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Me miré al espejo. El vestido era precioso pero me era imposible respirar con él. Además, ya había estado pensando en cuantas cosas podrían salir e iban a salir mal. Si algo no salía bien, yo sería castigada. Era siempre lo mismo. Como una especie de ruleta que giraba siempre en la misma dirección. En los días que llevaba metida ahí dentro, ya supe desde el primero que no había salida y tampoco quería buscarla.

- ¿Y si algo sale mal? - le pregunté a George mientras andábamos hacia gran salón que era donde se celebraba la fiesta.

Él no me respondió pero sabía que me había escuchado. Era el método que utilizaba para esquivar mis preguntas. Le toqué el hombro varias veces e hice que me mirara. Necesitaba consejos, necesitaba un milagro y, en ese momento, quería volver a mi casa.

- Dime que hago para no fastidiarla.

- No lo sé. - me respondió serio pero también parecía preocupado lo que a mí no me tranquilizaba. Si George no estaba tranquilo, yo lo estaría menos.

Abrió la puerta dejando ver un inmenso espacio vacío ante nosotros. Los techos altos y las paredes blancas junto con los suelos de mármol hizo que un escalofrío me recorriera todo el cuerpo al instante.

- Impresionante ¿Verdad? - George me sacó de mis pensamientos.

- Sí. ¿Por qué mi familia nacería pobre?

- ¿Tu madre es una mujer rubia que parece muy maja no? - me preguntó con cierto descaro.

- Rubia es, pero maja no la recuerdo.

- Yo la conocía.

Abrí mis ojos como platos ante su confesión pero no pude evitar reírme. Me hubiera sorprendido aún más si no estuviera encerrada en el castillo, pero aun así, las preguntas se amontonaron en mi cabeza de forma inmediata. Antes de que pudiera empezar una, la puerta volvió a abrirse.

George y yo volteamos nuestras cabezas encontrándonos con una mujer mayor vestida igual que él. Detrás de ella, venía uno de los esclavos de las hermanas vestido elegantemente para la fiesta también. Se puso al lado de ella mirándonos fijamente. Mi vista se encontró con la suya y pude ver que tenía el pómulo un poco morado y no quería saber por qué.

- ¿Puedes venir un momento? - la señora le habló a George. Él me dijo que esperara ahí y eso hice. me quedé a solas en ese gran salón con ese esclavo que no apartada su mirada de encima de mí y que me estaba empezando a poner nerviosa.

- ¿Algún problema? - me puse de brazos cruzados. Él se quedó sorprendido y soltó una carcajada. - ¿De qué te ríes?

- Nada, me parece sorprendente el carácter que tienes para ser una esclava. - recalcó la última palabra.

- Te recuerdo que tú eres lo mismo que yo.

De nuevo reinó el silencio y él seguía haciéndome un escáner de arriba abajo. Me podía hacer una idea de por qué tenía la mejilla morada. Sin embargo, me empecé a impacientar por el extraño color rojo que subió a mis mejillas de forma repentina.

No, ahora no... ¿Por qué?

- ¡Ya me acuerdo de ti! - alcé una ceja sin saber a lo que se refería. - tú eres la hija de Wood. Tu padre era un gran tipo. - al final, no pude evitar reprimir una sonrisa. - además te chocaste conmigo en la biblioteca del pueblo.

Las cuatro únicas veces que había ido al pueblo, en efecto, iba a la biblioteca y a comprar con mi madre. Y empezaba a recordar que no era verdaderamente cierta su historia. No nos chocamos. Estaba subida a la escalera para ver los libros que había en lo alto, el chico chocó con la escalera y yo no me partí nada de puro milagro.

Dominada por el PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora