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Abrí los ojos como platos y pestañeé varias veces para ver si era verdad lo que acababa de oír. En ese momento, quería despertarme en mi cama, con la voz chillona de mi hermano cantándome el cumpleaños feliz. Sin embargo, estaba de rodillas frente al príncipe Alex e iba a tener que acatar cualquier orden que me diera. No iba a acabar nada, nada bien.

- Preparadla y después llevadla a la habitación para que me hijo le enseñe las reglas. – ordenó la reina.

Un señor calvo y bajo pero con aires de buena gente, me levantó cogiéndome de la muñeca y me arrastró por otro largo pasillo. Había sido humillante estar de rodillas enfrente de todo el mundo, viéndome como si solo sirviera para ser una esclava a partir de ahora. Subimos varias escaleras hasta llegar, por fin, a una puerta. El señor la abrió y entramos en el baño, enorme y lujoso.

- Desnúdate. – me ordenó.

- ¿Van a hacerme daño?

- Yo no. Tenemos media hora, no quiero ser impuntual.

Tragué saliva y me desnudé. Me dijo que me metiera en la bañera y así lo hice. Me abracé a mis piernas para que se me viera lo menos posible, pero, en cuanto el agua templada tocó mi cabeza me relajé al instante.

- ¿No voy a volver a ver a mi familia? – me atreví a preguntarle.

- Grace, no hice esto con nadie pero veo que tú todavía no lo entiendes. Tú ya no eres tú, vas a estar sometida las veinticuatro horas del día y no vas a poder hacer nada. Cuanto antes lo aceptes mejor.

¿Estar sometida a alguien? ¿Qué significa eso? Miles de pensamientos sobre cómo podía ser mi vida hacía que ni me diera cuenta de que ya estaba vestida con un simple camisón blanco de tirantes e hilo fino que dejaba mucho a la imaginación y mi pelo rubio cayendo en perfectas ondulaciones por mi espalda. Aún seguía sintiendo las baldosas frías bajo mis pies y pienso en la hierba, en el lago...

El señor me condujo por el palacio pero no me podía concentrar en otra cosa que no fuera que iba a estar a solas con Alex y que no podía escapar.

El señor me abrió la puerta dando lugar a una gran habitación oscura.

- Muéstrate siempre con obediencia y respeto. Ahora vendrá el príncipe.

Asentí frenéticamente y después, me dejó sola en esa gran habitación con chimenea y un ventanal que no daba luz pues las cortinas estaban echadas. La cama con dosel rojo dejaba ver la perfecta elegancia del palacio, lo que significaba ser un Barden...

De repente, oí que la puerta se abría y se cerraba lo que hizo que un escalofrío me recorriera el cuerpo. Me di la vuelta y me encontré con su mirada fría y penetrante y esa sonrisa diabólica que tenía poder sobre mí.

- ¿Nerviosa?

- Déjame salir por favor. – le rogué totalmente inquieta.

- Me lo voy a pasar bien enseñándote las reglas Grace. – se quedó en silencio. – siéntate.

Me ordenó señalando la cama. Recordé lo que me había dicho el señor anteriormente, que mostrara siempre obediencia y respeto. Entonces, lo único que hice fue obedecer. Me senté en la cómoda cama mientras veía que no apartaba de mí la mirada, ni un solo segundo.

Solo la apartó para darse la vuelta, abrir un cajón y sacar una pequeña cuerda. Tragué saliva mientras mi respiración se aceleraba. Quería gritar, quería llorar... pero no podía hacerlo.

- Estaba esperando el momento. Dame las muñecas. – esa vez no obedecí su orden. – ¡Ahora!

En cuanto pegó ese grito repentino, junté mis muñecas delante de él y no dudó un segundo en empezar a atarlas como si le fuera la vida en ello. Sentí como la sangre dejaba de circular por mis venas y me empecé a desesperar, pese a todo, no di ninguna muestra de queja.

Con las muñecas atadas y aún sentada en el borde de la cama, él se acercó a mi cara y pude oler ese aroma perfecto.

- Grace. – me llamó sacándome de mis pensamientos. – te voy a castigar.

Mientras mis ojos se humedecían lentamente, los suyos estaban llenos de completa satisfacción.

- Cada noche lo haré y, dependiendo de lo que me hayas complacido o no durante el día, seré más o menos duro. Cuando acabe de castigarte, me contestarás con un "gracias" y no te quejarás. No me suplicarás porque eso lo empeorará. No hablarás hasta que te haya dado permiso. No me mirarás acaso que yo te lo diga. Siempre que te dirijas a mí, deberás llamarme señor. Eres mía, cada parte de ti lo es y lo utilizaré cuando me dé la gana ¿Entendido?


Y aquí el capítulo 4... jejeje, graciassss y que os guste. Votad y comentad y si veo que no la lee mucha gente, la borraré. 

Dominada por el PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora