El transmisor de Arb Racven comenzó a sonar pasada la medianoche. El Gerente abrió los ojos y se incorporó con rapidez, casi como si fuera una reacción instintiva. Gruñó de dolor cuando su pierna derecha le recordó que había pasado tiempo desde que algo lo había despertado en mitad de la noche. Aunque su cuerpo estaba acostumbrado al rigor, el tiempo no pasaba en vano.
—Arb Racven. —El transmisor levitó cerca de su cabeza con insistencia—. Tiene una transmisión de su hija, Milakai. ¿Desea reproducirla?
—Qué querrá esa cría ahora —gruñó el hombre con cierta pesadez. La chica era, en sus palabras, la «el faro de su alma», pero últimamente se había comportado con mucha rebeldía. Sabía que solo era una etapa —él también la tuvo en su juventud como protestante—, pero eso no le ahorraba los dolores de cabeza. Sin embargo, también sabía que no podía ignorar una transmisión suya, fuera cual fuera esa situación—. Adelante.
«Papá, esta es una transmisión de urgencia. Sé que te he despertado y me disculpo, pero no podía tardar. He estado pensando mucho desde la muerte de mamá y creo que tienes razón. No he cumplido con las expectativas que tenías para mí y que yo también, de un modo u otro, he estado persiguiendo. Quisiera hacer gala del legado que me has encomendado y del conocimiento que te has esforzado en transmitirme.
Me he tomado la molestia —y espero no te moleste— de llamar a la ciudadanía para dar un anuncio. ¿Recuerdas todas esas veces en que me contabas cómo hacías tu trabajo en medio de las multitudes? Creo que quiero seguir tus pasos. Descuida, he coordinado todo con los servicios y no habrá problema en el orden. Sé que es tarde, pero muchas veces la inspiración y la necesidad atacan a horas inesperadas. Sin embargo, necesito contar con tu presencia en la Plaza del Supremo tan pronto como puedas. Estaré esperándote.
Sé que me quieres y por eso hago esto. En el fondo, sé que estarás orgulloso.
Una hija que te quiere
Milakai».
Arb Racven frunció el entrecejo y se pasó las manos por el canoso cabello negro. Volvió a mirar la hora y se sentó en el borde de la cama con una expresión inescrutable. Suspiró por lo bajo y negó con la cabeza antes de levantarse para ponerse su uniforme. No entendía bien cuáles eran las intenciones de su hija, pero aquella alusión a su trabajo y el llamado a la multitud eran suficientes para obligarlo a vstirs. El Gerente debía resguardar el orden y aquella no sería la excepción.
Con todo, el mensaje era extraño. Milakai siempre había sido una chica taciturna y formal, pero jamás mostró interés alguno en “seguir sus pasos”. Siempre fue crítica y luego de la muerte de su madre, su actitud fue excesivamente fría y hasta resentida. Aunque la amaba más que a cualquier otra cosa en la vida, sabía cuándo alguien le estaba mintiendo.
Arb Racven no había nacido ayer.
La madrugada siempre había sido una hora silenciosa y solitaria en la ciudad. Los criminales fugitivos se movían en las sombras para poder escapar de su inexorable condena y solo algunos capturadores y agentes se deslizaban por los rincones en busca de alborotadores. Las personas decentes nunca abandonaban sus hogares luego de que el sol azul se escondiera en el horizonte.
Y, sin embargo, esa noche, la avenida principal estaba a rebosar. La noticia se había esparcido como aceite de olmo: Milakai, la hija del Gerente y la principal legislatio, había llamado a un mitin público por primera vez en su carrera. Los mítines de los legislatio eran una tradición e indicaban el comienzo y progreso de una prometedora carrera judicial hasta llegar a los Tribunales de Tar. Milakai había egresado como la mejor de su promoción, pero habían pasado ya algunos años y no había dado muestras de ambición alguna. Y ahora, en mitad de la noche, despertaba a toda la ciudad para un anuncio excepcional.
Aquellos que tenían cambios habían sido los primeros en aglutinarse en la Plaza del Supremo, cuchicheando y elucubrando cuáles serían las noticias. Era común que un legislatio novel hiciera una ejecución pública, pero la hija de Arb Racven había hablado muchas veces en contra de esa práctica. Fuera eso u otra cosa, de todas maneras era emocionante. El morbo y la fama vendían y, pese a todos los esfuerzos, nadie podía ser primogénita del creador del Sistema sin aparecer en todas las transmisiones.
Los Corrientes acudieron por obligación. Ninguno confiaba en lo que estaba sucediendo y más de alguno trató de escaparse, convencido de que aquello sería una masacre. Un exterminio. Pese a que muchos de ellos apenas se conocían, todos los tarjetas azules se acomodaron en lo más alejado de la Plaza, listos para escabullirse en la oscuridad ante cualquier eventualidad. Hombres, mujeres, niños y ancianos, todos observaban esa multitud pletórica y ansiosa con un recelo amargo en la boca, el corazón acelerado en el pecho y las manos aferradas a los suyos.
Ninguno sabía qué iba a suceder.
—Espero sepas lo que estás haciendo —dijo Pakle con una mirada nerviosa en el rostro. Desde lo alto de la azotea en que se encontraban podía ver el mar de gente acumulada alrededor del centro de la Plaza. Se frotó un poco el estómago e hizo un gesto de dolor—. Es increíble cómo la gente acudió.
—Es inevitable —respondió Milakai con un mohín de desdén—. Los nuestros buscan entretención y ellos buscan que no los maten. Si todo sale bien, será la última vez que esto ocurra. —Agitó un poco las alas en su espalda y sonrió—. No seas tan pesimista. Todo saldrá bien. Pero tienes que prometerme…
—Que cuidaré de Kostaj. Sabes que lo haré. Se lo debo. —Una sombra de culpabilidad oscureció su semblante y el hombre se encogió de hombros con un gesto vacilante—. Espero poder aliviar mi conciencia.
Milakai sonrió.
—Gracias, Pakle. Él necesitará tu ayuda. Sé que puedo contar con tu nobleza de amigo de infancia. Puedes marcharte si quieres. Quizás necesites descansar. Kostaj ya debe estar poniéndose nervioso, por lo demás. —Apoyó una mano en su hombro—. No lo olvides.
Milakai alzó el vuelo antes de que él pudiera responder. La observó alejarse rumbo a la Plaza con un gesto hundido y preocupado. Se frotó las manos un par de veces y se acomodó la ropa, aunque no podía quitarse la sensación de ansiedad de su cuerpo. Mover algunos hilos para que los más importantes transmisores estuvieran presentes parecía una ayuda demasiado insignificante para merecer el agradecimiento de Milakai. «No compensa lo que hice», pensó Pakle al recordar los ojos suplicantes de su amigo. Ahora Uhr estaba muerto.
Se llevó una mano a la boca y negó con la cabeza. Metió ambas manos en los bolsillos y desapareció de la azotea al instante en que pensó en su hogar y en sus hijos. Transportarse de vuelta a la seguridad de su casa era todo lo que podía hacer por ahora. Y honrar su promesa. Esperaba poder cumplirla esta vez.
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Huellas entre las cenizas
RomanceSer normal en un mundo de prodigios definitivamente no puede ser algo bueno. Kostaj lo ha sabido toda su vida, pero la rabia en su interior no ha hecho más que acumularse durante años de silencio y opresión. Luego de asesinar a un agente de Intelige...