30

3.5K 493 104
                                    

—¡Acelera, Miranda! —fue lo primero que pudo decir Cooper en cuanto vio la sangre manando del costado de Jim—. ¡Tenemos que ir a un hospital, rápido!

—¡No podemos ir a un hospital! —bramó Jim, con las pocas fuerzas que tenía.

—¿Por qué no?

—La MI6 nos estará buscando —murmuró Miranda, con el miedo en sus palabras.

—Acabamos de sobrevivir a un tiroteo en un hotel de alto rango —dijo James.

—Blackwood va a querer colgarnos del puente más prestigioso de Londres —añadió Max.

—¡TENEMOS QUE HACER ALGO! —bramó Dianne, levantándose de su asiento y arrodillándose al lado de Jim, quién aún seguía consciente.

¿Qué podían hacer? ¿Qué alternativas quedaban? No podían dejar a Jim desangrándose en la camioneta, pero tampoco quedaba la opción de acudir a un hospital para que le salvaran la vida... ¿había alguien en quién pudieran confiar? ¿Un médico a domicilio?

—Max, ¿qué demonios haces? —soltó James, haciendo presión sobre la herida de Jim, lo cual era la escena más extraña que había vivido hasta el momento.

—Estoy desactivando el GPS de la computadora de Blackwood —Max estaba sentado entre los asientos, con el portátil en las manos y conectándola con la suya propia. Su atención estaba en las computadoras, no en Jim.

—¡Alguien dígame a dónde dirigirme! —exclamó Miranda.

—¡Tú conoces la ciudad! —bramó Cooper, que estaba sentado en el asiento del copiloto.

—¡Vamos a un hospital!

—¡NO! —escupió Jim, aún muriendo lentamente—. No puedes arriesgarlos a todos sólo por mí.

—Jim, te estás muriendo —dijo Dianne, sujetando su brazo con firmeza—. Si no te sacan la bala y suturan la herida, lo más probable es que...

—No quiero que los arresten —volvió a escupir sangre—. Conozco un lugar para que puedan tomar decisiones. Es cerca de la mansión, un monte con vista al a ciudad.

—James —era la primera vez que James se dirigía a Jim por su verdadero nombre... ¿se estaba hablando a sí mismo? Tal vez, pero era el único modo de hacerle entrar en razón, y más en momentos así—. Te vas a morir si no hacemos algo. ¿Enserio quieres dejar a tu hermana sola?

Jim le sonrió.

—No estará sola, viejo. Te tiene a ti. —volvió a toser—. Ahora, Miranda, llévanos a dónde te dije, antes de que nos maten a todos.

El reloj pasaba de las tres de la mañana, pero a ninguno de los Pasajeros le importó. Todos estaban de pie, frente a la camioneta dónde segundos antes habían sufrido uno de los peores viajes del mundo. Escapar de un hotel de gran popularidad después de un tiroteo, e intentar salvar a uno de los suyos, antes de que muriera desangrado, sin saber hacía dónde dirigirse, o con algún plan en mente.

Nada.

Estaban solos. Varados. No había nada por hacer.

—¿Qué fue lo que conseguimos? —murmuró Scott mientras se sentaba en el húmedo césped.

—No mucho —musitó James, mirando con atención al cuerpo de Jim, que ahora yacía frente a ellos.

Antes de que llegaran a su destino, Jim se despidió de cada uno de los Pasajeros. Finalmente, soltó la mano de Dianne, y miró a James con una seriedad única. Después, cerró los ojos y no los abrió de nuevo. En cuanto llegaron al monte, fue James quién cargó el cuerpo de su doble y lo colocó con sumo cuidado sobre la hierba. Ahora descansaba.

PasajerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora