Capítulo 4: Arena

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En el mar no neva.

Quizá es por eso que me siento tan tibio.

Su mano se va hasta mi nuca y me atrae contra él, me duele demasiado el pecho.

Ojalá todo hubiera pasado de otra forma.

Ojalá me hubiera conocido en otro lado.

Ojalá ambos estuviéramos juntos.

De otra manera.

Me gusta. Y eso no lo voy a negar.

Pero mi miedo hacia él, y mi odio son más fuertes que el hecho de que sea realmente bello.

Odio eso.

Mis manos se van a su pecho y lo alejo con fuerza. Me llevo las manos a la boca y comienzo a llorar demasiado. Me duele el pecho como nunca. Me duele respirar el mismo aire que él.

Me alejo lo más posible de él y me siento en el suelo. Mal, roto.

—¿Estás bien? —me dice, se acerca a mí pero apenas da un paso me hago un ovillo en el suelo.—Oye... Está bien.

—No es cierto. —susurro. Él da otro paso y se sienta a mi lado.

—Lamento que sea así. —me dice simplemente, no puedo decir nada. En medio del llanto la garganta me duele mucho por el nudo que se ha formado. Su mano se acerca a la mía y apenas roza la punta de mis dedos. —Yo también hubiera querido otra forma. Y apesta que sea así. Porque yo... —tengo los nervios a tope. Sus dedos siguen rozando los míos y no puedo estar más que nervioso por eso. —Quiero algo contigo. Y esto sólo me complica las cosas. —es un susurro como lo dice. Cierro mis ojos mientras su dedo pulgar me acaricia los dedos. Me siento mal. De sentirme así.

☀︎︎

Me lleva a mi cuarto.

Como todo un "caballero". Me abre la puerta y se sienta en un sofá, lejos de mí, trato de no mirarlo pero es imposible.

—¿Cómo te sientes? —me dice, levanto los hombros. El aire de la ventana entra de una manera tranquila. La noche es fría y el vacío en mi pecho sigue creciendo.

—Mejor. —digo simplemente, él asiente, mientras se recuesta contra el sofá. La luz no está encendida, por lo que sólo nos da luz la luna.

—¿Has ido a la playa? —lo miro.

—No.

—¿Nunca?

—Jamás —murmuro, él apenas sonríe.

—¿Y qué sentiste al saber que estamos tan cerca? —levanto los hombros.

—Rabia. —murmuro. Se hace un silencio incómodo. Me pregunto demasiado qué está pasando en su cabeza cuando mira la ventana.

—¿Quieres ir?

—¿No tienes miedo de que me vaya?

—No. Tengo una playa privada. —giro los ojos.

—No me extraña. —murmuro, él sonríe, mientras se levanta.

Vendido | LarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora