Prólogo

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Durante varios segundos me quedo observando el reloj digital de mi smartphone. Han pasado ocho minutos más de lo habitual. Normalmente, a esta hora ya estoy siguiéndole hacia la cafetería.

Son las 16:38.

Esto es bastante extraño e inusual.

Bloqueo mi teléfono y lo guardo.

Realmente debería estar ya en mi habitación, encerrada, con un montón de libros sobre el escritorio, y estudiando para el próximo examen del viernes. Pero lo tengo controlado, bastante controlado diría yo.

No pierdo nada siguiéndole una vez más.

No estoy haciendo nada malo.

Uf... La palabra <siguiéndole> me da mal rollo.

¿Qué estás haciendo?, me pregunto mientras vuelvo a sacar mi teléfono sin poderlo evitar. Necesito verle aparecer.

Verle fulmina cualquier posibilidad de responderme a mí misma. Mi corazón palpita con rudeza y me paralizo al verle andar. Mientras, descubro que se ha desabrochado, como siempre, los dos primeros botones de su fina camisa celeste.

Sus pantalones de pinzas parecen no haber atravesado un día de trabajo. Están perfectos. Le quedan perfectos. Sus piernas los visten con excesiva elegancia y seguridad. Esa seguridad tan atractiva y desbordante que desprende ese bendito hombre.

Retiro rápidamente la mirada cuando echa la vista un lado y me mira al pasar a unos metros de distancia de donde me encuentro parada.

Me ha mirado.

Ha sido sólo un segundo, de soslayo, pero lo ha hecho.

Dejo ir todo el aire que retienen mis pulmones con cierta dificultad.

Me ha mirado.

Cuando está a una distancia prudencial salgo de la Universidad y camino a varios metros de él. Diría que, aunque estoy demasiado lejos, puedo aspirar el aroma que va dejando a su rastro.

Un perfume masculino fresco y seductor.

El mismo perfume que huelo en todas partes desde que lo aspiré por primera vez.

Estoy loca, lo sé. Pero, ¿acaso nunca nadie en el mundo ha hecho algo que no podía evitar?

Pasa la mano por su pelo, negro azabache, tras mirar el reloj y sonrío.

Llevo un mes soñando con ese cabello enredado entre mis dedos.

Él dobla la esquina y lo pierdo de vista.

Sé a dónde se dirige, por lo tanto no me esmero en darme prisa para no perderlo de vista.

Diez minutos después estoy sentada en la cafetería frente a un café espresso, y él sentado en una de las mesas más apartadas del local. Aspiro el aroma del café. Es lo que siempre pide él, y lo toma con bastante paciencia mientras revisa varios papeles que saca del interior de su maletín.

Después se va sin mirar atrás.

Pero hoy algo diferente llama la atención de todo el mundo.

¡Mi móvil!

Quedo horrorizada al ver que todas las personas que están en la cafetería me miran, con mucha guasa, cuando oyen la melodía que comienza a emitir mi móvil a todo volumen.

Él ni siquiera parece consciente del revuelo que armo, ¡y menos mal!

La loca de mi amiga Marta puso para su contacto la canción de "La Macarena", porque está loca y porque yo olvidé cambiarla.

– ¡Dale a tu cuerpo alegría Macarena! – canturrea con simpatía un señor mayor que lee el periódico en la mesa contigua a la mía. Está frente a una infusión y lo que queda de su bizcocho integral –. Eres de las mías, ¡¿eh, jovencita?!

Me muero de la vergüenza ansiando que la tierra me absorba, que me trague y que me haga desaparecer. Rechazo la llamada y activo el modo vibración.

De nuevo vuelvo a mirarle. Él a mí no.

Coge su café sin desviar la vista de los papeles que tiene extendidos sobre la mesa y, con tranquilidad, se lo bebe, deja un billete encima de la mesa y, tras recoger todas sus cosas, se va sin mirar atrás.

Y, por supuesto, sin mirarme a mí.

Espresso amor [PAUSADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora