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Las últimas tres semanas habían sido la mejor aventura que un ser humano podría vivir. Volar a distintos puntos del planeta, conocer a personas extraordinarias... incluso, llegar a sentir afecto por una de ellas. Conocer El Cairo, golpear a más de un oficial de policía, así como escapar de la cárcel de Londres... infiltrarse en el Servicio Secreto, viajar de nuevo a casa, y el simple hecho de conectar todo eso con el mítico Triángulo de las Bermudas era un viaje que nadie querría perderse. Todo sonaba espectacular. Excepto si añadían el hecho de estar colgando de la proa de un crucero de lujo, a mitad de una inmensa tormenta, a punto de entrar a un portal que los podría guiar a cualquier dimensión existente, en cualquier época, o incluso aparecer en las aguas de una Isla que no debería existir.

Todo eso eran sólo una parte de lo que James pensaba mientras se aferraba a la idea de mantenerse sujeto al crucero American Sea.

—¡JAMES! —bramó Dianne.

El viento estaba aumentando la fuerza con la que rugía, y las gotas de lluvia parecían crecer. Ahora dolía cada que una golpeaba a alguien.

James hizo un último esfuerzo, y con toda la fuerza de su cuerpo, se impulsó hacía arriba. En cuanto volvió a estar a bordo del American Sea, se quitó la cadena del cuello y la arrojó al agua. Apenas podía mantenerse de pie. Las olas en el fulgor de la tormenta hacían más difícil el equilibrio.

—Todo un hombre —dijo Ben.

El anciano volvía a tener a Dianne entre sus brazos, amenazando con quebrarle el cuello.

—¡Déjala ir!

—Vas a perder, James —clamó Ben—. Sólo debo retener a uno de ustedes el tiempo suficiente para entrar al Triángulo, y para eso ya falta poco.

Detrás del anciano, aparecieron Max y Cooper, con un par de rifles. Era el momento.

Una ráfaga de balas golpeó la espalda de Ben, y éste soltó un quejido. Al hacerlo, soltó a Dianne para arquearse debido al dolor. La chica cayó al suelo, y James aprovechó la oportunidad para tomarla por los brazos y ayudarla a levantarse. Sin esperar a nada, tomó la pistola, y disparó directamente al pecho de su adversario.

Los impactos de bala dieron en el blanco, ocasionando más gritos de dolor por parte del anciano.

—¡Les dije que no podían matarme! —rugió Ben, moviendo las manos en dirección a los Pasajeros que habían aparecido a espaldas de él.

—¡Muévanse! —les gritó James.

Él también siguió su consejo. Dejó que Dianne corriera por el corredor de babor del crucero, tomó una de las sombrillas del suelo, y sorprendió a Ben, golpeando sus piernas. Si Owen estaba en lo cierto, no duraría mucho en un combate cuerpo a cuerpo.

Ben cayó al suelo, y en el momento en el que intentó levantarse, James lo volvió a tomar por sorpresa. Soltó un puñetazo tras otro, y otro, y uno más, y otro más. Incluso, con el movimiento frenético del barco, los dos rodaban unos cuantos metros, y James tenía que volver a colocar al anciano en el suelo para soltar otro puñetazo más.

Entonces Ben detuvo su puño. El asombro en James fue notorio al instante. ¿Cómo...?

—¿Creíste que mi cuerpo sería una desventaja para mí? —Ben logró soltar un golpe sorpresa, y después otro. James perdió la ventaja que tenía y cayó de espaldas, mientras que el anciano se ponía de pie y le propinaba una patada en el rostro—. Quizás por fuera me veo de setenta años, pero en el interior... cuando lleguemos a la Isla verás al demonio que has desatado, James Adams.

James logró levantarse y esquivó uno de los ataques de Ben, pero en cuanto regresó la mirada, otro puñetazo iba directamente a su nariz. Cayó nuevamente de espaldas, pero cuando intentó recobrarse, no pudo. Le dolía cada centímetro del cuerpo, la tormenta lo estaba debilitando, y Ben le estaba ganando.

PasajerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora