CAPÍTULO IV - LA CAJA DE LOS RECUERDOS

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15 minutos era el tiempo que demoraría en llegar a casa. Por el camino, iba pensando si Isabella ya habría regresado a la suya, de todos modos, la llamaría después de almorzar.

— ¡ Hola papá, ya estoy aquí! — Anunciaba mi llegada con gran énfasis —. ¿Hola? ¿Papá?

No hubo respuesta.
"Qué raro", pensé.

Pulgoso estaba durmiendo en el patio; al parecer, mi padre no estaba en casa.

Subí a mi habitación; dejé la mochila; me cambié; y bajé a servir mi almuerzo y el de mi can. Me detuve al observar una pequeña nota de color amarillo adherido a la refrigeradora. "Hija, tuve una emergencia en el hospital, no me esperes, llegaré tarde", ese fue el aviso escrito de mi padre.

— ¿Y ahora qué hacemos Pulgoso?  — lo miraba desanimada.

¡Era cierto! Tenía que llamar a Isabella... marqué el número, y a continuación, tendría que esperar que alguien levante el fono.

— ¿Aló? — no era Isabella.

—Buenas Tardes, ¿se encuentra Isabella?

— ¿De parte?

—  De parte de Arianne

— Hola Arianne, soy la mamá de Isa
— transmitía alegría —. Ahora está almorzando, pero le diré que te llame más tarde.

— Gracias, hasta luego.

La comunicación culminó; sólo me quedaba esperar la llamada de Isa.
Preferí ir a mi habitación a terminar algunos deberes que habían dejado en la clase de literatura: leer el cantar del Mio Cid, resolver páginas del libro y realizar un organizador visual de la literatura del Medioevo. Y en ese momento, el teléfono empezó a emitir el sonido de llamada... era Isabella.

— Hola Isa, sólo quería saber si ya había llegado a tu casa — contesté , mientras ordenaba mis cuadernos.

— ¡¡Arianne! — y así empezaron los gritos de Isa —. No podía contestarte el teléfono. Aparte de estar almorzando, mi mamá estaba en la sala y de hecho hubiera escuchado lo que tenía que decirte.

— Entonces será mejor que disminuyes tu tono de voz; no hablas, gritas — me senté en la cama.

— Es que, es que... ¿te diste cuenta cómo Sebas me miraba?, es tan guapo.
No había remedio para Isabella, ella, nunca cambiaría.

— Sólo nos recordó lo de su fiesta, nada más —  replicaba.

— Es que tú no te has fijado en su mirada.

— Que buena vista posees Isabella.

— Gracias.

— Así deberías ser en los estudios — ataqué.

— Será mejor que te deje porque hoy haré tareas.

¡Era un milagro!

— Ve y empieza a cambiar tu vida — irónicamente respondía.

— jajajaja —  reía desenfrenadamente —. Nos vemos mañana.

Me dio mucho gusto saber que, Isabella haya encontrado por primera vez la inspiración para realizar sus deberes. Sin embargo, no pude avisarle que aún no había mencionado a mi padre sobre la fiesta, pero sin duda alguna, lo haría al día siguiente.

A la mañana continua, mi padre estaba en la primera planta, preparando el desayuno y lo abracé ¿Típico de una adolescente que quiere el permiso de su padre? Pues sí.

PROMESAS DEL CORAZÓN: ¿Nos volveremos a encontrar?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora