«En la esquina de Tres Robles con Asmodeo, tercera casa de la hilera oriente». Ese había sido toda la transmisión de Kayta. Muy típico de él, por lo demás. Nunca explicaba nada ni pedía opiniones. Como agente de Inteligencia —y del Escuadrón Dragón, el más selecto de la provincia—, estaba habituado a dar órdenes. Y a no admitir réplica alguna, que era la razón por la que el transmisor se había desintegrado cuando acabó su mensaje.
Kostaj soltó el cigarrillo que tenía en la boca y lo aplastó con su talón. Si alguien lo veía, pondría el grito en el cielo al ver a un Corriente ensuciando de ese modo las calles. No era como si le importara en lo absoluto, claro. Después de todo, era el último que tenía de sus reservas y ya sus finanzas no soportarían otro capricho como ese. «Fumar es para quienes tienen cambio». Se rio con el juego de palabras.
No estaba seguro de seguir la amable “invitación” de su hermano mayor. Después de todo, jamás habían pasado más allá de las formalidades y el saludo. Kayta, en especial, hacía lo imposible para desentenderse de su familia y fingir que no existían. Decir que sentía vergüenza era poco y más para un aspirante a Oficial. Tener familiares Corrientes era digno de infamia y deshonra dentro de la Inteligencia. Solo había sido aceptado gracias a sus incansable ambición y sus pulidas habilidades, tanto de combate como ‘sociales’.
Cuando su padre murió, Kayta no derramó una sola lágrima. Ni siquiera acudió al funeral.
—Tengo que estudiar. —Fue todo lo que dijo mientras se comía un emparedado de atún. Era su favorito. Kostaj quiso arrancarle la mirada fría de su rostro y obligarlo a golpearlo, a reaccionar, a moverse, a sangrar y a sufrir tanto como él. Uhr tuvo que detenerlo. Con su natural actitud pragmática y resignada, lo hizo entender que pelear con Kayta no tenía sentido.
—No puedes obligar a alguien a sentir lo que no siente —dijo él. Kostaj no estaba de acuerdo. Quería obligarlo a puñetazos a soltar aunque fuera una lágrima. Pero la sensatez de su hermano menor se impuso sobre su rabia. No era natural que un hijo no sufriera por la muerte de su padre. Podía entenderlo si ese padre hubiera sido un maltratador, un violador, un abusador, un alcohólico, un indiferente, un holgazán o un racista como el propio Kayta. Pero había sido un buen padre, que había vivido y muerto como un hombre trabajador y preocupado absolutamente de sus hijos. Nunca les alzó la mano o los despreció. Siempre vivió con humildad y les enseñó a llevar una existencia con dignidad. Kayta nunca aceptó esa frágil resignación.
Kayta había pasado gran parte de su infancia como una víctima y por eso odiaba esa debilidad sometida que ponía la otra mejilla a todos los golpes. Durante años volvió de la escuela con moretones en el rostro y lágrimas en los ojos. Hasta que un día simplemente devolvió el puñetazo.
—Nunca podría llorar la muerte de un cobarde —susurró cuando sus hermanos salieron. Kostaj no alcanzó a oírlo. Uhr, que sí lo hizo, solo apretó un poco más los labios y se apresuró a arrastrar a su hermano fuera de esa habitación.
Esa clase de tensiones no desaparecían de un día para otro, especialmente cuando uno de ellos se convertía en parte del Sistema. El Escuadrón Dragón de Inteligencia era considerado uno de los grupos de élite dentro del poder y del que salían siempre los candidatos a Oficial. Su misma ambición lo había llevado a sobresalir entre el resto. En un mundo de lobos, el más feroz siempre era el alfa.
—¿Qué querrá ahora?
Solo para molestarlo, se puso el polerón encapuchado más desgastado que tenía y unos pantalones desteñidos. No se afeitó ni simuló ser parte de esa sociedad. Colocó la tarjeta azul bien visible sobre su pecho. «No es que pudiera ocultarla de todas maneras». Estaba incluida en su marca de nacimiento junto al cuello. Cualquier capturador podía identificarlo al instante. Sin embargo, solo para mayor efecto social, los obligaban a tener la tarjeta colgada al cuello. Kayta siempre les sermoneaba para que la disimularan.
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Huellas entre las cenizas
RomanceSer normal en un mundo de prodigios definitivamente no puede ser algo bueno. Kostaj lo ha sabido toda su vida, pero la rabia en su interior no ha hecho más que acumularse durante años de silencio y opresión. Luego de asesinar a un agente de Intelige...