Capítulo 3: Sabor A Sal

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Lunes.

Es lunes.

Llevo una semana aquí.

Han pasado cinco días desde que discutimos.

Me dejó dormir en una habitación aparte esa noche. Y no me ha hablado desde entonces.

No me interesa. No quiero hablarle.

Me llevan la comida, tengo baño propio y no necesito salir de la habitación, aunque lo tengo permitido.

No está.

Se fue hace dos horas a trabajar y siempre regresa a las ocho de la noche.

Me levanto de la cama y camino por el pasillo, el olor a comida llena el aire, pero acabo de desayunar. Llego a su habitación. Está abierta.

Cuando entro, el olor a canela del aromatizante me llena los pulmones. Toda la habitación está impecable, y está todo ordenado en su lugar. Camino por ella, me repugna saber que duerme con total tranquilidad en esa cama mientras que yo tengo pesadillas todas las noches.

Me levanto a mirar por el ventanal.

La vista es preciosa, no voy a negar eso, pero parece que es la única casa dentro de más de un kilómetro. Por eso debió traerme aquí.

—¿Qué haces aquí? —la voz me hace saltar del susto, volteo, él está aquí, todavía no sé su nombre, lo cual me hace sentir raro. Nadie aquí lo llama por su nombre, ni por su apellido. Todos le dicen señor, como si fuese el tirano que me prometió que no es.

—Nada. —digo, es lo primero que me dice en estos días. —Quise salir de mi habitación.

—Está bien. —me dice, se acerca a mí, pienso que va a hacerme algo cuando baja a su mesa de noche por unos papeles.

De alguna manera me sentí aliviado.

—Voy a regresar más tarde. Vine por unas cosas. —lo miro con atención. No sé porqué demonios estoy tan atento a lo que dice. —Necesitamos hablar. Tus... Pesadillas me tienen harto. No puedo dormir. —frunzo el ceño.

—¿De qué hablas? —él me mira.

—Gritas. Demasiado. —dice tomando sus papeles. —Y no me dejas dormir. Trabajo diez horas al día y tengo que tomar tes cafés para soportar el turno. Tres, Harry. Y yo no tomo café. —frunzo el ceño.

—Lo... lamento. —él asiente.

—Nos vemos. —dice, caminando de vuelta hacia afuera. El ruido de que la cerradura está puesta me deja anonadado.

Yo no grito.

Nunca lo había hecho.

Camino de vuelta a la habitación, el cuarto me agobia demasiado. He pasado cinco días encerrado y ya me estoy cansando. Camino hasta la entrada. El jardinero me ve y evade mi mirada enseguida. Sé que son ordenes que le han dado. Pero me molesta mucho que nadie se interese por mí. Nadie.

—¿Qué pasa? —volteo, la chica de la cocina me está hablando. No sé su nombre tampoco. Lo cual es frustrante. No conozco a nadie. Sólo sé que a nadie le importó.

—Estaba aburrido.

—¿Quieres cocinar? Para distraerte, voy a hacer pastel.

—Eh... Claro. —digo, ella me sonríe apenas, y camina hacia la cocina. Cuando entro, la veo sacar varias cosas para luego lavarse las manos.

—Bien, tú harás la crema. —me tiende unas cosas. Levanto las cejas.

—¿Puedo preguntarte algo? —ella me mira.

Vendido | LarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora