Capítulo VIII: Temporada de terror sin pesadillas.

28 3 0
                                    

"Aquel que más posee, más miedo tiene de perderlo" - Leonardo Da Vinci

Cuando Alicia despertó se dio cuenta de que estaba en su cama, a su izquierda estaba Lucía y su novio. Él le estaba dando un masaje de hombros mientras ella tarareaba y tejía alguna especie de monstruo en lana celeste cielo.

Parecía un sombrero o una tortuga estelar.

- Estoy despierta.

- Lo sé, no soy ciega, cariño – respiro profundamente – Bueno, Gustavo, voy a prepararle te. Quédate con ella, que no vaya a dormirse otra vez, el médico dijo que debe quedarse despierta 30 horas.

- ¡Lucia, no lo hago apropósito!

- Como digas, querida.

- Se lo diré a mamá.

- Mamá no está – dijo sin darle importancia.

Alicia miró a su alrededor por primera vez. No estaba en su casa.
Su casa era grande, blanca y dorada. Rodeada por muebles de algarrobo y colores crema; una casa elegante y rococó.

Este lugar más bien parecía un depósito de estiércol de caballo, tenía madera mohosa en las cuatro paredes donde ella estaba descansando, una ventana pequeña a lo alto de la parte izquierda; faltaba color y gracia. Pero cuando miro por la ventana, vio que algo se movía en ella y justo dio un respingo, la casa en la que iba saltó unos centímetros del suelo.

- ¿Dónde estamos? – ansiaba decir. Pero no tenía el valor de hablarle a su cuñado a quien acababa de conocer.

- Hace buen clima ¿Verdad?– acotó él, mirando los techos mugrientos. Como si pudiera traspasarlos y avistar un hermoso cielo turquesa.

- Tiempo – resopló Alicia involuntariamente, acto seguido se tapó la boca y sonrió con timidez – Lo siento.

- ¿Tiempo? ¿Hay alguna diferencia?

- Sí, verás... Eh... Bueno no importa, no sé explicarlo.

- Bien.

<<El tiempo cambia continuamente, soleado, lluvioso, nublado, templado. Mientras que el clima tarda décadas y décadas en cambiar, y cambia muy poco, incluso en todo ese tiempo transcurrido; aumentan o descienden unas que otras temperaturas habituales; entre otros. ¡Bah, lo repito como un loro! ¿Quién no sabría explicarlo?>>

- ¡Gustavo! – gritó Lucía desde la habitación contigua y él se levantó luego de inclinarse ante Alicia. Ella ansiaba volver al País de las Pesadillas, pero sabía que debía aprovechar su tiempo en el mundo real, se fue de allí y se sentó en una banca y comenzó a leer un libro de J.R.R Tolkien, Roverandom.

La introducción era más larga que el desarrollo y lo terminó con la misma velocidad con la que se daba una ducha.

Ducha.

Fue al baño. Era precario, el retrete y la ducha no se alejaban por más de medio metro y tenía una simple canilla como si fuera pileta lavamanos. El jabón era compartido y no tenía esponja. Detrás de la puerta sin cerradura estaba un espejo cuerpo completo y ella se miró.

Alicia se desnudó lentamente mientras se miraba, era blanca, tenía una tez blanquecina; no como la nieve del invierno o el azúcar;

Era humanamente blanca.

Lo que la hacía parecer inmortal, casi élfico era su cabello y sus ojos, tenía el cabello tan rubio que uno podía pensar que era albino y los ojos tan celestes que aparentaba ser ciega.

De gran altura, piernas largas y una delgadez casi peligrosa.

La cara ovalada, flaca y con ojeras purpura bajo los ojos.

Parecía una elfa, pero una elfa entregada a la muerte.

Debía ducharse, pero la idea de estar en ese baño era absurda. Parecía esclavizante y tortuoso tener que hacerlo, extrañaba su pileta de mármol blanco, suave como seda, y sus cortinas grises, y sus cerámicos y la comodidad del retrete.

No hay nada como el retrete de tu propia casa.

Alicia se duchó de todas formas, rápidamente, en cuestión de segundos se aplicó champú, se enjabono las partes sudorosas y se peinó, luego de aplicarse acondicionador, se secó y salió.

En su ropero había pocas prendas bonitas, parecían sacadas de una película en blanco y negro.

O de un funeral.

Del funeral de su gusto en la indumentaria y de su estilo universitario.

Se vistió con una pollera blanca y una camisa de color azul noche, abotonada y de seda. Se colocó medias blancas y ballerinas negras.

La ropa le sentaba terriblemente bien. Como si hubiese sido uno de esos personajes de caricatura que usan una y mil veces el mismo atuendo, como si su vestuario solo fuera jean y remera blanca, como si se identificara tanto que no lo volvería a dejar de usar.

Luego de estar vestida, faltaban unos minutos para que la comida esté lista.

Y Alicia, olvidándose de sus problemas, tomó una siesta.

Durmió y durmió, hasta que horas después despertó, su hermana peleaba con su pareja porque Alicia se durmió antes de tiempo y él no la cuidó.

- La has dejado dormir, Gustavo, te he dicho-

- ¡LUCÍA, NO, ESCUCHAME BIEN! – le gritó con voz feroz - ¡Me has dicho que vaya contigo!

- Alicia no es una niña, pero se comporta como una, deberíamos cuidarla bien y tú lo sabes.

- No soy su padre.

- Y yo no soy su madre, pero ella es mi responsabilidad ahora.

- Tuya, no mía. Seré responsable de nuestros hijos, no de tu hermana.

- ¡Si sigues así, no querré tener hijos contigo! – tronó Lucía y Gustavo, en un inexcusable estallo de ira le golpeó en la cara, a puño cerrado. Alicia soltó un grito ahogado y luego tragó saliva, quería hacer algo, quería ayudar a su hermana pero tenía miedo.

- Los tendrás, quieras o no. Sabes que esto es así, aquí mando yo, soy yo quien tiene el dinero, la plata, soy yo quien maneja todo esto. ¿Oíste?

Lucía sollozaba arrodillada y asustada, sus piernas le temblaban y el shock del golpe en su cara la había hecho incapaz de escuchar nada o articular bien sus palabras, solo lograba soltar hipidos y respirar fuertemente por la nariz.

- Bueno, levántate – Lucia se puso de pie obedientemente y él le acaricio el cabello, como a un perro bien educado – Ya sabes que no me gusta cuando te pones así, esto lo hago por los dos ¿Lo sabes, linda? ¿Lo sabes?

- Sí...

- No quiero que vuelvas a llorar, porque si tus padres se dan cuenta, quien sabe, quizá quieran separarnos, quieran controlar tu vida otra vez y no quieres eso, no queremos eso. No los necesitamos, podemos hacer nuestra propia casa. ¿Verdad?

Alicia se quedó en silencio, con los ojos muy cerrados, preguntándose si esa había sido la primera vez que el la golpeaba, una ocasión especial o simplemente una vez entre todas las demás. Aunque de algo estaba segura. No quería que nadie le respondiese.

Se dio cuenta que las pesadillas son más crueles con los ojos abiertos que cerrados.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 21, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Alicia en el país de las pesadillas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora