¿Cómo podía estar delante de esa chica defendiéndola? En cierto modo, llevaba una semana en el castillo con ella, no tenía que hacerlo pero me veía en la obligación de entrometerme, como desde pequeña había hecho y lo que me había llevado bastantes problemas. Yo me sentía humillada con los castigos que recibía, no quería ni pensar cómo sería estar enfrente de todos aquellos invitados, solo por puro entretenimiento.
– ¡No! – grité sintiendo todas las miradas puestas encima de mí.
– ¿Qué estás haciendo? – me dijo el rey levantándose de su asiento. A cada palabra que dijo, su voz alzaba de tono.
No sabía que debía responder en ese momento porque ni yo misma lo sabía. Miré al rey y después a mí alrededor. Todos excepto los esclavos y George también, estaban ansiosos por ver ese espectáculo hasta que yo lo interrumpí porque no pensaba dejarlo ver. No si podía evitarlo. Además, con el pensamiento de que sería castigada de todos modos, no me apartaría.
– ¡Apártate! – gritó el bufón.
– ¡No! – le contesté sin pensar.
Toda la sala estaba en completo silencio, expectantes por ver que pasaría. Y yo, en el fondo, tenía ganas de saber si después de eso, iba a seguir con vida o no.
– Abajo. – ordenó la reina señalándome.
Oí como todo el mundo a mi alrededor empezaba a murmurar. Abajo es dónde vivían las esclavas y dónde – por suerte – yo no dormía. Abajo también eran castigadas como lo fui yo el día que el príncipe quiso desahogarse conmigo sin siquiera saber la razón.
Estaba nerviosa, pero no tanto cuando un hombre fornido, alto y con máscara venía hacia mí. Vi como el rey le hacía una seña, él asentía y, antes de que pudiera echar a correr o gritar, me cargó sobre sus hombros sin ningún esfuerzo, como si fuera un saco de patatas.
Intenté removerme pero sus brazos tenían bien sujeta mi cintura. Incluso opté por morderle la espalda pero ni se inmutó. Era como un robot. Vi como bajábamos por las escaleras hacia las mazmorras haciendo que mis nervios aumentaran y mi corazón se acelerara al punto de que iba a salirse de mi pecho.
Aún con todo, seguía sin arrepentirme de haberla defendido.
– Suéltame. – le ordené. No sabía lo que me esperaba. Se limitó a gruñir y a darme una pequeña palmada en mi trasero que me hizo gritar, pero no de dolor, sino de vergüenza.
Entró en la misma habitación en la que había estado anteriormente con el príncipe. Me entró el pánico y empecé a gritar, revolviéndome encima de ese cuerpo que no conocía y que me iba a castigar sin ninguna razón objetiva.
Me soltó y me dejó en el suelo. Eché a correr hacia la puerta pero estaba cerrada e, incluso, antes de que pudiera hacerlo, me agarró del cuello y me echó hacia atrás, hasta que mi espalda dio contra la pared. No me dejaba ni respirar. Hasta noté como mis pies dejaban de tocar el suelo mientras su mano enorme que ocupaba todo mi cuello, lo apretaba fuertemente.
– Suéltame. – le susurré de forma audible, como pude.
Él me obedeció y se quedó enfrente de mí. Iba tapado con una máscara que me hacía tener ganas de saber quién era.
– ¡No ha sido culpa mía! – le grité en forma de ruego.
– Me da igual. – contesto de manera impasible.
En un abrir y cerrar de ojos, con una navaja que sacó de la oscuridad creo, rasgó mi vestido quedando con el corsé, los zapatos y las bragas. Mi cara se puso roja de vergüenza mientras intentaba recoger la ropa rota para taparme con ella, pero me fue imposible en cuanto me dio con una fusta en el dorso de mi mano, dejándola roja.
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Dominada por el Príncipe
Teen FictionA los veintiún años, al príncipe Alex se le concede su esclava, al igual que sus otros hermanos. Grace todavía tiene dieciséis años, no sabe nada de la vida y vive alejada de la ciudad. Un simple error puede cambiar todo. Encontrará castigos, romanc...