio?" y debajo de él se mostraba una imagen del más reciente de los asesinatos, un joven adulto algo borracho según la nota, apareció en una habitación de hotel con manos y pies atados a la cama como si fuese a ser crucificado. En el pecho, la marca del pentagrama característica de aquella serie de asesinatos que aún no había forma de vincular. Hikaru leía la nota con atención cuando su madre le arrebató el periódico de las manos.

El huevo de la Cabra Negra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora