XI

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Kostaj creyó que iba a morir pronto. Y así lo hizo. Solo que no como él esperaba. Y de las cenizas rojas, y de las cenizas de muchos, se removía algo absurdo y extraño.

Cuando todos viven bajo el miedo de ser condenados, ya no importaba el color de la tarjeta que colgaba del cuello. Cuando el terror se impone, todos son oprimidos. E inocentes tienen que morir para enseñar que en la opresión no existen buenos ni malos. Se necesitan cobardes para que los valientes alcen la cabeza. Porque Milakai había sido la chica más idealista, valiente y cobarde de todas. Porque ahora lo dejaba a él, solo, con un propósito desgarrado. Con una caricia robada con olor a otoño.

Kostaj gritó. En la Plaza, convertida ahora en un torbellino de cuerpos, manos, gritos y lágrimas, muchos entendieron que ese grito no era solo un alarido de dolor y rabia. El hombre de la capucha que yacía de rodillas en el suelo era un Corriente. Lo había perdido todo. Y precisamente por eso podía levantarse. El fuego ardió por un segundo más. Era todo lo que se necesitaba para poder quemarlo todo.

Kostaj sabía que iba a morir pronto.

Solo que aún no.

Solo que aún no.

Huellas entre las cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora