Uhr era el hijo menor de la familia, tres años más joven que Kostaj. Como su hermano, también era un Corriente, pero nunca había sufrido demasiado por ello, quizás porque, al ser el menor, siempre había sabido que ese sería su camino. Apenas recordaba la muerte de su padre y poco hablaba con el mayor de los tres hermanos. Siempre había preferido estar solo y hablar poco. Nunca se había metido en problemas.
Como todos, sabía que eso no podía durar mucho al ser un Corriente. Sabía que cualquiera de sus hermanos mayores —pero especialmente Kostaj— podía cometer un delito y, como mandaba la Ley, verse arrastrado. El tatuaje apareció en su muñeca al mismo tiempo que apareció en la muñeca de Kostaj. Todos los miembros de una familia compartían la pena por el crimen de uno solo de ellos a menos que hicieran el traspaso y el verdadero autor tomara la culpa de sus familiares como propia, aumentándola en varios grados. Era un método efectivo para mantener a raya la criminalidad —ya que los propios actores sociales reprimían a los suyos por el miedo a verse involucrados— y la superpoblación.
—Si eres asesino, te conviene matar a tu familia, porque de todas maneras van a morir —dijo un profesor la primera vez que les explicó a los chicos cómo funcionaba el Tatuaje de Ter. Ellos se habían reído. —Recuerden. Si alguna vez ven a alguien con esta figura —señaló el Tatuaje con la espada—, no olviden denunciarlo con algún adulto. Se trata de un criminal.
—¿Y si es inocente? —se atrevió a preguntar una chica de gafas—. ¿Y si la acusación es falsa? Todavía tiene tiempo de defenderse.
—Nadie que tenga el Tatuaje de Tar es inocente. Si hubiese un error, para eso puede entregarse y solicitar un legislatio para ir a juicio. Pero El Sistema funciona. —El profesor fulminó a la chica con la mirada—. En tiempos primitivos se creía que todas las personas eran inocentes hasta que se demostrara lo contrario. ¿Sabes cuántos criminales salían libres? Esto es tecnología avanzada. A nadie le aparece un Tatuaje a menos que haya violado alguna ley. Y las leyes… ¡Repitan!
—¡Las leyes son indiscutibles!
La chica de gafas repitió a regañadientes y Kostaj se la quedó mirando con cierta curiosidad. Era peligroso cuestionar esa clase de cosas. Nunca había oído hablar de un niño que hiciera esa clase de preguntas, pero le quedaba el alivio de que tampoco había escuchado hablar de niños con el Tatuaje de Tar. O que estuvieran en la cárcel.
Uhr había comprendido todo eso sin problemas. A diferencia de Kostaj que, pese a que nunca exteriorizó sus dudas, nunca se sintió cómodo con lo que le enseñaban sobre El Sistema, jamás rechistó o hizo preguntas. Era un muchacho resignado a su suerte, callado, introvertido y que siempre evitó hablar en público a menos que fuera estrictamente necesario.
Sus hermanos jamás lo oyeron alzar la voz e incluso en sus años de adolescente, cuando se suponía que todos se rebelaban contra la autoridad y sentían sus emociones y hormonas encenderlos en una llamarada de contradicciones, permaneció inmutable, silencioso y observador. Era como si conociera ya lo que se esperaba de él: Un silencioso, triste discreto y casi invisible Corriente, que no quisiera ser más de lo que le imponían que era. Un ser defectuoso. Sin cambios. Involucionado. Como todos —casi todos— en su familia.
«Un buen chico», había llegado a decir su jefe en la empresa de papelería donde trabajaba. «Mejor que muchos». Y no era el único que le dedicaba halagos.
Y ahora Uhr estaba muerto. Y todo era su culpa.
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Huellas entre las cenizas
RomanceSer normal en un mundo de prodigios definitivamente no puede ser algo bueno. Kostaj lo ha sabido toda su vida, pero la rabia en su interior no ha hecho más que acumularse durante años de silencio y opresión. Luego de asesinar a un agente de Intelige...