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Llevaba una semana en el castillo y nada parecía ser lo mismo pero, en el fondo, no podía negar que era verdadero placer lo que me proporcionaba el príncipe. Incluso le había cogido el gusto al estar privada de libertad, aunque echaba de menos el exterior y a mi familia. Sobre todo, me cautivaban las nuevas sensaciones que estaba sintiendo, como si de verdad estuviera descubriéndome a mí misma.

Por mala suerte, después del placer venía el castigo. No hubo mayor castigo que el que vino después cuando me dijo en la biblioteca que nos íbamos. Después todo cambió.

*Flashback*

– Nos vamos.

Me puse de nuevo el vestido. Quería saber a dónde me llevaría, pero solo me llevó a su cuarto donde me estaba esperando George. No entendía nada y, a esas alturas, prefería vivir en la ignorancia antes que saber más. A veces es lo mejor que se puede hacer. Sin embargo, y lo que parecía sorprendente, es que estaba tranquila. No me invadían los nervios como ocurría el día anterior. Recordar lo que había pasado hace minutos en la biblioteca solo me hacía ansiar estar de nuevo en aquella situación, volver a experimentar aquel placer.

– ¿A dónde voy? – le pregunté a George. Aunque tenía por seguro que no me contestaría.

– La verdad es que no lo sé.

Fruncí el ceño. No sabía si me estaría diciendo la verdad.

– ¿Está nerviosa?

– No. – le respondí segura de mí misma.

– Vamos a vestirla.

Nos dirigimos al baño donde me dio un baño. Después me puso una trenza con otro lazo negro que hizo que mis mejillas se ruborizaran al instante. Me había dejado el lazo en la biblioteca. Me vistió con un vestido blanco de encaje largo precioso y unos zapatos del mismo color. Me miré al espejo y no parecía yo. Parecía otra persona.

– Ya está lista. – dijo sonriendo como si hubiera completado su obra de arte y, en efecto, así me sentía.

Hizo un gesto con el brazo como si fuera un caballero pero sabía que iba con cierto toque de ironía. Aun así, le cogí del brazo riendo y nos fuimos de la habitación. Anduvimos por el pasillo, pero nos detuvimos al escuchar unos gritos procedentes de una puerta del pasillo.

Me preocupé al escuchar la voz del príncipe. Por el tono de voz parecía realmente enfadado y cada vez, su voz sonaba más irritada, frustrada y cabreada. No lograba entender que decían. George y yo dimos un sobresalto en cuanto oímos algo de cristal romperse.

– Deberíamos irnos. – le susurré.

Él asintió totalmente de acuerdo conmigo, pero antes de que pudiéramos salir de ahí, el príncipe salió. Tenía la respiración completamente acelerada y se sorprendió de vernos ahí.

No quería saber cómo iba a acabar eso.

– George vete. – dijo irritado. – ¡Ahora!

Él no dudó en obedecer y yo ni siquiera tuve tiempo a reaccionar, pues me cogió de la muñeca arrastrándome por el pasillo. Ahora sí que empezaba a estar nerviosa. Bajamos por unas escaleras hasta estar en un pasillo lúgubre por donde solo entraba luz por unas pocas rejillas que había en la parte alta de la pared. Había puertas de madera vieja por todo el pasillo y todo olía a humedad.

Tiró de mí hasta una de las puertas y la abrió con una llave de color plata ya desgastada. Estaba empezando a tener ansiedad.

La abrió y me empujó dentro. El cuarto era aún más oscuro que el pasillo. Solo lo iluminaba una pequeña bombilla colgada del techo. En el centro de la habitación había una mesa de madera vieja y, enfrente de mí, un armario. No había nada más o, al menos, eso dejaba visible la poca iluminación que había.

Dominada por el PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora