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Kostaj tenía los labios partidos y la garganta seca. Podía escuchar a la perfección las voces de la gente a su alrededor y distinguía sin problemas los uniformes de los capturadores y los agentes de Inteligencia que se habían comenzado a dispersar por toda la Plaza. En el cielo, no había una sola estrella y la luna se había retirado por completo. Solo los grandes faroles de la ciudad iluminaban ese lugar.

Contó los uniformes que lograba ver y consideró que perfectamente podría derribar a tres o cuatro Dragones y a varias decenas de inexpertos capturadores —no tendrían más de qué, ¿diecisiete, dieciocho años?— antes de que lo mataran. Su cuerpo volvió a rugir de dolor y se mordió la lengua para no moverse. Tenía que confiar en Milakai. Ella tenía un plan.

Se apoyó en un árbol cercano, seguro de que nadie podía reconocerlo entre la multitud y trató de descubrir de qué iba todo eso. Ella no le había dicho absolutamente nada, más allá de advertirle que no atacara a nadie y no se acercara hasta que ella lo indicara. Hasta ahora había sido un buen chico y había obedecido. Pero si los minutos seguían transcurriendo, no podría asegurar que eso continuara…

Para distraerse, pensó un segundo en el cuerpo de Uhr, herido y mutilado, que había terminado finalmente desintegrado en el Lago del Oeste, gracias a la amabilidad de un anónimo muchacho que trabajaba en la misma oficina que Milakai. Kostaj vio arder el cuerpo de su hermano por apenas unos segundos. Luego simplemente vio una cortina de cenizas rojas hundirse lentamente en las aguas rosadas del lago. A Uhr siempre le había gustado. Decía que el agua color rosado se debía a las lágrimas de una amante que se habían mezclado con las pequeñas algas rojas que había en la profundidad. Él siempre se había burlado de eso. En ese momento, al verlo desaparecer en lo cristalino de su superficie, fueron sus propias lágrimas las que acompañaron a las ridículas criaturas rojas de las que tanto hablaba su hermano.

¡Kostaj!

La voz de su ex novia en la profundidad de su mente lo pilló desprevenido, pero no reaccionó. Miró a su alrededor para ver si alguien más había notado su sorpresa y se arrebujó un poco más en la capucha. «Estoy listo». Esa era la primera señal para prepararse. Se frotó un poco las manos y fijó la mirada en el centro de la Plaza. 

«Los vengaré a todos». Kostaj sabía que iba a morir pronto.

Milakai soltó un profundo suspiro y se tomó unos segundos para entender el lío en el que se había metido. Sabía que su padre no iba a tragarse su misiva y que Kostaj no duraría demasiado tiempo quieto. Tenía que actuar rápido si quería lograr que todo eso significara algo. Pensó un segundo en su madre y en su rostro sereno. No volvería a verla nunca. Pero, en su lugar, podría recuperar los rostros de otras madres y otros padres que ahora miraban a su alrededor con el miedo en sus ojos.

Sonrió, burlándose de sí misma. Cómo adoraba esas justificaciones. Al final, no era más que una necesaria cobardía. Apretó los puños un segundo y aterrizó en el centro de la Plaza del Supremo. Al instante, los murmullos se silenciaron.

—Cambiantes y Corrientes, autoridades, amigos, enemigos… Gracias por venir. Lamento haberlos despertado a horas tan inoportunas, pero hay cosas en esta vida nuestra que no pueden esperar. Y la justicia es una de ellas. —Hizo una pausa para poder ubicar el rostro cejijunto y contrariado de su padre y prosiguió—: Ustedes saben perfectamente quién soy yo. Saben que soy hija del Creador del Sistema, del Gerente. La hija del jefazo. —Algunos se rieron a su alrededor—. Saben también que soy una legislatio.

>>Hay muchas cosas que saben. Todos los días se levantan para sacar adelante a sus hijos y sus familias. A sus hermanos y a sus padres. Van a trabajar, se esfuerzan, luchan, educan y terminan agotados noche tras noche. Pero saben que hacen lo correcto. Solo tienen que preocuparse de que los suyos estén abrigados y felices, porque saben que estarán seguros.

Huellas entre las cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora