Capítulo 4

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Capítulo 4.

El lunes mi madre me deja en la Universidad muy temprano. Voy hasta el parking y cojo mi coche. Conduzco hasta el hospital y me hago una radiografía. Hace unos meses estuve con una férula en la muñeca casi dos meses debido a que se me fracturó la muñeca tras una caída en la terraza de la casa de mis padres.

Me encuentro perfectamente, pero he terminado la rehabilitación hace un par de semanas y me harán un último chequeo.

En el hospital, cuando estoy a punto de marcharme, me encuentro al doctor Ignacio Hernández, Nacho para todos sus conocidos. Su especialidad no es la traumatología, sin embargo me lo encuentro pululando por aquella planta, charlando con unos celadores.

Decido saludarlo. Es muy buen amigo de mi hermano Diego, también médico. Ambos hicieron juntos la residencia y durante ese tiempo trabaron una buena amistad que actualmente, debido a la distancia, se ha rezagado un tanto.

Mi hermano vive en Bélgica porque trabaja allí.

– ¡Hola, chiquitina! – me saluda Nacho, haciéndome sentir una nostalgia increíble.

Mi hermano siempre me llama chiquitina.

– ¿Cómo estás, preciosa? – pregunta con cariño –. ¿Qué tal esa muñeca?

Yo se la enseño y sonrío satisfecha tras lo que me ha dicho la traumatóloga en la consulta.

– Perfectamente.

– ¡Bien! ¿Y cómo están tus padres?

Yo sonrío al recordarles en el aniversario.

– Genial, la verdad – y no miento –. ¿Y a ti qué tal te va? – pregunto entonces yo. La última vez que lo vi fue antes de empezar la rehabilitación.

– A mí igual que siempre – responde con sinceridad. Sus ojos avellanados se iluminan. Sé bien cuánto ama su trabajo –. No me puedo quejar, chiquitina.

– No me llames así – protesto.

Los celadores nos miran con guasa.

Nacho pone la mano tras mi espalda y me guía a unos metros de distancia de los celadores.

– Lo hago porque sé que te molesta, sólo por eso – confiesa, bromista, en tono jocoso.

– ¡Oye! – protesto de nuevo, dándole un cariñoso manotazo en el brazo.

Nacho se pasa la mano por el pelo castaño y suelta una carcajada encantadora. Yo otra.

Entonces mira el reloj.

– Tengo que irme, Sandra. Mi descanso llegó a su fin hace dos minutos – yo asiento, el deber le llama –. Oye, si quieres podríamos quedar el fin de semana e ir a tomar algo. Así nos ponemos al día.

Aquello me toma por sorpresa. Nacho y yo nunca hemos ido a tomar algo a ninguna parte solos. Sin embargo no me parece mala idea. Me cae muy bien, le tengo muchísimo cariño y, ciertamente, verle me hace sentir que estoy cerca de Diego.

– Claro. Por qué no.

Las tres primeras clases pasan lentas en la Universidad. Marta tiene amigdalitis, además de fiebre, y se ha quedado en la cama descansando. Luego tendré que ir a verla por si necesita algo, además de compañía.

El profesor Blair no está por ningún lado.

Me muero por tomarme un espresso.

En el descanso no puedo evitarlo y, en lugar de ir al comedor de la Universidad, camino por todos los pasillos en busca del profesor. Pero no doy con él, y hasta dentro de un par de horas no tenemos clase.

Espresso amor [PAUSADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora