Capítulo 11

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Capítulo 11.

Anoche dormí fatal. He tenido un montón de pesadillas. Me han hecho sentir ansiedad. También temor, muchísima angustia y un no sé qué muy raro que me ha hecho pasar una noche terrible.

Me levanto de la cama y abro el armarito de la cocina donde tengo algunas medicinas. Cojo un Naproxeno de la tableta que me dieron el otro día en urgencias cuando me caí de la elíptica y me lo trago con un vaso de zumo multifrutas.

Me duele la cabeza a horrores. Las pesadillas me han dejado... ¡uf! Me han dejado completamente fuera de juego.

De pronto siento unas ganas terribles de vomitar. Entre que no he desayunado aún y que cada vez que estoy con dolor de cabeza me dan náuseas estoy para el arrastre. ¡Qué dolor, por favor!

En todas las pesadillas nos pillaban a mí y a Blake y, por supuesto, nos echaban a los dos de la Universidad.

Nos sacaban de la facultad a patadas y prometiendo no volver a permitir que nos dejasen acceder a ninguna otra Universidad.

¡Uf! Qué terrible sería.

Tengo miedo.

Tengo miedo porque cuando estoy con él no pienso en las consecuencias de mis actos y ahora mismo no sólo me aterra un día dejarme llevar y que sea en el lugar menos indicado y, por ende, nos pillen. Lo que tampoco quiero es perder lo que hemos comenzado.

Es poco, pero es algo.

Ese algo que llevaba tanto tiempo deseando, y ahora que por fin lo he conseguido el temor se confabula en mi contra para hacerme dudar de lo que estoy haciendo.

¿Habré hecho bien tomando las decisiones que tomé? – me pregunto.

Me siento como si hubiese ganado una lotería de la que no puedo disponer a mi antojo.

Ojalá pudiera meterme en la cabeza de Blake para saber qué piensa.

Ha sido tan inesperado que él, el hombre de mis sueños, convirtiese éstos en realidad...

Realmente quisiera saber qué piensa.

Qué quiere.

Qué querrá.

Estoy segura de que para él lo nuestro solamente es sexo y no le culpo. Ni yo le he exigido otra cosa ni él me ha dejado claro que exista la posibilidad. Esto que no sé cómo llamar apenas está comenzando.

Cuando me he lavado los dientes y vestido, cojo mis cosas y me marcho a la habitación de Marta para buscarla y que vayamos juntas a clase.

– Hoy no voy a ir – al ver sus oscuras ojeras y el deplorable aspecto me preocupo –. No me encuentro bien.

– Pero, ¿qué es lo que te pasa?

A Marta se le contrae el rostro. Arruga el entrecejo y una vez su labio ha temblado de manera descontrolada, comienza a llorar.

Ay, ¡mi Marta!

La abrazo y trato de consolarla. ¿Qué le ocurre? No dice nada y yo, sin mirar el reloj ni preocuparme por la hora, la abrazo hasta que trascurre lo que a mí me resulta una eternidad en silencio.

– Charles y yo... Nosotros no... – no para de llorar y no puede continuar.

La acuno entre mis brazos como si fuese una niña pequeña y la animo a tranquilizarse.

Cuando más o menos lo consigo, se incorpora y se seca las lágrimas con un kleenex que ya está para tirarlo a la basura.

– Me ha dejado, Sandra – solloza.

Espresso amor [PAUSADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora